VALÈNCIA. Nadie había mirado allí. Nadie se había planteado seriamente esa opción. Sin embargo, la aparición dos pergaminos anónimos hallados en El Cairo por el arabista e historiador Gustavo Turienzo lo han venido a trastocar todo. Los manuscritos, transcripciones de documentos del siglo XI realizadas por el escritor Abu-I-Hasan Ali ibn Yusuf ibn al-Qifti (1172-1248), aparecieron como una de las piezas que faltaba en el puzzle del Santo Cáliz. Primero, porque lo sitúan en un espacio que hasta ahora nadie había tenido en cuenta: Egipto. Segundo, porque llenan un vacío en el tiempo y dan más credibilidad al valor histórico de la pieza que se custodia en la Catedral de València. Así lo sostiene la doctora valenciana Catalina Martín Lloris en un artículo publicado en el último número de la revista Anals de la Real Academia de Cultura Valenciana en el que se plantea la necesidad de reconstruir la historia de la reliquia a la luz de los nuevos datos.
Existen descripciones de la existencia de un Cáliz del Señor desde al menos el siglo IV, cuando con la expansión del cristianismo por el Imperio Romano se popularizaron las primeras reliquias. Fue la religiosa Egeria quien aseguró en el 383 que estaba en la basílica constantiniana de Jerusalén, en el complejo del Santo Sepulcro. A partir de entonces se suceden una serie de descripciones de viajeros que aluden a la Copa del Señor. Sin embargo, desde el siglo IX no existía constancia en torno al Santo Cáliz hasta una petición de Jaume II el Just en 1322 (ojo a este documento, que volverá a aparecer en escena). Estos vacíos son los que explican, en parte, la multiplicidad de cálices por el mundo. Al menos se contabiliza media decena que compiten con el de València por ser el original. Entre ellos, el conocido como cáliz de doña Urraca de León.
Los documentos hallados por Turienzo de entrada supusieron una sorpresa, porque abrían una vía hasta entonces insospechada. En uno de ellos, el emir de Dènia solicitaba al califa-imán de El Cairo “un cáliz de fama milagroso, del cual se decía que era el empleado por Jesuscristo en la Última Cena”. El segundo, anónimo, sin destinatario y sin datación determinada, habla de una esquirla que se rompió en la copa. A partir de estos documentos, los doctores Margarita Torres y Miguel Delgado publicaron el libro Los reyes del Grial en el que quisieron entrever en ellos una posibilidad que diera carta de fe al cáliz de León. La copa custodiada en la capital leonesa sería la misma de la que se venía hablando desde el siglo IV, que habría llegado gracias a la mediación del emir de Dénia. Sin embargo, según la tesis de Martín Lloris, lo que demuestra es “que el recorrido que hizo la copa hasta llegar a València es distinto del que se creía hasta ahora”. O dicho de otro modo, que sí, que reescribe la historia, pero en otro sentido muy diferente.
En primer lugar, desmonta aún más las posibilidades de que la reliquia leonesa sea la original, la que se conoce desde el siglo IV. Ya existían al respecto serias dudas. Una de las descripciones más antiguas de la Copa pertenece al Venerable Beda y es del 692. Según dejó escrito, el cáliz del Santo Sepulcro tendría asas, cosa que no pasa con el de León y sí con el de València. Pero no sólo eso. Como recuerda Martín Lloris, la verdadera razón de ser de las reliquias era, además de la intrínseca devoción religiosa, su “uso propagandístico”, ya que las reliquias eran, como las obras de arte hoy día, algo así como reclamos turísticos y señal de prestigio; de hecho siguen siéndolo. En su artículo ‘Reliquias para Año Nuevo’, Umberto Eco explicaba que, “en la Edad Media, poseer una reliquia famosa era un valioso recurso turístico porque atraía flujos de peregrinos tal como hoy en día una discoteca de la costa atrae a turistas alemanas y rusas”. Y es ahí donde flaquea aún más la opción leonesa. ¿Qué sentido tendría adquirir una pieza para propaganda y tenerla escondida durante siglos? ¿Por qué no aparece en ninguna relación de propiedades? Sería como tener la Mona Lisa en un almacén.
En segundo lugar, los documentos egipcios dotan de sentido a otros que sí se conocían y a los cuales, hasta la fecha, no se les había prestado atención. Especialmente, el ya mentado de Jaume II. En un documento fechado en 1322 que se encuentra en el Archivo de la Corona de Aragón, Jaume II escribe al sultán de Egipto pidiendo la Vera Cruz y el Cáliz de la Última Cena. Conocidas las buenas relaciones entre el monarca de Aragón y el sultán magrebí, esta carta vendría a confirmar pues que desde al menos el siglo XI y hasta bien entrado el XIV existía el convencimiento en Europa de que una pieza conservada en Egipto era el Santo Cáliz. Pero no sólo eso, acota aún más el posible viaje a la península, hasta que aparece en 1399 en el monasterio de San Juan de la Peña. Sólo 77 años de distancia.
Así pues no sólo desmonta la tesis leonesa, sino también la historia oficial sostenida por el Arzobispado de Valencia sobre cuál fue el recorrido de la copa. En concreto, el Arzobispado apunta en su página web que “durante la invasión musulmana, a partir del año 713, fue ocultado en la región del Pirineo, pasando por Yebra, Siresa, Santa María de Sasabe (hoy San Adrían), Bailio y, finalmente, en el monasterio de san Juan de la Peña (Huesca), donde puede referirse a él un documento del año 1071 que menciona un precioso cáliz de piedra”. Todo ese tránsito carece de sentido ante los documentos que abren la vía egipcia. De Jerusalén fue a Egipto y allí, al menos es lo que parece, permaneció más de tres siglos. “Que el rey Jaume II lo pidiera es fundamental porque nos hace ver que muy probablemente el recorrido que hizo el cáliz hasta llegar a València es diferente del que se había dicho hasta ahora”, explica Martín Lloris.
Aunque quedan aún preguntas por resolver (¿qué pasó entre la carta de Jaume II y su aparición en Huesca?, ¿cómo llegó hasta allí?), esta nueva conexión constituye todo un hallazgo porque permite seguir una pista documental y fiable. Asimismo, para Martín Lloris los documentos egipcios constituyen un refrendo al valor histórico del cáliz valenciano, el cual, después de ser adquirido por Martín el Humano, pasó al menos 10 años en Barcelona, y llegó a València de la mano de Alfonso el Magnànimo en 1424. Su posterior entrega a la Catedral de València, como aval de un préstamo que los reyes aragoneses nunca pagaron, es el que ha hecho que desde hace más de cinco siglos esté en la seo valenciana.
Si los análisis arqueológicos que realizó el profesor Antonio Beltrán en 1960 ya corroboraron que, al menos, la pieza era de la época de Cristo (algo no tan extraño ya que era muy habitual en las familias judías conservar cálices que pasaban de generación en generación), los nuevos hallazgos corroboran que el nuevo relato del cáliz valenciano sí encaja en la historia verdadera. Y así cobra cada vez más fuerza la opción de que la copa valenciana sea la misma de la que se comenzó a hablar en el siglo IV. Eso sí, mientras no aparezcan nuevos documentos, lo de que fuera la que usara Cristo en la Última Cena es ya una cuestión de fe en sentido estricto.
Dicen que la verdad os hará libres, y sinceramente es que hace falta mucho conocimiento e investigación todavía para opinar libre y acertadamente sobre esa gran reliquia de la cristiandad