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La biografía no autorizada de Mark Zuckerberg más controvertida se ha escrito en València

El creador de la red social por antonomasia en cuyos altares hemos sacrificado nuestra privacidad no es precisamente un personaje transparente, por lo que algunos han decidido exponerlo por las bravas

11/02/2019 - 

La sonrisa recuerda a la de esos inquietantes muñecos de ventrílocuo que clavan sus ojos en la nada con una sonrisa de madera rígida y aséptica, uno de esos muñecos en cuyo interior se mueve un brazo como una lombriz en la oscuridad de la tierra, como un platelminto en el interior de un órgano. Ha acudido al Congreso a aclarar ciertas cuestiones sobre las actividades de su empresa: los datos de ochenta y siete millones de usuarios se han visto comprometidos al ser extraídos de la red por medio de un ingenioso método, vendidos a una empresa de análisis y desarrollo de campañas y posteriormente empleados para manipular online a los votantes de las elecciones presidenciales estadounidenses de dos mil dieciséis, que han llevado a la Casa Blanca a un hombre con la cara pintada de naranja al que según parece nadie esperaba por allí, pero que con todo y con eso ha sabido embolsarse casi sesenta y tres millones de papeletas. El mundo mira al muñeco de ventrílocuo, pero él no mira al mundo. Estar allí le resulta desagradable, al gran gurú de la exposición pública no le resulta cómodo exponerse públicamente; si lo hace es por la misma razón por la que expone a los demás: por dinero. Su compañía ha perdido miles de millones en bolsa en solo veinticuatro horas y solo su intervención puede devolver la confianza al parqué. Ha ensayado mucho para revestir su rostro inexpresivo de algo parecido a la humanidad sin éxito, y la clave está en sus ojos. Cuando sonríe solo fuerza los músculos que tiran de las comisuras de los labios, pero sus ojos se mantienen estáticos como los de un escualo. El resultado es la mueca que le supondríamos a una máquina pesadillesca.

Se había prometido no volver a incurrir en deslices como el de aquella ocasión en que respondiendo a la pregunta inofensiva de una estudiante que quería saber con qué obstáculos se había encontrado hasta llegar a su posición, se complicó la vida afirmando que había sido humano, situación que intentó corregir explicando que lo era. Explicándolo. Más tarde también respondería en vídeo negando ser un reptiliano a quienes cuestionaban su naturaleza. Nada de eso ha servido para evitar apelativos siniestros como Zuckerborg o Zuckerbot, o que ahora tenga que estar allí, frente al planeta, contestando a las preguntas de congresistas que sospechan de su lealtad al país, de su afinidad al dólar. El dólar es solo información en una cuenta, igual que el rublo, el yuan, el yen o el euro. Él sabe mucho de información. Las emociones, sin embargo, las lleva peor. No se pueden acumular o procesar con tanta facilidad: exigen implicación, contacto, penetración, contaminación. Cambridge Analytica sí sabe de emociones, ya ha tomado nota. Los periodistas zumban a su alrededor escrutando sus expresiones faciales, sus sensores le advierten de ello. De lo que no pueden advertirle todavía es de que a miles de kilómetros de distancia, un extraño colectivo integrado por escritores y profesores de universidad al amparo de la marca Hotel Postmoderno va a tener la idea de escribir y publicar Mark Zuckerberg: una biografía no autorizada, y que entre otras revelaciones, van a poner de relieve la incómoda verdad de que su apellido guarda cierta similitud fonética con chupavergas.

Sus nombres son Alberto Torres Blandina, David Barberá, David Pascual Huertas / Mr Perfumme, Kike Parra y Maxi Villarroya, y de alguna manera acabarán convenciendo al sello valenciano Ediciones Contrabando para que aloje en sus servidores en papel -a los que por entonces todavía llamaremos libros- la investigación ficcional que han llevado a cabo entre todos y que se compone de relatos, estados de Facebook ajenos y propios, dibujos, elogios de dudosa procedencia en la contraportada, memes y recortes de periódico. Dicho así, uno podría suponer que la investigación no lo será tanto, o por lo menos que no será rigurosa, pero nada más alejado de la realidad: es probable que la única forma cabal de aproximarse a una figura tan enigmática como la del CEO robótico sea dando un rodeo aprovechando los contornos de lo posible, aunque improbable. De hecho, no sería ninguna sorpresa que la realidad de Zuckerberg superase con creces lo propuesto por el grupo posmoderno, que en dos mil diecinueve se encuentra en plena gira de presentaciones del estudio publicado en la colección Che Books de Contrabando, presentaciones que ya han deparado momentos que costará borrar de las meninges de quienes han asistido a ellas -se habla de doctores arrastrándose desnudos por el suelo de una librería clamando al cielo por su soledad, de canciones que enrollarían los calcetines en los tobillos a los fiscales, de anécdotas incomprensibles sobre chaquetas de vaquero compartiendo escenario con disquisiciones sobre gestión territorial-.

Luego está todo eso de los censores, la historia de los hermanos Winklevoss que aseguran que Zuckerberg les robó Facebook, el nacimiento sobrenatural de Priscilla Chan y su papel como mesías de la Normalización olos pasajes académicos de Barberá -¿quién es más real, o mejor dicho, quién tiene más posibilidades de existir, Paul Seduction o David Barberá?- que nos ponen frente al espejo cierto de nuestras miserias: expediciones literarias hacia las profundidades del fenómeno y su fenomenal invento, intentos de dar sentido a lo que seguro excede a nuestras capacidades por falta de perspectiva. Estamos viendo solo una porción iluminada de un cuadro gigantesco que permanece a oscuras, mientras en algún lugar del pasado reciente, el interrogatorio continúa en el Congreso, los ojos del interrogado parpadean según el protocolo preestablecido de parpadeos estadísticamente humanos, las intenciones permanecen confinadas en una caché secreta. En el presente, las arañas algorítmicas de los contenedores digitales de la verdad libran una lucha sin cuartel por hacerse con nuestras voluntades, y Zuckerberg detecta un proceso desconocido en segundo plano, y se pregunta si será eso el amor.

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