Hace ya tres años un grupo de profesionales empezamos una rutina discontinua. Los cafés de la primera hora de la tarde de los lunes se transformaron después en reuniones mientras recorríamos andando las calles de Ciutat Vella, y luego en desayunos periódicos en esos centros sociales que son los bares. A Quique Medina, César Gómez-Mora, Vicent Molins, Eugenio Viñas y a mí nos unió la voluntad de romper estereotipos sobre la ciudad que habitamos, que odiábamos y que queríamos; de hablar sin tapujos sobre las posibilidades de transformación de Valencia, de encontrar espacios para desarrollarnos profesionalmente y de desprendernos del auto-odio y de clichés tóxicos autoimpuestos.
"...NO HABÍA QUE MIRAR MUY LEJOS. UNA VALENCIA QUE VIBRA SUPONE VOLVER A LA IDEA DE CIUDAD MEDITERRÁNEA: UNA CIUDAD ABIERTA, UNA CIUDAD ACOGEDORA"
Valencia no era la mejor ciudad del mundo, no era un cruce megalómano entre Dubai y Miami. Valencia no era tampoco el culo del mundo, la ciudad más pestilente y corrupta del planeta. Valencia tenía unas potencialidades increíbles y una energía subcutánea lista para salir a la superficie.
Parecía además que Valencia tenía unas cualidades propias, que por cotidianas pasaban desapercibidas. Unas cualidades que bien aprovechadas podrían contribuir decididamente al desarrollo económico y a la calidad de vida de sus ciudadanos, autóctonos y recién llegados.
De esa rutina de desayunos y caminatas nació València Vibrant. Una especie de lobby ciudadano para debatir, entre voces no tan habituales, sobre la Valencia en la que trabajamos y nos implicamos. No era la mejor ciudad del mundo, pero era la ciudad en la que vivíamos y sin duda podíamos contribuir a hacerla ligeramente más agradable.
Tras dos grandes eventos (para nosotros y a escala humana), algunos encuentros, un estudio cuantitativo y una red bastante sólida de personas con puntos en común y ganas de hacer, hemos ido entreviendo juntos cuales son las posibilidades de la Valencia del futuro. Y no había que mirar muy lejos.
"Que amemos nuestra ciudad no significa que nos embelesemos con himnos ni otros símbolos"
Una Valencia que vibra supone volver a la idea de ciudad Mediterránea: una ciudad abierta, una ciudad acogedora. Porque estar a gusto donde vivimos -y tener la capacidad de transformar el espacio en el que nos movemos a diario en un lugar donde poder estar más a gusto, lo que llamamos derecho a la ciudad-, es la palanca más importante para el desarrollo económico, social y cultural de un territorio.
Que nos sintamos a gusto donde vivimos permite gestionar de manera productiva los conflictos, permite innovar, crear empresas, plasmar ideas y soñar con proyectos. Que amemos nuestra ciudad no significa que nos embelesemos con himnos ni otros símbolos, significa que tengamos espacios para convertir nuestros deseos en prácticas.
En el último Encontre Vibrant, celebrado el martes pasado en el Palau de la Generalitat, algunos valencianos nacidos en otros países discutieron, a gusto y con gusto, sobre los estereotipos a romper y sobre la ciudad que los acoge. Una ciudad que descubrieron casi por casualidad, donde cayeron casi por equivocación, y que les acabo enamorando y cabreando a partes iguales.
Valencia es una ciudad que se llena la boca con palabras bonitas de integración y bienvenida pero que se muestra incapaz aún de permitir de manera plena al desarrollo de las identidades individuales, complejas y diversas. Debería ser una ciudad donde no se ponga solo en valor ‘lo exótico’ en semanas culturales y se generen las condiciones físicas, legales y administrativas para que no haya extranjeros de distintas categorías. Porque desgraciadamente la Administración sigue aún un modelo asimilacioncita con mecanismos rígidos de participación y acceso a recurso.
Antonio Lui Yang, Papa Dieganne, Monique Bastiaans, Germán Carrizo, Anastasio Costoso, Stine Glismand, Cedric Bastian, Yasser Alakhdar y Demetrio Gómez nos enseñaron que una Valencia vibrant de verdad se deberá olvidar de modelos cerrados y permitir rutas y líneas de fuga diversas. Una ciudad vibrant será aquella donde no haya extranjeros y extranjeros. Ni siquiera extranjeros y locales. Solo valencianos que la aman no visceralmente y que la critican constructivamente. Porque estar a gusto es necesario para poder estar mejor. Porque estar a gusto nos hace más abiertos, más felices y más ricos.