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tribuna libre / OPINIÓN

La derrota del territorio ausente

Por qué un nuevo sistema de gobernanza territorial es imprescindible

16/12/2015 - 

VALENCIA. La crisis, de la que aún no hemos salido por mucho que algunos quieran convertir sus deseos en profecías auto-cumplidas, engloba tres dimensiones distintas: una dimensión económica ligada a la explosión de la burbuja inmobiliaria y financiera, una dimensión social representada por la pérdida de confianza en las instituciones públicas y en los partidos políticos tradicionales, y una dimensión territorial que nos ha hecho cuestionar el modelo de gobernanza del Estado.

Las dos primeras dimensiones han sido de sobra tratadas en esta campaña. Se ha hablado de la necesidad de generar empleo (aunque cifrar los efectos de las políticas económicas en el número de ocupados pertenece al reino de fantasía), se ha hablado de cambiar el modelo productivo, de la importancia de la educación, de la necesidad de invertir en investigación y desarrollo, del problema del tamaño de las empresas o de las dificultades que generan las actuales normativas. No obstante, los debates y los programas no han superado el mal endémico de estar constantemente confundiendo medios y objetivos: se defienden bajadas marginales de tipos impositivos y regulaciones sectoriales parcheadas, sin explicitar lo que se pretende conseguir con ello, sin pararse a definir en profundidad cual debería ser el papel del Estado en la economía.

Por otro lado, la dimensión social ha estado más presente que nunca: la desigualdad, la precarización de los trabajadores, el problema de acceso a la vivienda. La emergencia del eje: nueva-vieja política es un ejemplo evidente de la desafección hacia las instituciones, contrarrestada por lo que parece un nuevo interés hacia la política.

Pero, ¿cuál ha sido el rol de la tercera dimensión? Es muy mala noticia que la dimensión territorial haya estado prácticamente ausente más allá de opiniones irreconciliables sobre el encaje de Catalunya en España y alguna puesta en duda, velada, sobre el modelo del AVE.

La nefasta gobernanza del territorio del Estado no es un hecho subsidiario de las crisis mencionadas: las duplicidades y los solapamientos entre administraciones; los incentivos perversos que tenían los ayuntamientos para urbanizar; un modelo demencial de infraestructuras con el objetivo meramente político de construir una España radial con la supercapital en Madrid; el círculo vicioso de la planificación urbanística con la creciente artificialización de suelo, la construcción y la corrupción. La gestión del territorio no ha sido solo condición necesaria para la(s)crisi(s), ha sido caldo de cultivo y amplificador.

Nos jugamos mucho, especialmente los valencianos, en los años venideros. No solo porqué necesitamos unas infraestructuras que no estén planeadas a capricho y que respondan de verdad a las dinámicas económicas (lease el Corredor Mediterraneo), no solo porqué es preciso redefinir el sistema de competencias y de financiación para poder proveernos de los servicios y bienes públicos que necesitamos.

Estamos viviendo un proceso de re-escalamiento, acelerado por la crisis, en qué las unidades administrativas actuales no pueden responder de manera eficiente a los nuevos retos. Ya hace mucho que se habla de la crisis del Estado-nación, aunque la discusión académica y técnica ha ido mucho más allá. Las megaregiones a escala macro (grandes áreas densas en actividad que superan en población y mucho más aún en generación de PIB a algunos países); las áreas metropolitanas a escala meso (conurbaciones que representan las ciudades reales al actuar como unidades funcionales) y los barrios a escala micro (que representan los espacios de la vida diaria, la participación y la innovación social), representan hoy en día los lugares geométricos donde de verdad están pasando las cosas. Superponer a esas dinámicas el corsé absolutamente rígido de la actual gobernanza del territorio, supone ponerle puertas al campo, no aprovechar potencialidades y no ser capaz de resolver los problemas en profundidad.

No es casualidad que las cabezas de los ayuntamientos de izquierda sean los líderes más valorados. Es a nivel local donde se pueden percibir los cambios de política de manera efectiva y dónde los canales de participación pueden funcionar. Es donde sucede la innovación, que solo puede aparecer si se dan las condiciones para que personas y empresas no sean fácilmente deslocalizables (hablo de atractores y no de restricciones).

No sólo porqué no tiene sentido montar un Harvard en Zamora ni hacer un AVE a Teruel. Debemos repensar en profundidad la manera como gestionamos el territorio para que el sistema de gobernanza se convierta en una consecuencia, que aproveche y gestione lo que el mercado y la vida diaria de las personas necesitan, en lugar de actuar como una pre-condición (definiendo por anticipado límites y fronteras) de las dinámicas socio-económicas.

¿En qué se debería concretar ese modelo de gobernanza? En primer lugar en el replanteamiento del sistema de financiación y del marco de competencias de los distintos niveles de la administración. En segundo lugar en la redefinición del sistema de infraestructuras. En tercer lugar en la creación de nuevos instrumentos de gobernanza para gestionar las nuevas escalas (barrios,áreas metropolitanas y megaregiones) que eviten duplicidades. Se trata, desde mi punto de vista,de ser muy liberal a la escala micro de los barrios, permitiendo que las cosas buenas pasen, los vecinos se apropien de los espacios, la innovación y la experimentación aparezcan. De ser muy social-demócrata al nivel meso de las áreas metropolitanas para mancomunar servicios y resolverlos problemas importantes como la movilidad y la vivienda. Y de ser muy estratégico al nivel macro de las megaregiones con alianzas entre comunidades autónomas (Cataluña y Valencia deberían ser uña y carne) y un nuevo sistema de infraestructuras a nivel estatal que dinamite la España radial e impida la aparición de otra burbuja de construcción privada y equipamientos públicos.

Un nuevo modelo de gobernanza es imprescindible para que las diferentes identidades encajen en España y para hacer sostenible el sistema de financiación y redistribución territorial. Pero es aún más importante para el cambio de modelo productivo y para la gestión eficiente de los recursos.

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