Valencia Plaza

medio ambiente

La desconocida vida del barranco de Carraixet

  • Una Bisbita y Lavandera Blanca en el barranco del Carraixet (TXEMA ANTÚNEZ)
Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

VALÈNCIA.-  Fue llamado Riu Sec en el Llibre dels Fets y cuenta la leyenda que el ejército cristiano de Jaume I persiguió hasta allí a las tropas  musulmanas en desbandada tras su clamorosa victoria en la batalla de El Puig, en agosto de 1232. En realidad, es un curso de agua —ahora, como hace ochocientos años, mayormente seco— de 45 kilómetros de longitud y 314 de superficie que vertebra el norte de València. Rompe el territorio desde la vertiente sur de la sierra Calderona hasta Alboraya, en las puertas del Cap i Casal, donde muere en el Mediterráneo con un coto de pesca y varios ullals —humedales costeros de agua dulce— rodeados de una ermita, la del Miracle dels Peixets.

Resulta milagroso a ojos del profano, casi tanto como la recuperación de un cáliz por parte de dos peces conmemorada en la ermita, la vida que hay en el Carraixet. El barranco atraviesa dos comarcas y hasta doce municipios y sufre la inevitable y brutal presión del hombre. Mucha de su parte baja está tomada por escombros, basura y todo tipo de desperdicios. Otras son utilizadas para practicar motocross, trial y hasta enduro, o recorridas por domingueros —o aficionados con ínfulas— con sus bicicletas de montaña.  Rodeado de campos, decenas de caminos atraviesan el barranco para comunicar sus dos vertientes, con el consiguiente trasiego de vehículos. Y a pesar de  todo, la fauna y la flora del terreno sorprenden a muchos. 

Uno de esos fascinados por el lugar es Txema Antúnez, un vasco de Santurtzi nacido en 1953. Como tantos vizcaínos —«soy de la margen izquierda de Bilbao, ¡eh!», dice con orgullo— se ha ganado la vida en la industria siderometalúrgica. Ha girado por España levantando proyectos enormes como la central nuclear de Lemóniz, saboteada por ETA y que nunca funcionó. En Valencia, donde llegó con el cambio de siglo, ha trabajado para la Ford y otras industrias de renombre. Tanto en Euskadi como en la Comunitat Valenciana, Antúnez, además de trabajar, ha hecho fotos, muchas fotos. Y desde que está jubilado, más aún. 

Lea Plaza al completo en su dispositivo iOS o Android con nuestra app

«Salgo a diario, excepto por mal tiempo extremo u otros imponderables, a hacer fotos en el Carraixet. Me paso, en función de la estación del año, varias horas al día allí. No sé cuántos, pero tengo infinidad de gigas con decenas de miles de fotos». Antúnez, un aficionado a la fotografía y la naturaleza, no tiene pretensiones ni artísticas ni científicas, pero se trabaja su hobby. Cada mañana se desplaza con su vehículo y monta su hide —el escondite donde, agazapado y protegido por una lona negra y discreta, dispara— para causar asombro entre los viandantes pero pasar inadvertido entre los animales. 

Como intenta probar el material gráfico adjunto,  Antúnez le pone pasión al asunto. Habla fascinado de la diversidad del Carraixet: «Es asombrosa la riqueza de la fauna y la flora de un lugar donde apenas debería haber vida» y de su flexibilidad, resiliencia que se dice ahora. «Hace tres años hubo una riada [en la histórica de 1957 el barranco transportó 1.300 metros cúbicos por segundo] que arrasó con todo y el espacio se regeneró a una velocidad tremenda». La capacidad de adaptación al medio impresiona a Antúnez: crítico con el trato al entorno, lamenta ver «un paraje tan bonito lleno de basura. Los valencianos maltratáis hasta una maravilla tan singular como la huerta». 

Recibe toda la actualidad
Valencia Plaza

Recibe toda la actualidad de Valencia Plaza en tu correo