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medio ambiente

La desconocida vida del barranco de Carraixet

Un vizcaíno asentado en L´Horta documenta con años de trabajo y miles de fotografías la exuberante naturaleza del Riu Sec, 46 kilómetros de cauce entre la Sierra Calderona y el Mediterráneo que vertebran el norte de la provincia de Valencia 

| 25/12/2019 | 5 min, 3 seg

VALÈNCIA.-  Fue llamado Riu Sec en el Llibre dels Fets y cuenta la leyenda que el ejército cristiano de Jaume I persiguió hasta allí a las tropas  musulmanas en desbandada tras su clamorosa victoria en la batalla de El Puig, en agosto de 1232. En realidad, es un curso de agua —ahora, como hace ochocientos años, mayormente seco— de 45 kilómetros de longitud y 314 de superficie que vertebra el norte de València. Rompe el territorio desde la vertiente sur de la sierra Calderona hasta Alboraya, en las puertas del Cap i Casal, donde muere en el Mediterráneo con un coto de pesca y varios ullals —humedales costeros de agua dulce— rodeados de una ermita, la del Miracle dels Peixets.

Resulta milagroso a ojos del profano, casi tanto como la recuperación de un cáliz por parte de dos peces conmemorada en la ermita, la vida que hay en el Carraixet. El barranco atraviesa dos comarcas y hasta doce municipios y sufre la inevitable y brutal presión del hombre. Mucha de su parte baja está tomada por escombros, basura y todo tipo de desperdicios. Otras son utilizadas para practicar motocross, trial y hasta enduro, o recorridas por domingueros —o aficionados con ínfulas— con sus bicicletas de montaña.  Rodeado de campos, decenas de caminos atraviesan el barranco para comunicar sus dos vertientes, con el consiguiente trasiego de vehículos. Y a pesar de  todo, la fauna y la flora del terreno sorprenden a muchos. 

Uno de esos fascinados por el lugar es Txema Antúnez, un vasco de Santurtzi nacido en 1953. Como tantos vizcaínos —«soy de la margen izquierda de Bilbao, ¡eh!», dice con orgullo— se ha ganado la vida en la industria siderometalúrgica. Ha girado por España levantando proyectos enormes como la central nuclear de Lemóniz, saboteada por ETA y que nunca funcionó. En Valencia, donde llegó con el cambio de siglo, ha trabajado para la Ford y otras industrias de renombre. Tanto en Euskadi como en la Comunitat Valenciana, Antúnez, además de trabajar, ha hecho fotos, muchas fotos. Y desde que está jubilado, más aún. 

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«Salgo a diario, excepto por mal tiempo extremo u otros imponderables, a hacer fotos en el Carraixet. Me paso, en función de la estación del año, varias horas al día allí. No sé cuántos, pero tengo infinidad de gigas con decenas de miles de fotos». Antúnez, un aficionado a la fotografía y la naturaleza, no tiene pretensiones ni artísticas ni científicas, pero se trabaja su hobby. Cada mañana se desplaza con su vehículo y monta su hide —el escondite donde, agazapado y protegido por una lona negra y discreta, dispara— para causar asombro entre los viandantes pero pasar inadvertido entre los animales. 

Como intenta probar el material gráfico adjunto,  Antúnez le pone pasión al asunto. Habla fascinado de la diversidad del Carraixet: «Es asombrosa la riqueza de la fauna y la flora de un lugar donde apenas debería haber vida» y de su flexibilidad, resiliencia que se dice ahora. «Hace tres años hubo una riada [en la histórica de 1957 el barranco transportó 1.300 metros cúbicos por segundo] que arrasó con todo y el espacio se regeneró a una velocidad tremenda». La capacidad de adaptación al medio impresiona a Antúnez: crítico con el trato al entorno, lamenta ver «un paraje tan bonito lleno de basura. Los valencianos maltratáis hasta una maravilla tan singular como la huerta». 

Entre garzas y libélulas 

La colección fotográfica de Antúnez impresiona. Miles de fotos con bichos y plantas relativamente comunes pero que asombran observados con nitidez microscópica. Garzas cangrejeras, impresionantes con su envergadura de noventa centímetros y su poderoso graznido, ‘caahc’. El colirrojo tizón, un pequeño pájaro de color pardo oscuro o negro y característica cola roja, atributo del que proviene su nombre popular. La tarabilla, gracioso pajarillo de aspecto rechoncho, con un diseño cromático muy llamativo en los machos. Hormigas león, arañas, saltamontes, jilgueros, avispas terreras... todo ha caído bajo el objetivo de Antúnez. 

El fotógrafo del Carraixet tiene sus filias: las libélulas. Ha participado en testeos de estos animales organizados por la Sociedad Odonatológica de la Comunitat Valenciana,  más conocida por el nombre en valenciano de este bello invertebrado: parotets. Antúnez no es biólogo ni ambientólogo, ni lo pretende, pero habla con admiración de los odonatos, una orden de insectos con más de seis mil especies, entre ellas, las más comunes, las mencionadas libélulas y los caballitos del diablo. 

«Pasa un año bajo el agua, donde respira gracias a una especie de branquias, permanece sin apenas contacto con la superficie y se alimenta. Luego sale a la luz y disfruta de una metamorfosis total, impresionante en tiempo y forma, para convertirse en el invertebrado de mayor tamaño que es capaz de volar». Tras años de trabajo y cientos, miles de horas de atenta observación, Antúnez no ha perdido la ilusión por capturar con su cámara la compleja y asombrosa vida del barranco del Carraixet. Su legado en forma de imágenes  formará parte de la historia del Riu Sec que ya describió Jaume I.  

* Este artículo se publicó originalmente en el número 62 (diciembre 2019) de la revista Plaza

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