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‘La divina floresta’, la vida aprendiendo a vivir

En el catálogo de Siruela se encuentra esta joya de la narrativa italiana en la que asistimos al nacimiento de la vida en sí misma y a su evolución en el sentir

19/08/2024 - 

VALÈNCIA. Fuera de la literatura infantil no es demasiado común encontrar historias protagonizadas por seres no humanos. Sin duda existen —otros animales, extraterrestres, inteligencias artificiales, dioses, demonios, monstruos—, pero el tratamiento que se les da suele humanizarlos en gran medida, de tal forma que en lo esencial terminamos por no encontrar demasiadas diferencias. Si buscamos que además sea el protagonista no humano quien ejerza de narrador, la cosa se complica mucho más. El abanico de posibilidades se reduce. Escribir fuera del marco humano es mucho más difícil de lo que parece, al menos si se quiere lograr un resultado verosímil que consiga sacar a quien lee de su experiencia vital. Pese a la dificultad, se ha conseguido en ciertas ocasiones. Viene a la mente Golem XIV, de Lem, un auténtico prodigio que nos llega a convencer de que las respuestas de la máquina pensante son producto, efectivamente, de un intelecto muy superior (mucho más incluso que el del autor, que ya es decir). Otros, como Rebelión en la granja, cumplen a medias la premisa, a priori porque la finalidad del autor no era tanto sacarnos de la piel humana como retratarnos desde otra perspectiva. Sea como sea, el ejercicio de escribir o de leer una historia no humana es siempre muy estimulante. No hay mayor aspiración que trascender en el amplio sentido del término. Sobrepasar el límite de lo humano para conocer o imaginar otros modos de ser es rozar una trascendencia real que pocas cosas además de la literatura pueden proporcionarnos. Pero, ¿y más allá? ¿Cómo de lejos se puede ir en la aventura de escabullirse fuera de lo que somos? La literatura de corte filosófico o científico ha experimentado con ello. Así, tenemos una obra tan interesante como Planilandia, de Edwin Abbott, en la que conocemos a seres de una y dos dimensiones, o la que hoy nos atañe, con título tan sugerente como es La divina floresta. 

Escrita por Giovanni Bonaviri y publicada en una fantástica edición de tapa dura por Siruela con traducción de Francisco Álvarez, en este caso es la misma vida quien cuenta su historia desde su origen cósmico en un universo en formación. El planteamiento es muy especial, al tiempo que complejo: la vida en su estado más abstracto es como el contorno de la dignidad que dibuja Kirk Van Houten en el que es uno de los mejores momentos de Los Simpson, un elemento que solo puede visualizarse en un plano superior de la conciencia. Bonaviri nos revela los primeros pasos de una vida que va probando sus herramientas (acaso creándolas) para arrastrarse sobre un espacio y un tiempo diferentes a las dimensiones estables que hoy percibimos: “Espero que mi historia no suscite risa o lástima, rica como es de acontecimientos que tuvieron inicio cuando yo no era alto ni bajo y el aire aún no se distinguía de la superficie de las aguas. A mi alrededor había vacío y un sueño impreciso, y yo, envuelto como estaba por la velocidad de un movimiento que no podía definir, me preguntaba: «¿Qué es? ¿Qué no es?». Y ese primer intento de dialogar con el mundo fue un punto en aquella noche negrísima. Mientras aguardaba, acurrucado como dentro de una película, extrañas sombras me rodeaban por todos lados, por lo cual nada veía puramente en sí, sino que todas las cosas aparecían mezcladas con vapores, remolinos y oscuras fuerzas. «jOh! ¡Oh!», grité. Se alzó un eco refractante, cual campana súbitamente enloquecida, y yo sentí frío y a continuación calor mientras me movía en espiral dentro de aquella ilimitada materia generativa. «Es inútil gritar», me dije”. Tras esta primera y caótica fase en que el superente protagonista se acostumbra a su realidad, llegamos a una Sicilia mítica que brilla en los albores de una Tierra que ya vibra con diferentes manifestaciones vegetales y animales. 

En forma de planta, el (ente) protagonista coquetea con una abeja, para después adoptar la forma de un buitre y elevarse libre de las ataduras de las raíces. Este primer buitre es un ser infantil que disfruta jugando con el dolor, la muerte y la destrucción ajena, es un niño que arrasa hormigas con una lupa en el camino a comprender qué significa la empatía. El contexto va mutando, los seres con los que debe convivir se suceden, y con estos cambios va madurando el buitre filosófico de Bonaviri, que irá buscando respuestas y mensajes más allá, siempre más allá. La novela, elogiada por Italo Calvino, ha perdurado, tal como este vaticinó, pero de un modo sutil, discreto, acorde a su personalidad. Calvino, por su parte, es autor de Las cosmicómicas, una colección de doce relatos que cabe suponer, sirvieron de inspiración a Bonaviri, sobre todo para la primera parte cósmica del libro, así como para su tono y humor. La divina floresta no es una novela para todos los gustos, es probable que de hecho sea justo lo contrario, sin embargo, su historia es universal y muy oportuna para nuestra época, en la que seguimos preguntándonos qué es la vida adentrándonos en la orilla de unos años inminentes en que con toda probabilidad nos veremos obligados a replantear la definición de lo que está vivo y lo que no, así como de lo que es sentir. Podemos imaginar una experiencia de abrir los ojos a la existencia como la del ente protagonista de La divina floresta pero actualizada al hoy: ¿cómo sería el despertar de una conciencia artificial en un entorno digital? ¿Cómo sería su primera toma de contacto con el turbulento orden binario de las máquinas que la alumbrasen? ¿Cuál sería su primera forma, cuál su isla, qué preguntas se haría (hará), para obtener qué respuestas? Pero hay otro paralelismo mucho más preciso todavía. El ente de Bonaviri y el que vendrá compartirán algo: tendrán autor. 

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