“Si para pintar se tiene que pensar en pintura, si para dibujar se tiene que pensar en dibujo, para grabar se tiene que pensar, también, en grabado. Y para pensar en grabado se tiene que conocer el grabado. Se tienen que conocer las técnicas y se tiene que conocer la estampación. Y no solamente para grabar de una forma más o menos ortodoxa, sino para olvidarse de esa técnica en el momento de trabajar y acceder a la libertad que da el conocimiento”. (Joan Hernández Pijuan-Folquer)
Hay una incalificable historia que nunca he podido corroborar. Al parecer, un comerciante de grabados disponía de los dos únicos ejemplares existentes de una estampa realizada por Rembrandt. Según se cuenta, para convertirlo en una pieza única y que, por tanto, su valor se incrementara exponencialmente, destruyó uno de los dos. Rembrandt es autor de 315 planchas de las que salieron aproximadamente 18.000 grabados, la mitad de los mismos en vida del artista, pero según un sorprendente estudio reciente, la otra mitad se llevó a cabo de forma póstuma unos años más tarde de su fallecimiento. Ello significa, para los expertos, que sólo los estampados estando vivo el autor son verdaderos originales del genio holandés. ¿A que llamamos, en realidad, un grabado original?
Recuerdo que un amigo que atesora una magnífica colección de grabado holandés del siglo XVII-qué rarezas hay en esta ciudad- me dijo algo en lo que no había caído: la autoría del grabado no se queda en los surcos dibujados sobre la plancha de cobre sino que se extiende incluso hasta el final: la presión del tórculo. Pocas disciplinas artísticas fusionan de forma más ejemplar la vertiente artesana, técnica y creativa. En ocasiones nos planteamos porqué una pieza que salió de las manos de un maestro artesano, la convertimos en arte por el mero paso de los siglos, como sucede en el caso de muchas artes aplicadas en la que el maestro del oficio carecía las pretensiones trascendentes del artista, sino ejecutar un encargo de la mejor forma posible.
Pero el del grabado es un arte particular, diferente, que fusiona técnica y auténtica creación. Hasta que tenemos la estampa impresa en el papel los procesos intelectuales, mecánicos y químicos más o menos complejos según el tipo de calcografía se suceden en estrecha relación. Como decíamos, en sentido estricto únicamente hablamos de original cuando es el mismo artista quien ejecuta el dibujo, el proceso químico en el caso de aguafuertes, aguatintas y otros, y la final impresión, puesto que, por ejemplo, la mayor o menor presión del tórculo, la cantidad de tinta empleada, entre otras cuestiones, van a tener un reflejo determinante en la estampa. Estas circunstancias que en no pocos casos sucedieron hace más de trescientos años, convierten este en un mundo muy complejo, de lupa y flexo. Los grabados excepcionales no suelen estar expuestos a la luz y deben ser conservados en condiciones especiales. Sólo verdaderos conocedores saben si nos hallamos ante una primer estado u otro posterior: el estudio del papel, las marcas de agua, la introducción de variaciones mínimas entre una tirada y otra son determinantes.
Estas cifras que citaba al comienzo, nos dan una pista de lo que significaba el grabado en un mundo en el que no todos se podían permitir tener cuadros con los que embellecer sus viviendas, o tallas de madera a las que dirigir las plegarias. La estampa era un medio económico para acceder al arte o a la imagen religiosa. En muchas ocasiones era el medio de subsistencia de muchos artistas puesto que su gran difusión derivada de su carácter reproductivo les proporcionaba más beneficios, si cabe, que la propia pintura de caballete. El caso de Piranesi, el genio del grabado de la segunda mitad del siglo XVIII, es llamativo: sus estampas sobre las antigüedades romanas se adquirían masivamente por los viajeros a modo de postales o souvenirs de la ciudad eterna constituyendo un recuerdo magnífico del grand tour. Pronto se exportaron por Europa y llama la atención el buen tino que tuvo la Academia de San Carlos de Valencia que en el mismo siglo XVIII adquirió nada menos que 880 estampas (la práctica totalidad de su producción) que hemos tenido el privilegio de disfrutar en diversas exposiciones.
El grabado en la actualidad
Hoy en día, al igual que en el momento en que fueron concebidos, en términos generales los grabados son piezas asequibles a muchos bolsillos, incluso los de alta época (siglos XVI-XVII), siempre que no estemos hablando de primeros estados de obras de grandes maestros. Si presentan alguna “tara” que pueden pasar más o menos desapercibidas por quienes no somos coleccionistas, como que la impresión refleje un evidente desgaste de las planchas, o al contrario, estas hayan sido repasadas para volver a sacar nuevas tiradas, el lavado (un procedimiento de limpieza química) o el recorte de los bordes, son razones por las que podemos comprar un bonito grabado de época por cantidades muy moderadas.
Muchos de los grabados antiguos que vemos hoy en día enmarcados y colgados de las paredes nunca fueron concebidos para ello, sino para ilustrar libros de toda índole. Por razones crematísticas, cutter en mano, en su momento fueron mutilados. Una práctica que para cualquier bibliófilo supone un sacrilegio digno de la más dura de las penas. En más de una ocasión he escuchado la expresión “cuajado de grabados” para ensalzar la calidad o importancia de un libro antiguo. Al contrario, la falta de alguno de ellos precipita el precio del libro hacia una profunda sima.
El grabado, la obra gráfica, es una gran desconocida hoy en día y una disciplina muy poco reconocida en la actualidad. El signo de los tiempos. Las grandes series de los maestros son auténticos tour de force no solo intelectuales sino incluso físicos, creados en condiciones de trabajo de enorme dureza desde el trabajo de incisión con los buriles y continuando con el uso de productos y ácidos letales para la salud. La obra de Durero, las Cárceles o Vistas de Roma de Piranesi, las series goyescas de la Tauromaquia, los Desastres de la Guerra o los Caprichos, la Suite 156 de Picasso creada con casi 90 años, son obras de una vida.
Una técnica fascinante de resultados inauditos si tenemos en cuenta que se trata de un procedimiento artístico indirecto: se ejecuta inversamente, sobre un material, se aplican unos procedimientos y el resultado poco tiene que ver con lo que vemos en una plancha recubierta de tinta. Una buena estampa de un paisajista flamenco del siglo XVII nos conduce al mundo de lo asombroso, pues resulta a todas luces inexplicable como el artista, sin uso del color, ha logrado infinitos efectos de luces y sombras que por mucho que se lo expliquen a uno, no logra comprender.
Valencia ha tenido y tiene una estrecha relación con la obra gráfica. Al setabense José de Ribera se le conoce como enorme pintor que fue, pero es más oscura su faceta de extraordinario grabador, puesto que como maestro del buril está poco estudiado. El valenciano Rafael Esteve, uno de los grandes grabadores españoles del siglo XIX, obtiene en 1839 la medalla de oro de la Exposición de París. Como decía, la Academia de San Carlos posee una de las mejores colecciones de grabados de Piranesi del mundo, ya que los académicos valencianos fueron precursores del coleccionismo de estampas del genio italiano en España. De hecho está documentado que en 1788, tras la muerte del artista, compraron directamente a su hijo los 16 tomos de las series, lo que viene a ser prácticamente la obra completa. Gracias señores académicos, allá dónde estén, pues es un lujo. Desde aquí un llamamiento para que se expongan más a menudo de forma rotatoria.
En cuanto a grabado moderno otra feliz operación se produjo cuando Bancaja adquiere una de las tres series completas existentes en el mundo de la Suite 156 de Picasso. Se hace también con la Suite Vollard, completando dos obras maestras absolutas del grabado del siglo XX. Bien entrado este siglo, hacer mención a la serigrafía artística en España, que tiene su inicio en la Comunidad Valenciana con artistas como Eusebio Sempere y la empresa Ibero-Suiza. Los más relevantes artistas valencianos y del resto de España como Tapies, Palazuelo, Arroyo o Saura contrataron con esta tristemente desaparecida empresa valenciana para imprimir sus serigrafías por la gran calidad que obtenían. Continuará…