tribuna libre / OPINIÓN

La Estrategia Naranja para la economía valenciana

5/06/2019 - 


La enfermedad de la baja productividad

Numerosas evidencias recientes muestran que la economía valenciana no va bien. A pesar de las reiteradas declaraciones sobre el cambio de modelo productivo, no consigue superar la enfermedad de la baja productividad y eso hace que sigamos deslizándonos por la pendiente de bajos salarios, escasas oportunidades profesionales para el talento y la innovación, fuga de cerebros que ya no podemos compensar con esa supuesta prima de “calidad de vida”. En el reciente informe sobre el Mapa del talento de IVIE , el País Valenciano ocupaba el puesto 10 entre las 17 CCAA

Aunque no es una cuestión de la última legislatura, -Jordi Palafox nos recordaba en un artículo que la negativa evolución relativa del PIB por habitante valenciano en las últimas décadas es excepcional. En los 130 años anteriores a 1990, no ha habido ningún otro período en el cual la pérdida de posición relativa haya sido ni tan continuada ni tan intensa.-, lo cierto es que el Govern del Botánic no puede exhibir ningún indicio de que las cosas estén cambiando. Los últimos datos de la contabilidad regional nos anunciaban que Asturias nos superaba en PIB per cápita y ya solo no ubicamos por encima de los eternos territorios rezagados de Andalucía, Extremadura Canarias o Murcia.

En otro artículo aun más reciente, Joaquín Maudos destacaba que nuestros trabajadores eran un 4,5% menos productivos que la media española y la productividad de nuestro capital un 7,5% menor. A esa menor productividad contribuye su menor dotación de capital humano. Un estudio muy reciente del IVIE (Foco AVE nº 7, 2019) señalaba: “En 2018 el 28,8% de los emprendedores (empresarios y directivos) de la Comunitat Valenciana posee estudios universitarios, 4,1 puntos menos que en España”.

Para algunos, ya parece que está bastante claro cuál es el diagnóstico y lo que falta aclarar es cómo se puede enderezar la situación, con programas concretos de políticas públicas, al margen de apelaciones genéricas sobre que todos los agentes sociales (administraciones, empresas, sindicatos, instituciones...) sean conscientes de la realidad de los datos manejados en esta tribuna, para, en segundo lugar, remar todos en la misma dirección. 

La discusión primera es determinar si la especialización productiva tiene que ver con la baja productividad. En concreto, de las 60 ramas de actividad en las que podemos desagregar la producción y el empleo, en dos terceras partes la productividad es inferior a la de España, y encima en algunas de esas ramas donde salimos mal parados estamos más especializados (es el caso de algunos sectores tradicionales) o por el contrario como señalan el informe de la Agencia Valenciana de Innovación (2016) y Gil, Llorca y Picazo (2016), el problema principal no se debe tanto a las diferencias de estructura productiva (composición sectorial) con España, sino sobre todo a la menor productividad interna de la mayor parte de sectores o empresas en la Comunitat Valenciana cuando los comparamos con los mismos sectores en el resto de España. 

El coste de oportunidad del turismo

Así sin saber a ciencia cierta si se trata de una cuestión que afecta a las empresas individuales o el tipo valenciano de especialización productiva, es evidente que nuestra permanente querencia por las actividades turísticas tiene que ver con esto. En plena recuperación de la Economía Valenciana desde el 2013, el peso del sector turístico en vez de reducirse se ha incrementado pasando de suponer 13,3% en 2013 a suponer el 14,6% en 2017 y el empleo ha pasado de suponer del 14,5% en 2013 al 15,1% en 2017

Somos ya la economía regional no insular, más dependiente del sector turístico. Un verdadero problema. Estaba bien el incremento del peso del sector turístico durante el período de la crisis, ya que mostró una mayor resiliencia que el resto de las actividades económicas y por tanto mitigó la destrucción de empleo. Pero otra cuestión muy distinta es que, a partir del crecimiento de 2013, el sector turístico esté creciendo a tasas superiores a la media de la economía y por tanto ganando participación en el PIB.

Hay que recordar que la productividad del sector turístico es inferior a la media de la economía y por tanto un incremento en su participación implica necesariamente, si no hay otros cambios, un empeoramiento de la productividad media. Lo más grave es que según el mismo estudio de Impactur, dedicamos el 6,4% del gasto público corriente valenciano a la activación del sector turístico, lo que supuso 1162 millones de euros en 2017. Tenemos evidencias de sobra para considerar que en 2019 dedicar recursos (sean estos presupuestarios, o simplemente de atención o inteligencia) a la política de promoción turística tiene unos costes de oportunidad (usos alternativos del presupuesto) que no nos deberíamos permitir. Si hay que hacer política turística que sea para ordenar, regular, armonizar o reducir sus externalidades negativas y no tanto para promocionar. Además, esa política debería financiarse parcialmente por una tasa turística que equilibrara los que asumen los costes y los que se benefician de la actividad turística. No hacerlo resulta negligente

La estrategia naranja

Sin embargo, desatender el sector turístico sin tener una alternativa preparada puede ser también una falta de diligencia. Sabemos que, para mejorar la productividad, algunas recetas que han funcionado en otras economías han sido intensificar las inversiones en capital, incorporar I+D, innovación y tecnologías en el proceso productivo, mejorar el capital humano, incrementar la dimensión media de las empresas y promover su internacionalización. El problema de todas estas vías de solución es que suelen tener unos períodos de maduración largos, es decir requieren de décadas, o al menos lustros de políticas públicas continuadas, coherentes, bien articuladas y coordinadas desde los distintos niveles y bien dotadas. Otro problema es que no todas estas recetas tienen por qué funcionar en nuestro caso, además del problema evidente de dar con la combinación justa de ingredientes que se ajuste a las características de los múltiples modelos productivos locales valencianos. Es evidente que la Comunidad Valenciana va estructurando acciones en ese sentido; desde el diseño de la RIS3 (Estrategia de Especialización Inteligente en Investigación e Innovación), la aparición de la Agencia Valenciana de Innovación, los programas de atracción de talento de la Conselleria de Educación, o el esfuerzo colectivo por el corredor mediterráneo o el modesto empuje a la I+D público. Lamentablemente, esta intencionalidad colectiva parece que se diluye en épocas de crecimiento, que vuelven a protagonizar los sectores menos productivos como el turismo y la construcción.

¿Puede aportar alguna alternativa la llamada Economía Naranja – la economía de los sectores culturales y creativos-  a nuestro modelo de crecimiento? Ya tenemos clara constancia y evidencia, que, de media, los sectores de la Economía Naranja muestran unos niveles de productividad mayores que la media del sector servicios, de la media de la economía en su conjunto y con cifras muy superiores a las de otras agrupaciones como la actividad turística. En el informe sobre la Economía Naranja se aportan evidencias bastante rotundas de que, en términos comparativos, a nivel europeo la Comunitat Valenciana muestra una especial capacidad para transformar los incrementos de la dimensión de los sectores creativos (especialmente en el ámbito de los servicios creativos) en impactos sobre los niveles de productividad y en consecuencia en niveles de mayor renta per cápita.

Así según los cálculos de ese informe, desde la perspectiva del análisis de las regiones europea y para datos de 2008, un cambio de un 10% en la dimensión de los sectores culturales y creativos en el conjunto de la Comunitat Valenciana, implicaría una variación promedio del 1,8% en la productividad del factor trabajo.

Esta misma relación hemos encontrado con una metodología similar para el conjunto de los municipios de la Comunitat Valenciana y podemos afirmar, también con cierta solvencia que hay una relación causa-efecto entre la dimensión de los sectores culturales y creativos y la renta per cápita municipal. Además, existe evidencia para los sistemas productivos locales de España (Lazzeretti, Capone y Boix, 2012) de que la especialización en actividades creativas depende de factores como las economías de aglomeración (tamaño promedio de las empresas creativas, organización de la cadena de valor creativa a nivel local, dimensión local del mercado de consumo, densidad urbana, diversidad y variedad productivas del lugar, y el capital social), el capital humano altamente formado, y las 3Ts de la clase creativa (tecnología, talento y tolerancia).

La circunstancia destacada en el párrafo anterior nos apunta a la importancia de las economías de aglomeración para el desarrollo de los sectores culturales y creativos, y nos alerta del posible efecto en el ámbito de la desigualdad ya sea por razones territoriales o de riqueza.

Pero, en definitiva, nos indica con claridad que tejer una mayor imbricación de las actividades relacionadas con la cultura y la creatividad tienen la capacidad de afectar tanto a nivel micro, como meso o macro la productividad de empresas, instituciones y organizaciones y territorios. Se trata, por tanto, de actividades capaces de relacionarse de forma flexible con el resto del sistema productivo a diferentes escalas y a las singularidades de los diferentes modelos productivos locales.

Además, cada día acumulamos más conocimiento sobre la potencia de la cultura y la creatividad como motor de cambio. La justificación primordial de las políticas orientadas a la cultura y la creatividad se basan en el valor intrínseco de la cultura para maximizar nuestro bienestar y ya sabemos que la creatividad, el arte y la cultura nos afecta cognitiva, estética, y espiritualmente y transforma nuestra dimensión social, cívica , económica o política, influyendo en nuestro sentido de pertenencia e identidad, contribuyendo a la construcción de nuestro capital social, generando el conocimiento que nos da la libertad, conformando nuestra sensibilidad y ampliando la capacidad de obtener disfrute estético y ensanchando nuestras capacidades expresivas y comunicativas. La cultura y la creatividad, afectan a todo aquello que nos hace seres libres, sociales y que disfrutan, es decir, humanos.

En resumen, de manera relativamente innovadora, hemos evidenciado en los párrafos anteriores que la dimensión de la ocupación en los sectores de la Economía naranja tiene un claro correlato en los niveles de renta per cápita (a nivel regional y local) y en la productividad del factor trabajo (a nivel de las regiones europeas), por lo que una estrategia basada en la ampliación de la dimensión de los sectores culturales y creativos claramente desplazaría la frontera de producción potencial de la economía valenciana. Estamos planteando una estrategia naranja de transición que permitiera iniciar transformaciones en el corto y medio plazo, con resultados e impactos inmediatos mientras acometemos los cambios estructurales (Inversiones, I+D, mejora del capital humanos) cuyos impactos, en caso de aplicarse con eficacia, se notarían en plazos superiores a una década.

La estrategia Naranja en una teoría del cambio

A pesar de las afirmaciones anteriores, lo cierto es que no tenemos ni la experiencia ni la información, ni el corpus teórico suficientemente consolidado para saber cómo concretar operativamente una estrategia integral que oriente la acción de la política pública hacia un cambio de modelo productivo, solapando una primera fase basada en la cultura y la creatividad con una segunda de transición estructural.

La fase naranja que nosotros proponemos es un conjunto de acciones a corto plazo, de coste reducido y que podría tener impactos casi inmediatos y que naturalmente debiera activarse en paralelo a las transformaciones estructurales.

Como destacamos en el estudio sobre la economía naranja, las relaciones entre los sectores culturales y creativos van mucho más allá y tienen lecturas complejas que van desde la dimensión macro como desde la dimensión micro y en consecuencia las políticas orientadas a los sectores culturales y creativos deben convertirse en una nueva artingeniería estratégica (permítannos el neologismo) de la transformación social, que requiere dosis muy elevadas de racionalidad instrumental, conocimiento, información de calidad sobre la realidad socioeconómica e investigaciones rigurosas, pero también de plantear experiencias arriesgadas de prototipado y tácticas de prueba y error.

El objetivo por tanto serían tanto:1) activar innovaciones de pequeña y media escala basadas en la cultura y la creatividad, que puedan afectar globalmente al modelo productivo valenciano en múltiples dimensiones a través de su impacto adaptativo en los diferentes modelos productivos locales 2) identificar qué otras iniciativas del resto de la cuádruple hélice podrían encajar en la estrategia, 3) alinearlas, con estructuras formales e informales y encajarlas en políticas  de regulación a nivel local y regional e insertarlas en las directrices europeas con el objetivo inicial de consolidar una nube de acciones con suficiente masa crítica para tener efectos transformadores a nivel de nicho y efectos mesurables en la mejora de los niveles de productividad, a relativo corto plazo, si nuestro análisis y diagnóstico es acertado.

Una segunda fase se activaría solapadamente cuando estas mejoras de la productividad junto a una acción política decidida, dirigieran los recursos necesarios (especialmente del gobierno central y de la financiación europea) para acometer inversiones y gasto en innovación, sistema educativo, política industrial, infraestructuras estratégicas, atracción de talento e inversión directa extranjera. La combinación de esta reorientación de recursos hacia vectores estratégicos, junto con el hecho de que, en esta segunda fase, también algunas de las transformaciones de nicho alcanzarían la suficiente escala para tener impactos transformadores del régimen socioeconómico. Es el momento en el que apropiadamente podríamos hablar de cambio de modelo económico

Finalmente podríamos hablar de una tercera fase de cambio en el que no solo nos refiriéramos a la transformación del modelo económico, sino al conjunto de valores, discursos que orientan las acciones individuales y que determinan el horizonte de los anhelos colectivos. Y estos significados son también producto del campo de la cultura  y que debieran situar a la sociedad valenciana en una sociedad solidaria, que respetara la libertad individual y fomentara una ciudadanía informada y crítica, atenta a los retos del cambio climático y la sostenibilidad, que atendiera a los problemas del envejecimiento, la igualdad de género, la inclusión social y que entendiera el objetivo del buen vivir y la calidad de vida, en definitiva, que persiguiera el bien común. Entonces podríamos hablar de cambios sistémicos.

Pau Rausell y Rafa Boix forman parte de EconcultÁrea de Investigación en Economía de la Cultura y Turismo de la Universitat de València

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