Han pasado casi 30 años desde que el actor valenciano con apellido ucraniano, Diego Braguinsky, presentara las emisiones de la televisión pública valenciana y luego, varios programas con los que hemos crecido. Entonces –a punto de estrenar los años 1990– y ahora –con dos meses de emisiones, también “a punto”– se nos presenta una televisión joven. Aunque es de estas veces cuando la condición de joven no presupone la de juvenil.
En el Día Internacional de la Juventud (12 de agosto) sea dicho, la relación de los medios de comunicación audiovisuales con las personas jóvenes no suele ser paradisíaca. Al contrario, como destaca la periodista e investigadora Leticia García Reina, la televisión, generalmente, considera a la juventud como una masa acrítica e individualista, a la que parece sólo tener en cuenta en su calidad de miembros de la sociedad de consumo, como un inmenso target al que poder dirigir anuncios.
Si bien, hay que reconocer que en el novicio À Punt hemos podido descubrir muestras de programas culturales y de entretenimiento en valenciano de una calidad sugerente. Pero esto no salva nuestra relación.
A sensu contrario, esta reivindicación de una televisión juvenil no se basa, simplemente, en la crítica de que, pese a cubrir artificialmente las cuotas o sensibilidades más diversas, prácticamente no se oyen voces de menores de 30 años en las “mesas de los mayores”. Ni tampoco en que no haya ningún espacio de programación serio de y para jóvenes, como sí ocurre en alguna cadena valenciana privada. Ni mucho menos es por el hecho de que la ventaja en puntos que la nueva empresa pública concede a los extrabajadores de RTVV ha resultado casi al 100% excluyente con los jóvenes profesionales que –ilusos– se presentaron a las bolsas de trabajo pensando concurrir competitivamente.
Como decimos, la juvenilización de la televisión pública valenciana requiere de algo más que potenciar lo bueno –que ya ha enseñado ser capaz– y mejorar lo que en justicia corresponde. En opinión del autor de estas líneas –quien guarda inseparablemente una descolorida identificación del Babalà club, una cinta con los programas de Copa Maremagnum en los que participó y un recién expedido pase a los estudios de Burjassot como miembro del Consell de la Ciutadania de la CVMC(*)– la ‘tele’ ha de buscar respecto de los jóvenes y ofrecernos dos cosas: desenfado y empoderamiento.
Desde luego, una cosa es recuperar “algo que nunca debió desaparecer” –empeño muy loable– y otra cosa es tener muy claro para qué lo hacemos. Está muy bien abanderar la intención de “ser un referente para todos los valencianos” pero estaría mejor saber concretar y, vaya, ejecutar aquello que se propone. Pues, como contaba Ryszard Kapuscinski en una conferencia en Barcelona, “el verdadero periodismo es intencional; se fija un objetivo e intenta provocar algún tipo de cambio. El deber es informar, informar de manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia. La noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro, el respeto del otro”.
En estos treinta años que median entre las dos grandes creaciones mediáticas valencianas –Canal 9 y À Punt– los jóvenes somos menos. Hace tres décadas, uno de cada tres valencianos estaba en la franja de edad entre los 15 y los 34 años; hoy en día, solo uno de cada cinco. Somos menos pero necesitamos más. Y lo que necesitamos es un medio tanto para ser comprendidos, como para comprendernos y salir adelante.
Ya en 1980, decía el profesor Marín Sánchez, “los jóvenes son cada vez más conscientes de su marginación en la sociedad, pero, al mismo tiempo, tienen más confianza en sí mismos y en su capacidad para alcanzar las metas que se proponen”. Este sentimiento de marginación y estigmatización –algo casi histórico entre los jóvenes desde la Transición– no ha menguado, prueba de ello la campaña informativa que esta semana ha lanzado el Consell Valencià de la Joventut, #iaNinguLimporta. Lo que sí se nos desvanece es la autoconfianza, socavada quizá por la situación socioeconómica que tanto ha alterado el normal desarrollo del modus vivendi de las nuevas generaciones, pese a estar mejor formadas que nunca. Y es que, según el observatorio del Consejo de Juventud de España para la Comunitat Valenciana en 2017, contamos solo con un 18% de población joven emancipada (en edad de hasta 30 años), reinando para nuestra franja generacional, si no el desempleo, la precariedad laboral.
Cabe remarcar que la juventud es tan diversa como la propia sociedad. Y no todo son “miserias”, pues somos ricos en acción y logros de la gente joven comprometida que está ahí, cada día, haciendo de este un mundo mejor. Ahora bien, cuentan los que han buscado inspiración en la renovada televisión pública valenciana que no la encuentran. Porque, por ejemplo, no es lo mismo oír –desde las pantallas o las emisoras– el depresivo reportaje sobre despoblación del interior valenciano a partir del ejemplo de una panadería casi sin clientes en medio de la nada, que una historia desde la ilusión y la ejemplaridad de aquellos que, sin perder la fe, suben cada mañana la persiana de su tienda.
En definitiva, en estos primeros meses de las emisiones de la cadena pública, que no está condicionada todavía por la dictadura de los índices de audiencia y por tanto mantiene libertad de maniobra, los jóvenes –que pusimos el ojo sobre el proceso la verdad es que sin grandes expectativas– tampoco nos hemos llevado grandes sorpresas, ni por activa ni por pasiva. Pero como hemos superado la “relatividad del tiempo” respecto del esperado inicio de las emisiones de À Punt, pospuesto varias veces, esperaremos de igual modo poder ver esa faceta juvenil –acopladora, desenfadada y empoderadora– que sugerimos para nuestra radiotelevisión, desde la confianza y el entender que es difícil tenerlo todo y de golpe.
Para ello, creemos que lo importante es centrarse en la intencionalidad –así como centrarse sin más– y abrirse sin miedo a lo que se pide desde la sociedad y lo que es bueno. Esto empieza con un simple pero rotundo sí a las ideas que podamos generar, como el que a principios de los años 1990’ pronunció el entonces directivo de Ràdio 9, Josep Ramon Lluch, ante la pregunta “¿Pero lo-que-pidan lo-que-pidan lo-que-pidan?”, referente ésta a la verdaderamente revolucionaria intención de pinchar en la radio las canciones que encargasen los oyentes y no la parrilla de lo impuesto.
Debemos seguir avanzando en calidad e instrumentalidad, así como democratizando lo público. Y para ello los jóvenes somos siempre los primeros en tender la mano y arrimar el hombro.
(*) Designado por la asamblea del Consell Valencià de la Joventut para el órgano asesor y defensor de la audiencia de la Corporació Valenciana de Mitjans de Comunicació