El proteccionismo, como el que va a adoptar Donald Trump, no es la solución a la deslocalización, sino que empeorará la situación de los trabajadores americanos
Con la recién inaugurada presidencia de Donald Trump se ha despejado la incertidumbre sobre cuáles van a ser las medidas que adopte, pues parece que va a cumplir sus promesas electorales. Sólo cabe ya comenzar a medir las repercusiones que sus medidas tendrán sobre su propio país y sobre la economía mundial. Al fin y al cabo Estados Unidos continúa siendo la primera potencia del globo. La “decisión” de Ford de no trasladar una planta a Méjico y mantenerla en Michigan (tras la crítica a General Motors por haber realizado este movimiento previamente) fue un anticipo de la política de Trump. Además de los efectos de las propias medidas, lo que cabe preguntarse es si es posible ser proteccionista con éxito en nuestro mundo tan globalizado.
Por eso es muy recomendable la lectura de un libro de alta divulgación recientemente publicado por el prestigioso economista Richard Baldwin, norteamericano de origen pero catedrático de Economía Internacional en el Graduate Institute de Ginebra. Es doctor por el MIT y su director de tesis fue Paul Krugman. Además de ser un académico muy brillante y reconocido, también se preocupa por los aspectos de política económica y es muy activo en las redes sociales: dirige el blog del CEPR VoxEU y tiene una cuenta de Twitter (@BaldwinRE) con miles de seguidores. Resulta especialmente interesante en la actual coyuntura su reciente libro “The Great Convergence. Information Technology and the New Globalization” que ha publicado en Harvard University Press. No sé si se traducirá al español, pero es altamente recomendable leerlo. No es necesario ser economista para entenderlo.
Es muy difícil resumir este libro en unos cuantos párrafos. Son especialmente interesantes los últimos capítulos, los más novedosos y valientes, pues el profesor Baldwin toma partido, sugiere políticas y hasta hace predicciones. Sin embargo, para valorarlos adecuadamente hay que leer el libro entero. Una parte fundamental del mismo se dedica a hacer un recorrido histórico de las diferentes oleadas de globalización, para posteriormente relacionarlas con los esquemas mentales que los economistas han utilizado para explicarlas. Y lo que es más importante, cómo dichos esquemas se han adaptado y se han hecho cada vez más complejos en un intento por describir y predecir una realidad también más enrevesada e interconectada.
A lo largo de la historia, la globalización ha hecho posible que tres elementos (productos, ideas y personas) se desplacen internacionalmente. Primero surgió el comercio, cuando la introducción del vapor y los avances en el transporte permitieron abaratar lo suficiente el coste de comerciar (esto es, llevar los productos de un sitio a otro aprovechando las diferencias de costes) como para permitir la especialización. La primera globalización (que abarcaría desde finales del siglo XIX hasta 1990) generó grandes diferencias internacionales, puesto que los países industrializados crecieron mucho más rápido que resto del mundo. Los avances en las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) dieron lugar, a partir de 1990, a la segunda globalización, vinculada a la separación de las diversas etapas del proceso de producción. Las denominadas Cadenas Globales de Valor han contribuido a la difusión de las ideas o del know-how. De esta forma, los países avanzados, donde los salarios son más elevados, externalizaron algunas etapas o tareas del proceso de producción, aquéllas donde es más necesaria la mano de obra. Sin embargo, como incluso esas manufacturas contienen un grado elevado de tecnificación, esta externalización ha supuesto también compartir (de manera controlada, bajo supervisión) las innovaciones que caracterizan a esos productos. A pesar de que este proceso ha reducido el empleo industrial en los países más avanzados, a cambio ha aumentado en los países emergentes que han recibido inversiones y donde se han instalado las plantas de producción. Una nueva clase media se ha ido creando en países como Méjico, China o Polonia, generando lo que Baldwin denomina la “Gran Convergencia”.
Este proceso se ha consolidado en los últimos años y, aunque significa que el empleo industrial menos cualificado se ha destruido en los países avanzados, una gran parte del proceso productivo se mantiene en el país de origen, generalmente más especializado, vinculado a servicios y con mayor cualificación. Esta tendencia ha provocado movimientos anti-globalización en las economías avanzadas, debido a la percepción de los efectos redistributivos de este proceso. El denominado “Gráfico del Elefante” mostraría cómo la clase media en los países emergentes habría experimentado un aumento de su renta de casi un 80% en los últimos 20 años, mientras que, en el G7, la clase media-baja se habría estancado y los más ricos del G7 habrían mejorado sustancialmente (más de un 60%).
No obstante, la solución a este problema no es adoptar políticas proteccionistas, puesto que los procesos productivos están tan descentralizados que, por un lado, aumentar los aranceles, encarecería los costes de la industria doméstica y, por otro, generaría represalias. Además, no externalizar no es una opción en el actual contexto internacional, pues quien lo haga perderá capacidad competitiva y acabará expulsado del mercado. El resultado final sería el cierre y la pérdida de los puestos de trabajo que aún quedasen en suelo patrio.
El próximo reto al que se enfrentan las economías avanzadas y sus gobiernos es la movilidad del tercer factor, las personas. Hoy en día continúa siendo caro (tanto en tiempo como en dinero) el desplazamiento de los trabajadores, especializados o no, asociados a servicios que son no comercializables. Por ejemplo, por mucha que sea la diferencia entre el salario de un jardinero en Marruecos y en España no resulta económicamente rentable desplazar al primero. Lo mismo pasaría (en menor medida) con un cirujano. Sin embargo, los avances en las TIC nuevamente harán posible la movilidad virtual de las personas. Ya es posible, gracias a robots que ejecutan tareas muy delicadas y que se manejan a distancia, realizar operaciones por un cirujano que se encuentre en otro continente. Además, esta nueva movilidad evitará los costes asociados a la inmigración, tanto para los países emisores como los receptores.
La conclusión a la que podemos llegar es el proteccionismo no es la solución a la deslocalización. Lo mejor que pueden hacer los gobiernos si desean minimizar el riesgo de quedarse fuera de la siguiente globalización es, en primer lugar, garantizar que no haya obstáculos importantes a la movilidad de personas, bienes e ideas. Pero también asegurar que se dote de capital humano a sus ciudadanos, para que formen parte de los trabajadores con elevada formación, capaces de absorber la tecnología, de asimilarla y de crearla. Lo más delicado será cómo garantizar que existan suficientes mecanismos de compensación y redistribución para no dejar fuera a los que no hayan podido adaptarse. Sirva de colofón uno de los ejemplos que pone el profesor Baldwin en su libro. Cuando Dyson externalizó la producción de sus aspiradores y cerró la planta en Gran Bretaña fue muy criticado por la pérdida de 700 puestos de trabajo poco cualificados que ello supuso. Años más tarde, su empresa contaba en suelo británico con 1300 trabajadores especializados, mucho mejor pagados, y la empresa se mantiene como un productor de calidad y capaz de competir. De no haber externalizado, posiblemente hoy no existiría. ¿Cuál de las opciones elegiría usted?