En las últimas décadas a los valencianos nos gustó en exceso coquetear con el ladrillo, hipotecando nuestras vidas al sueño del inmueble dorado. Recuerdo escuchar decir a los de mi generación que no adquirir una vivienda en propiedad era ser ciudadano de segunda. En un tiempo en el que cualquier migrante en España, en estancia irregular, presentando un billete de autobús conseguía el permiso de residencia. Una época en la que los españoles renunciaban a trabajos tan dignos como la construcción, el campo o la hostelería. Hoy las tortas han cambiado. Nos habíamos vuelto terratenientes de edificios, pisos y garajes. Habían aterrizado los nuevos amos de la economía, los dueños del ladrillo. Estos mayoristas de la construcción dominaban las voluntades de miles de ciudadanos. Cualquier compra-venta se cerraba, no en una servilleta como mi padre me contaba en el pasado, sino en la sobremesa de una comida tras haber degustado un buen arroz de bogavante.
Pese al lio monumental en el que nos metimos con bancos, notarios y registros, la Gran València está a medio construir. Infraestructuras como el transporte de cercanías, residuos, aguas, entre otros. No por falta de medios. No siendo capaces de hacerlo, por la poca visión de ciudad y la falta de autoestima. Edificar sí que edificamos, pero construir poco o nada. Y me refiero no a la ciudad monumental de cruces hacia dentro, me refiero a la Gran València metropolitana. Al desarrollo del Consell Metropolità de L' Horta. A una ciudad, como lo es València, dependiente de más de treinta municipios que la blindan. Estos pueblos con autonomía propia son los vasos sanguíneos que bombean el corazón de esa València metropolitana. Tengo cierta envidia sana a las dos ciudades citadas anteriormente por haber conseguido crecer con miras más altas. No sé si en el camino correcto, pero han crecido. Somos la tercera ciudad en discordia, pero no podemos bajar nunca la guardia. Y en este caso me gusta competir con las otras. No ser súbdito, ni sumiso como valenciano nacido en Ruzafa, en la calle del Pintor Salvador Abril.
Desde que el Cónsul Décimo Junio Bruto colocara la primera piedra en la parte más alta, la ciudad ha ido creciendo con ciertas reservas de norte a sur y de este a oeste. Este año se cumplen 150 años de la anexión del pueblo de Patraix a la Gran València, después lo hará Ruzafa, y no por encontrarnos en fase de desescalada podemos olvidar a este pueblo que dejó de serlo para convertirse en barrio. Muchos serán los actos protocolarios que por encontramos en la salida del Covid-19 dejarán de celebrarse, pero otros podrán hacerlo. Patraix de pueblo a barrio es un libro escrito por Javier Mozas, Carlos Barquero, Víctor Algarra y Vicente Arocas, con ilustraciones de Miguel Ángel Raigal, que fue editado por la Asociació de Veíns i Cultural de Patraix en su 25 aniversario. Una edición para conocer de buena tinta la historia y los orígenes de Patraix. Y si quiere ser partícipe de la efeméride, aún está a tiempo de concursar hasta el 30 de junio, en el Premio de crónica urbana organizado por la editorial Spectrum Arts. Una oportunidad de construir a base de relatos las relaciones personales con un pueblo reconvertido en barrio. ¡Por siempre Patraix! ¡Larga vida!