El equilibrio, esa es la clave
VALÈNCIA. Si yo fuera champán tendría la armonía, vida mía, pero un año más, este que empieza, nos conformamos con la belleza. La de las gurbujas mil que se esconden en una botella dispuestas a salir disparadas, y así, disparatadas, llenarnos de cosquillitas. Que si los Reyes más Magos nos traen un carbón de carbónico carbonatado, nos ponemos de un contento de cuidado. Y para eso estamos aquí una nueva temporada, hedonistas, para pasarlo rebién y que corra el vino, el que vino de la Champagne.
El equilibrio, esa es la clave. De la tierra a la uva, desde el frío más ácido a la más perfecta bebida. No vamos a entrar en rimas y leyendas, en dosagitos misteriosos, ni a ir con el licor de expedición al Aconcagua para dormir en una tienda de champaña. Que de lo técnico ya hemos hablado muchas veces y el misterio sigue rondando, porque cada viticultor, cada bodega, a su modo y manera, hace lo que cree más conveniente para lograr la felicidad servida en una copa. Para alcanzar ese trago que arranca una sonrisa. Y sonriendo, con la bocota bien grande, nos ponemos en marcha, que hay mucha botella por abrir y no queremos sacar ningún ojo con las prisas.
Y sin prisa, pero sin pausa comenzamos con franqueza, la del Agrapart & Fils Les 7 Crus (Agrapart & Fils). Franco, opulento y seductor nos anima a apuntarnos al gimnasio, porque no podremos dejarlo para los postres. Nos lo bebemos así, el primero y enterito con su cremosidad y la de una bullabesa con su rouille.
Llegan los fríos de enero nos plantamos el plumífero y caminamos con la frescura más refrescante, la del Burgeois-Diaz 3C (Champagne Bourgeois-Diaz). Biodinámico de calicita con la sencillez que se necesita para agradar. Ligero y complaciente, lo abrimos al lado de una fuente llena de aspic de marisco y su huevito duro de esos que nos comíamos a pares cuando las modas eran otras.
Y lo que nos gusta, oye.
Montamos una fiesta de pijamas con el Champagne Lacourte Godbillon Brut Premier Cru (Terroirs d’Ecueil). Alegre, vibrante y caleidoscópico nos lo bebemos aquí, allá y acullá, que bien rico está. A todas horas, con muchos amigos y una vichyssoise en la mesa, entre otras muchas cosas.
Cogemos el petate de bravido soldado marino y continuamos que el Tarlant Zéro Brut Nature, (Champagne Tarlant) viene a ponernos firmes. Personal personalidad con un cuchillo bien afilado. Pero ni pizca de miedo, que no hay dolor sino placer a lo bestia. Le ponemos al lado una sopa de cebolla rebosante de gruyére y tan a gusto.
Inusual y golismero el Jacquesson Cuvée Nº 740 (Jacquesson) es bastante zalamero. Marcando la diferencia se expande en un mar de bollitos con complejidad, pero no nos complicamos y lo disfrutamos así, con estos pelos y sin champú, pero con unos rilletes de pato en el plato.
Formalito y perseverante el Champagne Brut Fût de Chêne (Champagne Mondet) se mantiene en su sitio con corrección. Seriedad y calma que sin llevarnos a la luna nos parece muy bien junto a un río de papel de plata y con una quenelle de lucio.
El Huré Frères Mémoire (Huré Frères) da unas vueltas en un Scalextric de refrescante acidez. Con bríos renovados y las pilas puestas deja notar su peso mientras mira el álbum con sus cromos, que es el año 82 y su puntito oxidativo nos gusta con una raya a la mantequilla negra.
El Pascal Doquet Horizon Blanc de Blancs (Pascal Doquet) nos descubre que es rechampanoso. Panecillos, mantequilla y burbujeo finito que desde la boca va directo al corazón. Un guapo acompañante con el que pasar de las epifanías a las realidades de lo bueno que está con un lenguado meuniere.
Profundamente sincero La Closerie Les Beguines (Jérôme Prévost) llega a doler de bello. Un patito que sin necesidad de pitonisos sabemos que es cisne. Que saca todo de sí mismo interpretando una emocionante canción sin tener la mejor melodía. Nos sinceramos con calma y picando paté de champagne.
Muy seriote viene el Georges Laval Garennes (Georges Laval), que es amargoso como un oso. Como un oso chico y ágil, pero nada soso. Se hace el interesante porque se sabe bonito y querido. Y lo queremos, vaya que sí, con un buen plato de conejo a la mostaza.
El Didier-Ducos Millesime 2008 (Champagne Didier-Ducos) tiene mil cosas que contar. Que los cítricos están y que le gusta jugar con estructuras. Levantar construcciones sin olvidar la chispa, la de la vida y animalillo, que nos zampamos unos pies de cerdo grillés.
Nos despedimos con el Marguet Ambonay 2013 (Marguet) y su magia retreposa. La que busca el fondo de las cosas, que regalos hay muchos, pero no son tantos los que llegan al corazón. Desde un selular rosita a la granja de Famobil, y le decimos bonjour a la Nancy, que viene a merendar con la Leslie. Un croque madame con una botella de champagne.
Eso es amor.