Como profesor y como ciudadano solo tengo una obligación: ser consecuente con lo que pienso y lo que digo. Lo exigen los cánones de la razón y de la prudencia. Cánones que, en la vida pública, como bien sabemos, no gozan de un estatus privilegiado, ni mucho menos.
Esta misma exigencia me lleva a reflexionar sobre los resultados obtenidos en la Comunidad Valenciana. La derecha ha ganado. Es el titular más repetido. El titular soñado por muchos. El titular que nunca quisieron ver quienes defienden el tripartito.
Tras la noche electoral, y los cientos de comentarios que uno ha ido escuchando en los distintos medios de comunicación, una pregunta se acomoda en mi pensamiento: ¿pero de verdad ha ganado la derecha? La respuesta no se dilata en el tiempo: depende. Sí, aunque puede extrañar al lector, la duda queda prendida en el aire. Depende de la voluntad de los dos partidos que pueden desbancar al tripartito. Depende de si el PP tendrá el coraje suficiente para no temer gobernar con un partido como Vox, un partido que ni desea acabar con la unidad de España ni tiene en sus listas a golpistas, ni a independentistas ni a terroristas. No los tiene ni los tendrá nunca. Su bandera es la de la unidad de España. Su política busca, sin disimulo alguno, recobrar aquellos principios que el PP se dejó por el camino. Supongamos que hablo –como diría Sabina– de la Ley de [des]Memoria Histriónica, perdón, Histórica, de la reforma del aborto –con aquel Rajoy encabezando una manifestación Provida de más de un millón de personas por las calles de la Villa y Corte–, la reforma del Poder Judicial –de aquellos barros, estos lodos–. Para qué seguir, ¿verdad?
Pero no es tiempo para estériles rencores. Menos aún para pasar viejas facturas, que a nada llevan. Es tiempo para mirar hacia delante y hacer frente a una política que ha venido para demoler los cimientos de una sociedad a la que se desea imponer una ideología totalitaria. Porque totalitaria es aquella ideología, como decía Hannah Arendt, que invade todas las esferas de la vida, ya sea pública y privada. ¿Qué son las leyes de género, sino una manifestación de intolerancia? Lo son porque uno de los pilares sobre los que se asienta la democracia, como es la presunción de inocencia, se ha visto cercenado por completo. Quien acusa ya no tiene que probar la culpabilidad del acusado, sino que es el acusado quien debe probar su inocencia. Una prueba diabólica que incrimina y desampara. Lo hace porque la presunción de culpabilidad se lleva escrita en la frente desde el instante en que se te acusa de maltrato. Que se lo pregunten al ministro que promulgó la ley, el defenestrado Fernando López Aguilar. Él, mejor que nadie, lo sabe. Su vida política acabó con una acusación de malos tratos. Desde ese día, nada volvió a ser lo mismo.
¿Qué significa la imposición macartista del lenguaje inclusivo, sino la perversión de la gramática y lo que es aún peor, el señalamiento público de quienes se resisten, en uso a su libertad, a emplearlo?
¿Qué significa la conocida 'ley del solo sí es sí'? Representa la espuria utilización del Derecho por quienes carecen del mínimo conocimiento jurídico, con la única finalidad de instalar concepciones ideológicas y sociales que van contra la lógica y contra la propia sociedad. Y cuando los resultados son los que son, más de mil depravadores sexuales campando por las calles de nuestras ciudades, la culpa, ¡claro está!, es de unos jueces que o bien son fascistas o bien son machistas, sin importar que estos sean hombres o mujeres, porque estas, si obedecen a la lógica jurídica, son fascistas y machistas por igual. La jueza suprema, que no es otra que la ilustre 'jurista' Montero, así lo dictamina.
¿Qué significa la ley sobre la familia? Muy sencillo: la disolución de la familia, porque todo y nada es la familia cuando existen dieciséis tipos de familia. Una realidad que ratificó la 'entrañable' Secretaria de Estado, Ángela Rodríguez, mujer de acreditada solidez intelectual.
Pero, por lo que atañe a esta querida Comunidad Valenciana, ¿qué significa el pancatalanismo al que se quiere llegar? Cabe recordar que el catalanismo excluyente que se practica en Cataluña y en las Islas Baleares sanciona con multas a quienes se atreven a rotular en español su negocio. Se puede poner un rótulo en japonés o en vietnamita, pero si tienes la infeliz idea de escribir Fábrica de turrones La Jijonenca, de la pintada xenófoba se pasa al insulto, y de la agresión a la multa más grosera. No debemos olvidar que ese mismo catalanismo impide, o dificulta hasta la extenuación, que un estudiante pueda cursar sus estudios en su lengua materna. Y cuando los tribunales reprueban con contundencia estas políticas intolerantes –las que llevan a controlar a los estudiantes si sus conversaciones en los recreos son en español–, los gobiernos de la Generalitat se pasan por el forro de sus caprichos todas las sentencias que les condenan, con la triste anuencia de los gobiernos centrales, que, en este ámbito, ni están ni se les espera.
Ante la gravedad de la situación, una pregunta se impone sobre cualquier otra: ¿de verdad PP y Vox no van a llegar a un pacto estable de legislatura? ¿De verdad el PP se va a dejar amedrentar por esos medios de comunicación –o incomunicación– que critican que se pacte con "la extrema derecha" (sonrío), pero aplauden o callan que se pacte con Bildu ("¿cuántas veces quiere que le diga que nunca pactaré con Bildu?"), con ERC (Heribert Barrera: "La solución ante el paro es expulsar a los inmigrantes: nos roban el trabajo"), con el BNG, con el PNV (los legítimos herederos de ese racista llamado Sabino Arana), con Podemos ("no dormiría por las noches si pactara con Podemos, junto con el 95% de los españoles"), con JuntsXCat (aparte de Puigdemont, ¿cuántos fugados tiene? Lo reconozco: me pierdo), o con los chicos de la CUP? Para esos mismos medios, todos estos partidos o bien son progresistas (¿progresista el PNV? Permítanme que sonría placenteramente), o bien ni son de extrema izquierda ni quieren romper la unidad de España. Ahora resultará que Podemos o la CUP son poco menos que ursulinas revestidas de morado o de rojo escarlata, al estilo de sor Lucía Caram.
Que impida el cambio el recelo, el miedo o el egoísmo. El cambio se dio en Castilla y León. El resultado de su pacto lo ha refrendado positivamente la población con su voto mayoritario en las urnas. Que tomen buena nota ambos partidos. Si no lo hacen, el desencanto se producirá de forma irreversible. Y las elecciones generales están a la vuelta de la esquina. Que tomen buena nota de lo que les han pedido sus votantes. A ellos se deben, no a sus caprichos.
Juan Alfredo Obarrio es catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Valencia