En Estados Unidos gozan de 16 días de vacaciones anuales. Y no se suelen coger del tirón por educación. Según Forbes, cada año, esa media de vacaciones va bajando. Ese es el mundo que ha retratado Hartley Lin en su cómic La joven Frances. Una vida que se vive para trabajar, envueltos en rutinas alienantes y con escaso tiempo al final del día
VALÈNCIA. Algo que aprende uno bien entrada su vida laboral es que igual o más importante que el trabajo que se desempeñe y cuanto se gane es estar a gusto en la oficina y con los compañeros. La desgracia es que ese buen ambiente es algo que se echa de menos solo cuando no está. De hecho, cuando hay mala atmósfera en un curro uno no solo echa de menos que fuese agradable, el dolor puede ser tan intenso que puede sumergirse en las procelosas aguas de las reflexiones filosóficas y preguntarse si su vida tiene sentido.
Cuarenta horas mínimo de trabajo semanal, aunque generalmente son cincuenta, una o dos para ir y volver cada día y la de comer, porque las empresas se esfuerzan en mantener el horario partido, a poco que hagas en casa de tareas domésticas no te deja más que una hora u hora y media para disfrutar de la vida cada día. Si quieres más, se lo robas al sueño y al día siguiente todo es cada vez peor. Siempre y cuando esa hora y media seas capaz de desconectar y no estés dándoles vueltas a alguna picia que te han hecho o contestando emails tan ricamente a las 23:45 de la noche.
Es algo que solo conocen los que han pasado por ello. Los que han calculado cuantos años les queda de vida y cuántos minutos van a disfrutar gracias al curro que se lo come todo. El único consuelo es que, por raro que parezca, en Estados Unidos y Canadá es bastante peor. Y desconozco si les gusta, pero su modelo de vivir para trabajar está lo suficientemente instaurado en su cultura como para poder aseverarlo sin lugar a dudas. Y si dudan, miren cuantas vacaciones tienen. Ahora mismo, unos 16 días por año. Y es una tendencia descendente. En los 90, según Forbes, había más días.
Este maravilloso mundo es el que se abre de par en par en La joven Frances, de Harvey Lin, editado en España este año por Astiberri. Frances trabaja en un gran bufete de abogados y su compañera de piso quiere ser actriz. El autor muestra los dos proyectos de vida y los compara.
Lo mejor del cómic es la ausencia de tópicos. Cuando la ficción ha mostrado a alguien atrapado por la rutina de su trabajo alienante, generalmente ha sido para mostrarle la salida. Algo que por lo que fuera era incapaz de ver. Esa fue la divisa, de hecho, de mucho cine indie de los 90. Recuerdo ahora la genial Box of Moonlight de Tom DiCillo.
Pero en estas viñetas no se repite el tópico. No hay moralina. Hay realismo soviético a la hora de mostrar la asfixia del trabajo, pero por donde avanza el argumento es en el interior de la protagonista, cómo va recibiendo y afrontando lo que le viene, cómo va madurando, endureciéndose y transformándose dentro una empresa dura y competitiva como pocas.
Y que estas páginas no estén hechas con un molde que habría asegurado el aplauso del público autómata es lo mejor de La joven Frances. Hartley Lin trabaja bien la densidad de una novela gráfica psicológica. El retrato de los personajes es excepcional. Pero lo que se recuerda tras devorarla es que no tiene un final feliz complaciente. El lector atento se quedará pensando en por qué la protagonista madura como madura, por qué evoluciona en la dirección en que lo hace.
Es más, una muestra de que Lin sabe huir de los tópicos es que estos están diseccionados en su propio tebeo. La compañera de piso que quiere ser actriz logra un papel en una serie y pasa a interpretar a una fiscal agresiva. En la realidad, y ambas lo hablan, poco tiene que ver el mundo de los abogados de las series con el de la realidad.
El bufete en el que trabaja la protagonista más que tiburones y triunfadores, lo que hay es individuos celosos todos de todos. Trabajadores que se fiscalizan entre ellos y se odian no por ganar casos triunfalmente, sino por llegar al cupo de horas facturables que tiene que hacer cada uno de ellos al año.
Además, con un ojo marxista muy audaz, se explica de refilón que los abogados son reclutados, exprimidos, o mejor dicho explotados, y cuando llegan a cierta edad, despedidos sin miramientos, porque existe un ciclo alimentado por becarios. Cuando los trabajadores empiezan a hacer planes de vida, concretamente, a tener hijos, es cuando sobran en un trabajo que lo exige la máxima dedicación posible.
Hartley Lin es canadiense, nació en 1981, esta es su primera novela gráfica. Ha sido publicada en mayo de este año en Estados Unidos por AdHouse Books, pero La joven Frances había empezado a publicarse en una serie titulada Pope Hats desde 2008 bajo el nombre de Ethan Rilly.
Su experiencia con el mundo de los abogados se limita a haber trabajado con abogados del gobierno, que no tienen nada que ver con la agresividad que se destila en otros bufetes, pero generalmente se fijó en la vida de sus amigos, oficinistas la mayoría de ellos. De todos modos, en alguna convención se le han acercado abogados o familiares de los mismos muy impresionados, e incluso afectados, por su trabajo.
Un cómic árido, psicológico, sin final en alto ni nada efectista que se le parezca; un cómic sobre mujeres, son el eje central de la historia y las protagonistas. Y un cómic que si no puede ayudar a cambiar vidas, sí que acompañará a los que, como Frances, son oficinistas insomnes en el mejor de los casos.