Hoy es 8 de octubre
Por cada pregunta, una historia; por cada historia, una lección; y en todas y cada una de estas, la misma idea: luchar por mantener la libertad de disentir
VALÈNCIA. Artista transgénero y activista pre-queer. Rampova recibe a este redactor y a la fotógrafa con unas mascarillas que se ha personalizado. Son higiénicas, pero además les ha puesto varias fundas de lentejuelas y animal print. Cuando posa en las calles del Cabanyal, donde se desarrollará la entrevista algo más tarde, Rampova no baja de aquellos escenarios que revolucionó con el Kabaret Ploma 2. Vino turbio mediante, la grabadora se enciende y las dos horas restantes convierten la entrevista en un testimonio paralizante sobre su vida. Por cada pregunta, una historia; por cada historia, una lección; y en todas y cada una de estas, la misma idea: luchar por mantener la libertad de disentir.
Las luces y las sombras de una vida siempre brillante las ha plasmado, junto a personas que han estado a su lado, en Kabaret Ploma 2. Socialicemos las lentejuelas (Editorial Imperdible), una crónica alternativa de la València que disfrutaba mientras era amenazada por la intolerancia y la opresión del sistema heteropatriarcal. En vez de responder a ciertas preguntas a partir del libro, Rampova aprovecha estas para contarse. Ciertas palabras valen más que mil imágenes.
A Rampova nunca le insultaron en el colegio pero a los 14 años, fue por primera vez a la cárcel. La primera vez que le detuvieron fue cuando exploraba una de sus primeras experiencias sexuales en las rocas de la playa de Las Arenas con un joven mayor que él. No ocurrió nada, “ni una felación”, pero cuando Rampova vio una rata, gritó y alertó a los guardias. Con catorce años y cuatro meses, ingresó en la Modelo de València, donde vivió la crudeza de sus primeros golpes, sus primeras violaciones.
Exiliado en Barcelona por precaución, un día paseaba por “por instinto” por barrios de ambiente de la ciudad y se metió en los cines Princesa porque quería ver una película. Sin embargo, un hombre se le acercó casi al empezar la sesión para que le hiciera una felación. Al salir, el hombre le estaba esperando para auparle hasta su altura y lanzarle contra el suelo. Le rompió las costillas llevándole a rastras por la Via Laietana los 200 metros que separaban los cines del calabozo. Tras varias palizas en el interrogatorio, conoció en el hospital de la cárcel Modelo a un argentino, Federico, del que se enamoró hablando de Massiel. Tenía decidido suicidarse al entrar en la cárcel, pero la idea de coincidir con él le devolvió cierta esperanza.
Los miércoles a la hora de la siesta, un guarda psicópata, visitaba el pabellón para apalizar a los presos. Todos los miércoles. Era su rutina. Un día, cuando un preso de confianza se enteró de que también recibía esa violencia su novia, fue y apalizó hasta la muerte al guardia. Fue la primera persona muerta que Rampova veía. Tenía 15 años.
“Confieso que me han herido, pero he sobrevivido”, dice Rampova en el libro.
En la exposición Contracultura. Resistencia, utopía y provocación en Valencia se dedicaban dos salas al trabajo de dos personas: una a Margot, otra a Rampova, que son la cara y la cruz de la misma provocación: el transformismo. Margot representa más el aspecto lúdico: “Ya viene la democracia a pasos agigantados, y podemos ver a un camionero de Bétera haciendo de Sara Montiel”, decía el periodista Rafa Marí.
Ploma 2 y Rampova buscaban otra cosa: hacer política con las lentejuelas. Sus actuaciones eran radicales, provocadoras y desafiantes. “Eso fue lo que nos diferenció de otras muchas cabareteras, y lo que nos llevó por los estadio de toda España. Lo que nosotras hacíamos no lo hacía nadie en todo el país, y nos llamaban para actuar hasta en mítines o Conciertos de Viveros”, cuenta.
Empezaron a hacer también un programa icónico en Radio Klara, La Pinteta Rebel (algunos de los episodios han sido recuperados y subidos a Ivoox por Lambda), un espacio donde intentaban trasladar su provocación y sus sketches mientras ponían música y explicaban, desde su prisma, la actualidad. Se llegó a rumorear que el programa tenía más audiencia escuchándose solo en València que Ràdio 9 en toda la Comunitat Valenciana. En 1985, por ejemplo, hablan de la posible aprobación de una ley de matrimonio igualitario en Dinamarca. El debate entre las diferentes personas del programa es que, a pesar de estar de acuerdo con la igualdad de derechos entre heterosexuales y homosexuales, si debería abrirse el melón de la abolición de la institución del matrimonio.
Pre-queer es la palabra con la que se define esta visión pionera que tuvo en todo momento el programa, que se mantuvo en antena (aunque pasó a llamarse Polstergai) hasta la década de los 90. Rampova utilizaba otro término antes que queer, maribollotrans.
Con todo lo vivido, es imposible no sentir curiosidad por lo que piensa de la actualidad, en un momento de especial hostilidad ante la disidencia sexual y de género. Este año recibió un homenaje por parte del proyecto Museari en Las Naves, aunque padece aún algo de agorafobia por la cantidad de episodios violentos que ha vivido en la calle a lo largo de su vida, por lo que hace gran parte de su vida en casa.
¿Se puede ser optimista ante la situación en la que nos encontramos? “Mientras haya un partido político como Vox en el Congreso, ¿de qué podemos sentirnos tranquilos?”, plantea directamente. “Es verdad que se ha avanzado. Antes nos cortaban la cabeza y la tiraban en el río Hudson, pero no sé si puede ser optimista aún. Pasan los años y el problema sigue estando”, añade.
Rampova confiesa cómo duele el ataque de ciertos sectores del feminismo académico que ataca a las personas trans con argumentos supuestamente biológicos: “Me gustaría recordarles a esas personas, que Stonewall y en otros tantos episodios de conquista feminista y LGTB, quien estaba en primera línea para luchar y quiénes recibían los golpes era las personas trans”.
Han pasado dos horas y solo ha dado tiempo ha plantearlo cinco preguntas. Ni siquiera las responde, Rampova quiere contarlas, cruzar su vida con las referencias y las películas de Marlene Dietrich que se han ido cruzando en su vida. En cada respuesta, una historia; y en cada historia, una lección; en todas y cada una de estas, una misma idea: la de luchar por mantener viva la disidencia y las ganas de que la vida que quiere vivir no tiene nada de malo.