VALÈNCIA. Uno pensaría que en València nos las sabemos todas cuando se trata de Joaquín Sorolla. No en vano, el del pintor es un nombre más que habitual en la programación cultural de la ciudad. Sin embargo, su relato se ha desplegado como nunca en este 2023 en el que se conmemora el centenario de su fallecimiento. El Año Sorolla ha puesto negro sobre blanco que a la historia del pintor de la luz todavía le quedaban algunas páginas por desvelar, un relato que se ha ido completando en estos meses con exposiciones que han mirado a su etapa formativa o su paleta más desconocida. Este mapa se completa ahora con un proyecto expositivo que promete ser todo un “hito” para la ciudad. “Esta es la mejor exposición del centenario del fallecimiento de Joaquín Sorolla. Desde luego en el Estado español, pero me atrevería a decir que más allá también […] Este será uno de los hitos por los que se me recordará. Conseguí traer a València esto”. Casi nada. Así se expresó el director del Museu de Belles Arts de València, Pablo González Tornel, durante la inauguración de la exposición Colección Masaveu. Sorolla, que presenta por primera vez en València la colección privada con mayor número de piezas del pintor, casi medio centenar de obras de las que más de la mitad nunca antes se habían podido ver en la ciudad. Su ciudad.
La colaboración entre la pinacoteca y la Fundación María Cristina Masaveu Peterson ha resultado en una exposición que presenta de manera íntegra en València las piezas de Sorolla pertenecientes a la entidad privada. En total, 46 obras adquiridas por el empresario asturiano Pedro Masaveu desde los años 70 hasta su fallecimiento en 1993 que dibujan una fotografía completa de la trayectoria del pintor, siendo esta una de las fortalezas del conjunto de obras. “No solo es rica en cantidad y calidad, sino que parece hecha para ser autorreferencial. Ella sola es capaz de contar toda la trayectoria de Joaquín Sorolla”, subrayó González Tornel. Así, la colección de pinturas abarca casi la totalidad e la trayectoria del creador, partiendo desde 1882, cuando todavía era un joven en plena etapa de formación, hasta 1917, tres años antes del final de su carrera como pintor como consecuencia de un derrame cerebral.
“Al abarcar ese abanico amplio, nos permite ver muy bien la evolución técnica, temática, cromática y lumínica de su pintura [...] El público va a encontrar toda la maestría del pintor de la luz. Un maestro universal concentrado en 46 impresiones”, explicó María Soto Cano, conservadora de la fundación y comisaria de la muestra, que presentó junto a Álvaro Sánchez, secretario del patronato de la fundación, y el director del Museu de Belles Arts. Si bien la exposición muestra de manera exclusiva la colección Masaveu, sin convivir con las piezas que posee el museo valenciano en sus fondos, lo cierto es que sí genera una suerte de puente, buscado o no, con una de las joyas del pintor que ahora expone la pinacoteca.
Hace apenas unos días culminaba el “complejo” traslado de la imponente Yo soy el pan de la vida a sus salas, un viaje que situaba como punto de partida el Palau de les Comunicacions y acababa en la futura Sala Sorolla, espacio que se convertirá en su hogar definitivo. La pieza, la pintura de temática religiosa de mayores dimensiones que se conserva del maestro valenciano, fue encargada en 1896 por el diplomático y empresario Rafael Errázuriz para decorar su casa palacio de Valparaíso (Chile), una figura que precisamente pone el cierre a la exposición de la colección privada. Fue casi una década después, en 1905, cuando Sorolla pintó La familia de don Rafael Errázuriz Urmeneta, un retrato de gran formato que supone uno de los más complejos pintados por el pintor, a pesar de haber sido realizado en apenas doce días, una pieza que sería equivalente a “Las Meninas del siglo XX”.
De esta forma define el director del museo la pieza, una declaración que habla de la influencia de Velázquez no solo en la mencionada obra sino, también, en toda su trayectoria. Para muestra, un botón. Una de las pinturas que inician el recorrido, fechada en 1884, es la copia que realizó en una de sus visitas formativas al Museo del Prado del retrato de Mariana de Austria, pintado por Velázquez en 1652. Estos dos paréntesis hablan de un Sorolla marcado profundamente por el sevillano, así como por su estancia en Roma, mientras gran parte de sus coetáneos miraban a París. Esa mirada única que fue construyendo a lo largo de su vida es la que se pone en valor en la muestra, un proyecto que también mira con mimo a la tierra valenciana, que enmarca un gran número de las piezas presentadas, unos trabajos que miran a un mar que supone uno de los ‘vacíos’ en los fondos que custodia el Museu de Belles Arts.
De esta forma, el recorrido nos lleva hasta Jávea con sus magníficos nadadores o con su mirada a los trabajos tradicionales con la pieza Elaboración de la pasa. En Cosiendo la vela (1904), una obra pintada en la playa de la Malvarrosa, se aprecia de nuevo el interés por Sorolla por representar los trabajos relacionados con el mar. Esta es una de las muchas maneras de mirar una exposición que viaja por los distintos compartimentos ocupados por Sorolla, un recorrido que suma piezas destacadas como El mamón, uno de los mejores ejemplos de cuadro de costumbres de la primera madurez de Sorolla; la obra Mi mujer y mis hijas en el jardín o dos pinturas vinculadas al proyecto decorativo Visión de España realizado para la Hispanic Society of America de Nueva York.
En esta muestra es importante el contenido y, también, el continente. Así pues, la mayor parte de los cuadros presentados están montados en caballetes transparentes inspirados en los ideados por la arquitecta italo-brasileña Lina Bo Bardi, unas estructuras que "hacen flotar las obras en el espacio que las alberga" y que, además, permite descubrir más secretos de ese relato en torno a Sorolla que sigue creciendo. Estos caballetes permiten al público observar la parte trasera de las obras, una ‘cara B’ de la exposición que deja al descubierto pequeñas anotaciones que se refieren a los viajes que hicieron por distintas exposiciones por el mundo o información sobre sus propietarios.
“Esta amistad entre el Museu de Belles Arts y la Fundación María Cristina Masaveu Peterson es una amistad de largo recorrido que va a seguir dando sus frutos”, deslizó el director de la pinacoteca durante la presentación. Para conocer esos “frutos” no habrá que esperar mucho, pues ambas entidades anunciaron que la recaudación por la venta del catálogo de la exposición se destinará íntegramente a la restauración de El cabo Noval (1910), de Antonio Muñoz Degrain, una pieza perteneciente a la colección del museo valenciano. Esta actuación se enmarca en los actos conmemorativos del centenario del pintor, que se celebrará en 2024 y para el que el museo está preparando una gran exposición de la mano del Museo de Málaga, un proyecto que se suma a la reciente apertura de la sala monográfica.