VALÈNCIA. Es nuestro turno. Cogemos la carta que corona la baraja, con mucho cuidado de que nuestro contrincante no intuya ninguna de las palabras escritas. El personaje que tiene que adivinar es ‘Joaquín Sorolla’. Los conceptos que no podemos usar para describir al pintor son tres: playa, luz y València. La llevamos clara. Su aproximación a la luz y, en última instancia, su identificación con los paisajes marítimos de València ha sido clave para que, un siglo después de su muerte, la pintura de Sorolla haya alcanzado el estatus de icónica, una manejo del pincel y el color que hoy sigue fascinando al público de todo el mundo y cuyas estampas sirven de inspiración para campañas publicitarias o souvenirs. Sorolla es luz, Sorolla es mar, Sorolla es València, sí, pero no solo. O no siempre del mismo modo. “Tendemos a pensar que los artistas se clasifican en periodos y, antes que nada, son personas, personas que cambian de humor y con aspiraciones contradictorias”. Estas palabras las firma Carlos Reyero, exdirector del Museu de Belles Arts de València y comisario de Sorolla en negro, una exposición que ofrece una nueva lectura en torno a la obra del pintor en Fundación Bancaja.
La muestra reúne en torno a un centenar de piezas, de las cuales once no se habían expuesto nunca y otras dieciséis no se habían visto en València, un proyecto que desembarca en València tras haber ocupado las salas del Museo Sorolla en Madrid, aunque ahora lo hace con una versión ampliada. La exposición supone el pistoletazo de salida del Año Sorolla en Fundación Bancaja, una de las instituciones que más ha mimado al autor en los últimos años, una muestra que completa un relato que ha comenzado a tomar forma con unas exposiciones centradas en sus primeros años de producción, como son Orígenes y Sorolla a Roma. L’artista i la pensió de la Diputació de València (1884-1889), y que ahora se amplía con una muestra que se presenta como una “contradicción en sí misma”.
Así, Sorolla en negro muestra la importancia de la oscuridad en la trayectoria de un autor conocido por la luz y el color, una mirada que parte de un profundo trabajo de investigación y que resulta en un amplio recorrido por esa oscuridad, una oscuridad que se trabaja desde distintos enfoques: desde la puramente cromática hasta la temática. “La relevancia del negro nos permite apreciar con mayor profundidad el virtuosismo de Sorolla”, relató Rafael Alcón, presidente de la Fundación Bancaja, quien presentó la exposición junto al propio Reyero y Enrique Varela, director del Museo Sorolla, así como con la asistencia de Blanca Pons-Sorolla y del presidente de la Comisión Permanente de la Fundación Museo Sorolla, Antonio Mollá.
Ese negro, esa oscuridad, no resulta tanto un verso suelto en la trayectoria de Sorolla como una capa más que permite entender su acercamiento a la pintura, una oscuridad que no es antónimo sino parte de un todo. Aunque históricamente no haya sido considerado así. Es el valor simbólico del negro uno de los puntos clave del discurso que presenta la exposición, un negro que aparentemente queda alejado de quien fuera considerado el pintor de la “España blanca”, frente a la “España negra” pintada por el vasco Ignacio Zuloaga. La contraposición entre uno y otro no es nueva, un 'enfrentamiento' que se plasmó hace algo más de una década en el Centre del Carme, que unió sus dos visiones con una muestra que unía las piezas Mis primas (1903) de Zuloaga y Mi mujer y mis hijas en el jardín (1910) de Sorolla. Pero, perdonen la obviedad, nada es tan blanco ni tan negro. "He querido presentar otro Sorolla, pero no diferente, porque [aquí] también es muy luminoso", relata Reyero.
Así, la exposición reúne algunas obras que presentan escenas oscuras por tema y por cromatismo, como La sorpresa de Zahara, 3º, interior de una fonda (1901), en la que se podría apreciar cierta influencia goyesca, o Estudio para ‘Otra Margarita’ (1892), la primera idea para el cuadro con el que ganó la primera medalla en la Exposición Nacional de ese año, una pintura en la que representa a una mujer trasladándose en tren tras haber sido acusada de haber abortado. También presenta el recorrido la imponente ¡Triste herencia! (1899), que refleja el drama social de niños enfermos acogidos por el hospital valenciano San Juan de Dios, niños que presenta en la playa en torno al hábito negro de un monje. Estas piezas son ejemplo del uso del color vinculado a elementos negativos, a la melancolía o pesimismo, un negro que usa en estos casos con “sentido torturador”.