VALÈNCIA. “Citius, altius, fortius” es el lema de los Juegos Olímpicos: más rápido, más alto, más fuerte. Un lema traducible a cifras: tantos minutos, tantos metros, tanto peso. Y así, el más veloz o la que salta más alto gana de forma bastante indiscutible. Los números mandan. Como en el fútbol o el baloncesto: tantos goles, tantos puntos. Y el caso es que, aun siendo todo esto medible y cuantificable, no siempre evita las injusticias o los errores: que gane el partido el equipo que menos se ha esforzado o peor ha jugado o ha tenido más suerte, que pierda la competición quien tiene un mal día y esté muy por debajo de las marcas que ha hecho durante el año, que el viento sople así o asá, que el árbitro o el juez no estén a la altura y mil cosas más. Pero siempre hay datos objetivos a los que agarrarse: 3 goles, 9,58 segundos, 2,06 metros, 98 puntos. Se puede decir sin problemas que quien ha ganado ha sido el mejor ese día, aunque puede que no lo haya sido el resto del año.
Sí, aquí hemos venido a hablar de cine, ya voy a ello. Resulta que este concepto de competición desgraciadamente trasciende del ámbito deportivo e inunda toda nuestra vida capitalista, cada vez más organizada por la tiranía de los algoritmos y las tablas Excel. Así que un montón de gente, y ya he llegado a nuestro negociado cinéfilo, se pasa la vida poniendo a competir a las películas, las interpretaciones de actores y actrices, la fotografía, la música y mil cosas más, como si fueran cosas medibles y cuantificables. Y a buscar la mejor, como si eso existiera en el campo de la expresión cultural.
Esto no solo pasa en temporada de premios. La prensa y las redes están cada vez más llenas de listados de las 10 mejores películas de esto o aquello y, además, ordenadas del 1 al 10. Quienes nos hemos visto en la tesitura de tener que hacer alguna vez listas así sabemos lo escurridizas que son, además de muy personales, y que dependen bastante de cómo te pille el día. También sabemos lo mucho que dejan fuera, porque elegir significa rechazar, en esta lógica binaria en que nos movemos. Y esto, en el terreno del arte y la cultura, es no solo extremadamente injusto y engañoso, también es innecesario. Creo que las que nos dedicamos a esto de analizar y/o gestionar la producción cultural deberíamos negarnos a hacer listas, por entretenido que resulta, y no entrar en esa lógica mercantil del debe y el haber.
Hace unos días, en un encuentro organizado por la Academia del cine con los actores nominados a mejor interpretación masculina, decía Javier Bardem con mucho tino: “Un trabajo no es comparable a otro. Cualquier acercamiento a una expresión artística es un acercamiento subjetivo. Hay unos señores que opinan que tú has hecho algo que merece más la pena que lo de otra persona. Es una opinión, pero hacer un estandarte de eso no tiene sentido.” Bravo, Javier. Grábense su frase a fuego: “Cualquier acercamiento a una expresión artística es un acercamiento subjetivo”. Y esto vale tanto para Vente a Alemania, Pepe (Pedro Lazaga, 1971) como para Viridiana (Luis Buñuel, 1961). Porque hay gente que va a disfrutar de Vente a Alemania, Pepe, otra que va disfrutar de Viridiana y otra que va a disfrutar de ambas, cada una según el momento y el estado de ánimo.
La cultura, el cine, una película no es una carrera de 100 metros ni un partido de fútbol. Aquí no aplica la lógica binaria de si gana uno, otro pierde, porque en este fértil territorio de la cultura y el arte todo es compatible. Las obras conviven, no compiten. No dejan de asombrarme, cuando llega la temporada de premios, esos reportajes tan fastidiosos dedicados a las buenas películas, incluso míticas, que nunca ganaron un Goya o un Oscar. A ver, alma de cántaro, si la propia lógica de la competición establece que solo puede ganar una, ¿cómo quieres que ganen todas las buenas películas de un año? Eso, suponiendo que estuvieran todas ellas nominadas, las buenas películas, digo, que no es así. Pero, oye, es que ni Psicosis ni Espartaco se llevaron el Oscar, ni Grupo Salvaje, ni El gran dictador. Ya, pero es que en sus respectivos años ganaron El apartamento, Cowboy de medianoche y Rebeca. ¿Cuál es el problema? Disfruta de las películas y olvídate de la competición.
Que sí, que a veces ganan pelis indiscutiblemente malas y olvidables, no hay duda. Pero, como dice Bardem, son unos señores (y señoras, añado) que opinan. Opinan sin haber visto todas las películas, porque es materialmente imposible; opinan tomándoselo unos más en serio y otros no tanto; opinan con mayor o menor responsabilidad; opinan en función de sus gustos, simpatías, fobias y filias, y puede que, en algunos casos, de intereses personales. En cualquier caso, opinan desde su subjetividad, porque no hay manera de medir la belleza, la emoción o la capacidad de fascinar.
Hay cosas cuantificables en el mundo de cine. El número de espectadores, por ejemplo. Para mucha gente, más de la que creemos, este es un dato infalible acerca del valor de un film. Si lo ve mucha gente será bueno. No tengo ahora la energía ni el espacio para rebatir esta creencia y, sobre todo, esta fe ciega en el (falso) libre mercado y en el (también falso) libre albedrío en la elección de la peli-que-voy-a-ver-esta-tarde. Porque difícilmente es libre tu elección si no conoces otro tipo de cine. En fin. Según esta unidad de medida, la del número de espectadores, la mejor película del año es Spiderman: No Way Home. Sus fans andan enfadados porque su peli no ha tenido nominaciones en los Oscar. Que igual es un poquito acaparador ¿no? Ya ha ganado todas las taquillas, arrasando a cualquier otro título (y probablemente impidiendo que se estrenaran otras películas más pequeñas) y todos los millones de dólares, ¿además hay que darle premios?
Nos gustan las listas, los ránkings, no cabe duda, y nos gusta aún más opinar. Vale, hagámoslo, pero como el juego o la fiesta que es o debería ser. Lo que no tiene ningún sentido es enfadarnos o molestarnos porque le den el premio a esta o a aquella o que gastemos tiempo y esfuerzo en justificar por qué una asociación de profesionales, que eso es lo son las academias, sea la de España o la de Estados Unidos, ha elegido esos títulos y no otros. Las 20 nominaciones recibidas el mayor número de la historia, ¿convierten a El buen patrón (Fernando León de Aranoa) en la mejor película del año o de las últimas décadas? Pues claro que no. Que, por su parte, no haya recibido ni una sola nominación Espíritu sagrado (Chema García Ibarra) ¿significa que no vale nada? Obviamente, no, como bien sabemos quienes la hemos visto y la consideramos una de las grandes películas españolas del año (de verdad, no se la pierdan).
Entonces ¿qué hacemos con los Goya, los Oscar y demás? Pues disfrutarlos, caramba, que para eso están. O pasar de ellos, si es su gusto. Los Oscar, Goya, Bafta, Feroz, Cesar y demás son un escaparate, un ejercicio de promoción y marketing de la propia industria cinematográfica, por supuesto que sí. Pero son también una fiesta. Los premios y las nominaciones son reconocimientos y satisfacen a quienes los reciben y a quienes les admiran. Visibilizan y ayudan a que más gente vea esas películas. Disfrutemos de ello sabiendo que el concepto “la mejor película” o “la mejor interpretación” no tienen sentido. Que esto es cultura y no una competición, sino una celebración. La de un montón de gente talentosa que dedican su trabajo y su vida, pensemos en ello, a hacer más llevadera la nuestra y a proporcionarnos obras que nos hacen felices. Como para no agradecerlo.
Aitana Sánchez-Gijón es la mujer más joven en recibir este premio y la segunda galardonada de menos edad, por detrás de Antonio Banderas, que lo logró con 54 años