VALÈNCIA. Entre los temores más primarios alojados en nuestra psique a través de la cultura popular destaca el del espectro de una mujer pálida, de larga melena oscura, que hace una aparición inesperada. La literatura, el cine y el relato oral están surtidos de ejemplos. De la aterradora figura al otro lado del lago en el clásico literario de Henry James
Otra vuelta de tuerca a la pavorosa presencia fantasmal de la película Mamá (Andy Muschietti, 2013), producida por Guillermo del Toro; de la mujer de la curva de las historias de miedo de la infancia a los espíritus del folklore japonés.
El género de terror no es, sin embargo, fácil de trasladar a las tablas, pero existe una honrosa excepción que gira, precisamente, en torno al misterio de un ente fantasmal femenino, La mujer de negro. La obra escrita por Stephen Mallatratt a partir de la novela homónima de Susan Hill es, tras la adaptación de La ratonera, de Agatha Christie, el montaje más tiempo representado en el West End londinense. Lleva en cartel desde 1989, con la única interrupción de los meses en que los escenarios se han visto perjudicados por la pandemia.
Una nueva versión española ha sido, precisamente, señal de vuelta a la normalidad en la cartelera madrileña, donde este verano fue uno de los dos únicos estrenos, “en un momento en el que nadie se atrevía a producir teatro”, agradece su director, Víctor Conde.
Su propuesta está programada este próximo 6 de junio en el Auditori Torrent y viene marcada por la memoria de una mujer, pero su manera de sobrevolar la obra es luminosa. La primera vez que Conde vio el clásico lo hizo acompañado de su amiga Ana Diosdado. Junto a la fallecida dramaturga, directora y actriz, conversó luego con el protagonista de aquella adaptación, Emilio Gutiérrez Caba. Luego la ha revisado en numerosas ocasiones en Londres, donde tiene tal tirón que los nombres de los actores de la función ni siquiera aparecen en las marquesinas. Pero las palabras que ha tenido presentes durante el desarrollo de su propia traslación a los escenarios han sido las que pronunció Diosdado, alabando lo inaudito de pasar miedo en el teatro.
El mismo Conde confiesa haberse dado algún que otro susto durante los ensayos. Sin revelar nada para no hacer spoiler, comparte que la inmersión en el universo de terror de la trama les ha procurado tanto a él como a los actores, Jesús Cabrero y Javier Orán, no pocos escalofríos.
Lo que el ojo sí ve
“Esta función está construida como una máquina de relojería perfecta. Todo está en el ritmo del texto y en sus acotaciones”, aplaude el director español, que se ha esforzado para lograr que el público que se siente en el patio de butacas, experimente las mismas emociones que compartió con su desaparecida amiga.
Ese ahínco pasa por estimular la imaginación de los espectadores sin artificios. La ambientación y el ejercicio actoral de los protagonistas logran que el público vea elementos sobre la escena que no están.
“No queríamos caer en eso tan burdo y barato que son las proyecciones. Intentar suplir decorados con videos es tratar al público de tonto. Me parece un ejemplo de falta de imaginación en el teatro, cuando lo que distingue al cine de las artes escénicas es, precisamente, la complicidad del público”, comparte Conde.
Para inspirarse, se ha sumergido en la lectura de clásicos de la literatura del terror victoriano, como Edgar Allan Poe y Wilkie Collins.
“He optado por leer más que ver películas, porque esta función es una gran fiesta de los escenarios. Me maravilla que Stephen Mallatratt haya sido capaz de convertir una en un texto teatral que solo funciona en las tablas. Si se traslada a la gran pantalla, como ya se hizo en una versión protagonizada en 2012 por Daniel Radcliffe, hay que hacer un ejercicio cinematográfico desde cero”, detalla el director.
La novela escrita en 1983 por Susan Hill es un homenaje a esos títulos clásicos desde la modernidad. A menudo se compara a la autora inglesa con Montague Rhodes James y Daphne du Maurier por, como ellos, dominar los recursos de atmósfera y suspense propios de la novela gótica para darles un giro contemporáneo. De hecho, Hill publicó una secuela de Rebecca titulada La señora de Winter, en 1993.
Escape room vintage
La acción de La mujer de negro se desarrolla en torno a 1950, en un teatro semiabandonado de la capital inglesa. Su protagonista es un abogado obsesionado con una maldición que trata de superar el trauma alquilando el edificio y contratando a un joven actor para recrear un suceso fantasmagórico que le sucedió años atrás, relacionado con el espectro de una mujer. Su objetivo es vencer el miedo que atormenta su alma.
Estos últimos años, la opción de ocio de las escape room había vivido una eclosión en nuestro país. Las restricciones sanitarias en estos espacios caracterizados por su estrechez y la falta de ventilación han revertido la situación, generando una situación de incertidumbre al negocio. El espectáculo en vivo plantea una alternativa inmersiva al público joven de estos negocios. De hecho, Conde ha apreciado la asistencia de grupos de chavales góticos a las representaciones en Madrid: “Este tipo de historias remueven nuestros miedos tempranos, profundos y privados. Los misterios de la vida que no podemos explicar tienen un atractivo que conecta con la gente joven, a la que además le gusta compartir experiencias. En este caso, pasar miedo con amigos”.