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CRÓNICAS POR LOS OTROS / OPINIÓN

La mujer del velo negro 

La mujer del velo negro tiene 32 años, una hija de 8 años y hace tres años que se casó con su segundo marido con el que espera tener pronto un hijo. Esta vez prefiere que sea un varón. Su realidad y la mía nada tienen que ver hasta que un día la vida nos puso al mismo nivel

30/07/2016 - 

VALENCIA. La mujer del velo negro lleva viviendo en Lamu unos ocho años. Ella nació en Pequetoni, un pueblito a dos horas de la isla de Lamu, en la península de Kenia donde sigue viviendo su familia. Sus padres, sus dos hermanos,  sus tres hermanas y su hija que prefiere vivir con su abuela con la que se ha criado desde que tenía casi dos años. 

Su familia son agricultores , vienen de Somalia y llegaron a Kenia en busca de una vida mejor. Por el mismo motivo  " La mujer del velo negro" se vino a Lamu, quería conseguir un trabajo fijo y dejar la empresa de algodón en Mombasa en la que trabajaba solo por temporadas. Llegó a Lamu y empezó a trabajar en un proyecto de mujeres de comercio justo.

Trabaja de lunes a viernes de 8 a 5 de la tarde. Le gusta su trabajo y le gusta Lamu aunque no tenga ni amigas ni familia. Por eso una vez al mes se va a visitar a los suyos y además de quitarse la nostalgia de estar con ellos por vivir lejos de ellos se quita el gusanillo de trabajar en el campo. Un trabajo que le recuerda a su niñez y que le encanta. Porque  " La mujer del velo negro" es una  nostálgica de la vida. 

Me cuenta que el trabajo en el campo no es duro, que trabajaba con su familia y con sus amigos,  que es un trabajo que te permite estar con los tuyos y que trabajan hablando, cantando, y riendo. Un trabajo que les obliga a vivir en el campo, en el lugar donde trabajan , por ello viven aislados de todo y todos excepto cuando tienen contacto con otras familias de agricultores que trabajan a poco kilómetros de sus tierras. Llevan una vida que va de sol a sol. Se madruga mucho, y se trasnocha poco porque en mitad del campo africano hay poco que hacer cuando se va la luz. 

Así que " La mujer del velo negro"  está acostumbrada a no hacer nada cuando tiene tiempo libre, a no tener ningún hobbie, a no necesitar llenar las horas del día en que no trabaja ni arregla la casa, simplemente se sienta y ve la vida pasar . Algo a lo que uno se tiene que acostumbrar pues no es fácil, no hacer nada sin desesperarse.

" La mujer del velo negro"   puede pasar el día entero sin hablar, mira el horizonte y deja que corran las horas. Si le hablas te responde, de vez en cuando sonríe y el resto del tiempo está sentada, sin hacer nada. Me encanta poder compartir ratos con ella cuando estoy en Kenia. La conocí a través de su marido quien nos ayuda, nos acompaña y nos atiende siempre que estamos en Lamu. Es parte de nuestra familia aquí y ella de vez en cuando se une. Me costó conseguir entablar una conversación  con ella, me costó conseguir sentirnos cómodas una con la otra, me costó conseguir que se quitara el velo negro cuando estábamos las dos, una frente a la otra... Poco a poco lo vamos consiguiendo.  

Resulta muy complicado hacerte amigas lamunias , se prodigan poco por lugares públicos, pasan la mayor parte del tiempo dentro de las casas y sienten una enorme distancia con mujeres como yo. Por ello me considero una afortunada de poder ir rompiendo esos muros que se levantan sin querer. 

Me fascina observarla más de cerca, estudiar y analizar sus movimientos delicados y finos, sus manos pintadas con "gena", su mirada intensa que se asoma a través de ese velo negro que solo se quita cuando está en casa, me gusta intentar averiguar qué pasa por cabeza y quiero poder entenderla. Porque en una  primera lectura, desde una perspectiva occidental de mujer supuestamente  independiente, se  podría entender que " La mujer del velo negro"es una mujer sumisa porque lleva el famoso bui-bui ( velo negro) que le cubre el rostro, porque no habla en público, porque camina detrás de su marido y porque espera que el tome la iniciativa para seguirle. Podría ser una primera lectura, pero sería una lectura sesgada desde una perspectiva occidental que yo no me atrevo a manifestar. 

La otra lectura podría ser que " La mujer del velo negro" trabaja y es económicamente independiente. Que es valiente porque salió de su casa en busca de una vida mejor. Que coordina en su trabajo a un grupo de mujeres donde se trabaja el empoderamiento de la mujer.  Que es una mujer que contempla la vida, que prefiere observar, que elige estar en un segundo plano donde se siente más cómoda. Que prefiere los silencios y que solo habla cuando tiene algo especial que decir. Que su marido la atiende como a ella le gusta y que por eso ni cocina ni hace nada cuando está fuera de su casa.

Desconozco cuál es la versión e interpretación de mujer que más se acerca a la realidad. Y una vez más no soy capaz de definir una opinión contundente y cerrada. Una vez más el tema de la mujer en África  me supera, me genera muchas dudas, muchas confusiones y tira por tierra mi opinión perfectamente formada antes de llegar a este continente. Si algo me ha enseñado África es a ver, oír y callar. Y cuidarme mucho de realizar opiniones categóricas y contundentes. 

El caso es que me encanta observarla desde la distancia. Es un perfil de mujer tan alejado a todas las mujeres que me rodean que me resulta muy interesante. Y tengo la suerte de poder hablar con ella de su vida, de la mía, de su pasado, presente y futuro, y del bebé que perdió en un aborto por una incompetencia médica. Un capítulo en la vida que nos acerca más que nos distancia. 

El dolor que une 

Las dos hemos pasado por lo mismo. Cada una con su contexto y con sus circunstancias pero por lo mismo. Y eso nos une más que nos aleja. Nos hace sentirnos  más iguales. Nos hace sentirnos al mismo nivel por muchas diferencias que nos separen, infinitas diferencia que desaparecen al instante. Un drama que nos une y que hace que nos entendamos a la primera. Porque como suele pasar, en estos casos, los dramas y las penas nos ponen a todos al mismo nivel, nos igualan de un plumazo. 

" La mujer del velo negro" tiene pocos estudios pero no es ninguna analfabeta. Tiene su opinión bien formada al respecto. Sabe lo que ocurrió, sabe que fue una incompetencia medica que pasó por alto, sabe que pudo llevar a prisión a esos profesionales de la medicina que le dijeron que se marchara a casa cuando visitó la clínica por unos dolores terribles en el vientre que estaba sufriendo desde el día de antes. Sabía que algo le pasaba a su bebé pero pocas alternativas tenía a su alcance. Se tomó un paracetamol, como le indicaron, volvió a casa y empezó a sangrar. 

Me dice que lo peor fueron las secuelas psíquicas, más que el dolor físico que se pasa. Le costó un tiempo recuperarse y poder ilusionarse de nuevo con la esperanza de tener otro hijo. Un sentimiento universal en casi todas las mujeres que hemos pasado por ese trance. Y empezó a contarme cómo se sintió, cómo volvió a trabajar y cómo volvió a su vida diaria. 

Una vida que no se cuestiona. Le gusta su vida y me dice que algún día , en el futuro, quizá viaje a España a conocer otros lugares. Pero me da la sensación que lo dice por agradarme, no tiene mucho interés ni entra entre sus planes a corto ni medio plazo. Ella quiere seguir trabajando, seguir yendo una vez al mes al campo a trabajar con su familia, a ver a su hija y a hablar con sus amigas. Ella quiere tener otro hijo y que esta vez sea un varón. En esta sociedad que la rodea tener un varón se valora notablemente, suele ser un gran orgullo para la familia y será quien poseerá los derechos por encima de sus hermanas  a la hora de gobernar la casa o heredar el patrimonio familiar. 

La realidad de muchas mujeres en todo el mundo puede ser totalmente diferente, podemos venir de entornos radicalmente opuestos, de culturas distintas, de contextos antagónicos pero existe un punto de unión, un punto en común que nos une: la  maternidad, la ausencia de ella, la pérdida de u hijo/a , un aborto, etc. Otra cosa son las circunstancias en que se desarrolle y las maneras diferentes de  expresarlo. 

Es en ese momento cuando ni el velo negro, ni la religión, ni la nacionalidad nos separa. Es en ese momento cuando revivo con ella aquel día, aquel momento y aquel dolor. Es en ese momento cuando no hacen falta demasiadas explicaciones ni detalles para entendernos a la perfección, para saber que las dos pasamos por lo mismo y para darnos cuenta que hemos sentido los mismo que tantas y tantas mujeres de este mundo. 

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