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el diccionario berlanga 

La mujer en el cine de Berlanga bajo su fascinación

18/02/2022 - 

M.- Misógino

VALÈNCIA.- En efecto, las mujeres para Berlanga —y en el cine de Berlanga— eran todo un tema complejo y misterioso que abordar. Nunca lo escondió, es más, en la mayoría de situaciones sentía aversión por ellas. Así lo expresa Antonio Gómez Rufo en el libro Berlanga: Contra el poder y la gloria, en el que el autor expresa directamente que «Berlanga confiesa tener ‘terror vaginal’ a las mujeres: el universo femenino, como él dice, le da pavor, le estremece. Nadie le quitará nunca de la cabeza que la mujer es un ser superior, tanto biológica como intelectualmente, y para referirse a ellas utiliza siempre el mismo adjetivo: indestructibles. Las mujeres son odiosas en tanto en cuanto sobreviven siempre al hombre».

Las mujeres le confrontaban tanto como la vejez o la muerte y, en varias ocasiones, Berlanga defendió que su misoginia nacía «de una excesiva admiración hacia la mujer». El cineasta sostenía que, para él, la mujer era un tirano, considerada como un ser superior al que admiraba y por el que sentía fascinación. Por otra parte, le imponía al verla como un ser superior, que podía tentar, controlar y dominar al hombre. Y eso en parte le gustaba; y ese era el problema. Y este pensamiento dice mucho de su retrato como hombre construido desde la tradición occidental más antigua, firmemente sustentada por la religión católica. 

Ante ese ídolo femenino que le hacía sentirse inferior, él buscaba rebelarse y estos sentimientos se reflejan, en mayor o menor intensidad, en los personajes femeninos de sus películas. Se rebelaba desde el guion, pues en el arco berlanguiano —estructura narrativa que predomina en sus films— de sus películas hay generalmente un personaje masculino con unos proyectos de futuro que siempre acaban por ser desmoronados.

¿Qué utilizaba el cineasta para truncar esos deseos? A un personaje femenino. De manera que la mujer en el cine de Berlanga es planteada como un ‘ser devorador’ o como un ‘ser fascinante’: devorador, en cuanto a que es una mujer castradora, que coarta y limita el futuro del personaje masculino a partir de sus propios intereses; fascinante, cuando resulta ser una mujer idealizada, generalmente en el papel de turista y europea, como un ser que supone un aire fresco a la retrógrada rutina y en la que el hombre proyecta sus ansias de libertad. 

Berlanga reconocía que la mujer ha sido tratada injustamente a lo largo de la historia del cine y, consciente de esto, desarrolló una psicología estratégica y astuta mediante la cual el personaje que encarna a la madre, la novia, la esposa o la hija acababa dominando la voluntad de sus hombres, debilitada por la comodidad. De modo que si caricaturiza a las mujeres, el universo masculino que las acompaña tampoco se escapa; solo hay que fijarse: son obsesivos con el sexo y el dinero, cobardes, vulnerables y miserables. Como mucho hay distinción de clases, donde los pobres son ingenuos, a veces serviles y otraes pícaros. Personajes que le servían para criticar la clase aristocrática española durante el franquismo tardío, estirando al máximo el estereotipo del español en general, y de los valencianos en particular.

Aquí sucede que la mujer fascinante no es una turista sino una muñeca, la mujer cosificada que vendría a ser la mujer indestructible, que siempre sale a flote

Berlanga retrató la agencia femenina tradicional y los modelos retrógrados impuestos por el franquismo, de tal manera que esta misoginia y el pesimismo «contribuyeron a la toma de conciencia y a la transformación de este país empezando por nosotras mismas», afirmaba Josefina Molina en el discurso de ingreso en la Real Academia en 2017 bajo el título Feminismo y misoginia en Berlanga.

Que Berlanga era un misógino es sabido por todos. Lo fue dentro del contexto y del constructo social en el que se movía, de modo que la manera en la que dibujaba y abordaba a las mujeres decía más de él que de la figura de la mujer en general. También, algunas de sus películas son más ilustrativas que otras. Si Novio a la vista (1954) y París-Tombuctú (1999) son las dos películas en las que más amor podemos encontrar, el contrapunto se establecería con la trilogía misógina de La boutique (1967), Vivan los novios (1970) y Tamaño natural (1974). Esta última merece especial atención pues en ella se explica bien esa atracción irresistible de Berlanga hacia las mujeres. Aquí sucede que la mujer fascinante no es una turista sino una muñeca, la mujer cosificada que vendría a ser la mujer indestructible, que siempre sale a flote. «Nunca como en este filme han estado tan bien explicados los terrores masculinos», decía Josefina Molina. Una película a tener en consideración hoy en día, pues una muñeca, como representación simbólica de la mujer, es capaz de sobrevivir al hombre, dueño de ese objeto. 

Molina sostenía que la filmografía del valenciano contribuyó a pensar que los modelos que él retrataba no se podían eternizar y ayudó a que las mujeres del momento reaccionasen en contra de esos modelos. Si con sus films Berlanga perpetuaba las semillas del patriarcado de la época, las miserias sexuales de los hombres también tenían lugar en aquel jardín y del mismo modo que mujeres como Molina vieron la oportunidad para reivindicar el cambio, la lectura desde ahora cuestiona la responsabilidad de estas representaciones y que hay modelos que hay que dejar de eternizar. 

¡Vivan los novios!: una luna de hiel (1970)

VALÈNCIA.- Es una de las historias donde más se cuestiona el papel de la mujer en su rol devastador, erótico y carnal, pues Leonardo (José Luis López Vázquez), el protagonista —antes de casarse con Loli (Laly Soldevila) en Sitges— intentará vivir sus fantasías eróticas con mujeres extranjeras y rubias, no obstante el cortejo que no le saldrá bien y no será lo único que se trunque ni antes ni después de la boda con Loli. Leonardo es otro de sus personajes víctima de su destino y de la sociedad que le rodea.

Con ello, ¡Vivan los novios! es una tragicomedia que llegó en un momento de transición, tanto en España como en el propio cine del valenciano. El contexto internacional también ardía política y culturalmente. La historia es toda una confrontación entre una España todavía retrógrada, casi medieval con un guiño a la política gubernamental de aquel momento, y la España nueva, la abierta, la enfocada al turismo, que suponía seguir enfangando social y moralmente al país, como lo muestra el film.  

Ajeno a la crítica que imperaba en aquel momento y moldeaba la industria —aquella liderada por los cineastas y escritores de Cahiers du cinema— Berlanga se centraba en escribir y rodar el guion según sus propios impulsos, jamás pensando la historia como una película de festivales, aseguró. Luego erró en su intención y ¡Vivan los novios! acabó compitiendo por la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 1970.

Y otro apunte a considerar: fue su primera película en color. Se resistió a rodar en color hasta tarde. Para él, el blanco y negro eran el color del cine y «no tendría que haber llegado nunca el color al cine». Afirmó en varias ocasiones que por él, habría rodado siempre en blanco y negro pues el monocromo «daba una aproximación a un mundo más mágico, una cierta magia que el color nunca te va a dar», defendía.

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