VALÈNCIA. Desde que comenzó su relación profesional (y personal) con la actriz Kim Min-hee a raíz de su película Ahora sí, antes no (2015), el director surcoreano Hong Sang-soo ha cambiado la perspectiva de sus películas de lo masculino a lo femenino, hasta el punto de que, en su última película, La mujer que escapó, la figura del hombre prácticamente no aparece o se insinúa como un elemento incómodo y amenazador.
Poco a poco, los juegos metacinematográficos, la narración especular y las permutaciones argumentales (a través de métricas binarias, terciarias o cuaternarias), los itinerarios que se cruzan y que se solapan y las estrategias estructurales que habían caracterizado su cine han ido desapareciendo, así como la figura totémica del director que él mismo representaba, para introducirse en un camino de introspección dentro del imaginario femenino a través de personajes que muestran sus fragilidades y fortalezas a la hora de buscar su lugar en el mundo.
Su estilo se ha ido también depurando hasta alcanzar una máxima esencialidad y refinamiento. El artefacto cada vez es más limpio y transparente y, también, más unidireccional. Además, en cada nueva obra, parece cuestionarse a sí mismo, a los elementos que habían caracterizado su estilo y a la propia naturaleza de su discurso.
La mujer que escapó está contada en tres tiempos que corresponden con los tres encuentros que tendrá Gamhee (Kim Min-hee) con tres amigas del pasado. Es la primera vez que las ve después de haberse casado con un marido que nunca veremos, pero del que según ella misma dice “no se ha separado nunca en cinco años porque los enamorados tienen que estar siempre juntos”. Sin embargo, durante su periplo, estará sola.
Su primera parada será en el campo, donde se ha trasladado a vivir Youngsoon (Seo Younghwa) después de haberse divorciado. Planta hortalizas en un huerto y vive con Youngji (Lee Eunmi) y juntas dan de comer a los gatos callejeros, aunque tengan que enfrentarse con la comunidad de vecinos. Su segunda visita será para Suyoung (Song Seonmi), que después de vivir con su madre mucho tiempo se ha mudado a un confortable apartamento, da clases de pilates, se mantiene soltera y tiene amantes ocasionales. Por último, Gamhee se reencontrará con Woojin (Kim Saebyuk) en una pequeña sala de cine en la que es programadora, una antigua amiga que la traicionó casándose con su expareja, un escritor que se ha convertido en un ególatra.
Cada uno de los actos se encuentra dispuesto alrededor de las conversaciones entre estas tres parejas de mujeres. Charlas sobre gallinas picoteadas por gallos hasta hacerles sangrar el pescuezo para marcar territorio, sobre comer carne o hacerse vegetariana, sobre el pasado, el matrimonio y los hombres.
Durante este recorrido, intuiremos las heridas de Gamhee y su melancolía, que culminará con la visión de una película (que en realidad es Mujer en la playa), que le aporta paz interior, quizás la que, sin saberlo, estaba buscando. En realidad, haciendo honor a su título (el de una esposa que abandonó a su marido y a su hija), todas las mujeres de la película han huido de algo, de ese entorno represivo patriarcal, y ahora le toca a Gamhee tomar esa decisión. Quizás por eso ella misma se ha cortado el pelo frente al espejo en un primer acto de rebeldía.
Desde hace unos años, el director pone en práctica una técnica de trabajo inusual. Aunque tiene escritos los diálogos, nunca sabe hasta el mismo día de rodaje cómo estructurará la película. Los planos son fijos y largos, concisos, y enmarcan la conversación de las protagonistas, con algunos zooms que se ha ido convirtiendo en un sello propio y que adquieren un significado muy especial cada vez que aparecen. La cadencia, la fluidez de cada secuencia resulta exquisita, convirtiéndose La mujer que escapó en una auténtica filigrana tan liviana como repleta de enigmas ocultos que ganó el premio a la mejor dirección en el Festival de Berlín.