El sector de la náutica, tras el espejismo de la Copa América, está viviendo una etapa de bonanza que casi no se recuerda: la demanda es tal que hay retrasos en la entrega de los barcos. La culpa, en positivo, también es de la pandemia
VALÈNCIA.- Los grandes gurús tienen una sentencia muy recurrente que afirma que en tiempos de crisis siempre surgen grandes oportunidades. Buceando en Google, sus algoritmos dicen que el primer genio del que se tiene constancia que hizo esta reflexión fue Albert Einstein, aunque es bastante probable que hace miles de años algún comerciante fenicio ya llegara a la misma conclusión sin pasar a la historia. Einstein, por cierto, fue un gran aficionado a la vela y fue armador de dos pequeños veleros, el Tümmler y el Tineff, lo que nos viene de fábula para enlazar con la historia que nos ocupa en este reportaje. La resume mejor que nadie el propietario de una de las dos empresas que más barcos venden en Valencia, Antonio Gadea (Sportnautic): «Puede parecer una barbaridad con todo lo que estamos pasando, pero la pandemia ha sido buena para la náutica».
Para entenderlo, es necesario rebobinar unos años, ya que el sector de los barcos ha atravesado un período muy complicado. Desde que explotó la burbuja de 2008, la venta de barcos en España ha experimentado una caída vertiginosa. En la época del ladrillo, cualquier constructor de nuevo cuño se compraba primero un Porsche Cayenne y luego un buen ‘aparato’ flotante de varios cientos de miles de euros. Pese a la reciente Copa América, en la Comunitat Valenciana no se ganaron muchos más aficionados al mar ni a la vela; los que aterrizaban en el mundo de los barcos eran nuevos ricos que buscaban champán y fotos con los colegas.
¿Qué pasó? No hace falta ser Einstein para intuirlo; en cuanto llegó la crisis, las marinas se llenaron de barcazos cuyos dueños ya no podían mantenerlos y se malvendieron a precios de saldo. Por lo tanto, con las vacas flacas vender un barco nuevo se convirtió en una utopía, y el sector se sumió en una caída constante en las ventas que ha llegado prácticamente hasta nuestros días. Esta foto resumida tiene mil matices, pero en esencia ha sido así.
En la Comunitat Valenciana siguieron navegando los de siempre, una masa de irreductibles que en un gran porcentaje ha heredado la pasión por el mar de sus ancestros, tal y como explica Antonio Gadea. «El cliente valenciano es aficionado desde siempre; es menos caprichoso que otros clientes como el madrileño. Al valenciano le gusta ir a pescar, navegar a vela, salir con la familia… y es un cliente que no sufre muchos cambios. Solo tienes que ver los puertos, hay muchos barcos familiares de toda la vida, navegan los hijos y los nietos que están aún con el barco del abuelo y luego si les va bien cambian de barco. No es como el cliente caprichoso alemán que hay más por la zona de Alicante, o gente que tiene el apartamento y se compra la lancha pero luego la utilizan muy poquito. El valenciano es un cliente más estable».
* Lea el artículo íntegramente en el número 82 (agosto 2021) de la revista Plaza