VALÈNCIA. Con Sinsajo (Molino RBA, 2012), Suzanne Collins, autora de Los juegos del hambre, ponía fin a su trilogía ambientada en un futuro distópico donde jóvenes de distintos distritos se jugaban la vida a través de un macabro reality show televisado para entretener a las clases poderosas del temible y despiadado capitolio. Ese mismo año, en 2012, la corporación Lionsgate estrenaba la primera adaptación audiovisual de los libros con la actriz Jennifer Lawrence a la cabeza. La saga de la autora norteamericana ha sido todo un boom: desde la editorial lo avalan señalando que sus libros han conmovido a más de 100 millones de personas. En España, la trilogía original ha vendido la friolera de 1.200.000 ejemplares. Las cifras otorgan a Los juegos del hambre un solvente éxito. Y, por si eso fuera poco, hace unos meses un nuevo tomo de la saga aterrizó en las librerías.
El pasado junio, Collins publicó la precuela literaria de su icónica saga, titulada Balada de pájaros cantores y serpientes (Molino RBA, 2020). En esta ocasión, la autora traslada la acción unos 60 años antes del arranque de Los juegos del hambre y lo hace, además, con un protagonista muy particular: el malvado tirano y presidente de Panem en su adolescencia, Coriolanus Snow. Pese a que el libro no excusa el comportamiento del que será el enemigo de la protagonista principal de la saga, Katniss Everdeen, en el futuro, sí indaga en los motivos que hicieron que se convirtiera en el déspota dictador que conocemos.
Otra gran saga de la literaria juvenil, aparentemente concluida, ha vuelto a la vida –y resulta paradójico si pensamos que sus protagonistas, precisamente, son vampiros–. Crepúsculo (Alfaguara, Penguin Random House), firmado por Stephenie Meyer, se publicó en el año 2005. A la primera novela, que da nombre a la archiconocida franquicia, siguieron Luna nueva (2006), Eclipse (2007) y Amanecer (2008) con sus respectivas adaptaciones cinematográficas con Kristen Stewart y Robert Pattinson como principales protagonistas. Se estima que el llamado «fenómeno Crepúsculo» cuenta con cerca de 150 millones de lectores.
Ahora es el turno de Sol de medianoche, disponible en librerías desde este septiembre, y con unas nadas desdeñables cifras de cerca de un millón ejemplares vendidos en su primera semana en Estados Unidos y Canadá. El romance juvenil entre una joven y un vampiro regresa, en esta ocasión, ofreciendo a los fans de la saga la versión de Edward, el protagonista masculino del binomio romántico. Para ello, Meyer se sumerge en la mente de este personaje y cuenta la historia, esta vez, desde su punto de vista. Lo hace quince años después de la fecha original de publicación de Crepúsculo.
Ambas sagas cuentan con una buena cantidad de adeptos y adeptas, pero ¿responde la publicación de estos nuevos libros a una necesidad narrativa o, más bien, a una estrategia de marketing? Cuando la nostalgia llama a la puerta, la razón –muchas veces– sale por la ventana.
Volviendo a Panem a encontrarse con el vampiro
Para Àngels Francés, doctora en Filología Catalana y profesora de la Universidad de Alicante, donde imparte, entre otras materias, Literatura infantil y juvenil, la estrategia de marketing es importante en la difusión y éxito de estas novelas, pero también las comunidades de fans de Suzanne Collins y Stephennie Meyer que, a su juicio, «han acogido con entusiasmo sus nuevas propuestas».
«El cambio de perspectiva que ofrece Meyer sobre la historia original de Crepúsculo puede resultar interesante para abordar de una manera diferente algunos aspectos de la saga (desde un punto de vista crítico); y la precuela de Collins, que se centra en la construcción del villano de la trama, en consonancia con otras revisiones actuales de este personaje tipo de la cultura popular (por ejemplo, en el caso de Maléfica), también ofrece a su público una nueva ocasión de entrar en el universo distópico de Panem e indagar en el origen del mal», añade Francés.
Otro punto de vista tiene, por otro lado, Irene Rodrigo, divulgadora literaria, escritora y codirectora de Una habitació pròpia (À Punt). «Para mí, estos regresos de las sagas Crepúsculo y Los juegos del hambre responden a una estrategia de marketing», sostiene. «Las editoriales saben que hay muchos lectores de estas sagas que, aunque ya hayan crecido y no tengan la edad del público objetivo de las sagas juveniles, querrán leer estos lanzamientos: hay un componente emocional muy fuerte que se acentúa al tratarse de algo que leíste cuando eras niño o adolescente, esas etapas que tanto idealizamos», señala.
En la misma línea, Rodrigo observa con cierto escepticismo las presuntas emociones a las que apelan estas publicaciones. Los cantos de sirena de la nostalgia no siempre llevan –y nunca mejor dicho– a buen puerto. «Puede que esos fans compren los libros y luego ni los lean, o que los empiecen y los abandonen al darse cuenta de que no son capaces de transmitirle las mismas emociones que sí les transmitían cuando los leyeron de más jóvenes. Pero lo que le importa a la editorial no es tanto que el libro se lea, sino que se venda», reflexiona.
La juventud, ¿una etapa nostálgica?
Si hay alguien que sabe sobre nostalgia es Diego S. Garrocho, doctor en Filosofía y autor de Sobre la nostalgia. Damnatio Memoriae (Alianza, 2019). La adolescencia, nos cuenta, es una etapa con un alto componente melancólico. «Parece contradictorio que un joven pueda ser nostálgico, pero es en la adolescencia y en la primera juventud cuando acontecen las primeras pérdidas y donde comenzamos a elaborar nuestra sensación de añoranza», apunta.
«El proceso de definición de la identidad que tiene lugar en la adolescencia conduce a los y las jóvenes a buscar referencias en el mundo que les rodea y, sobretodo, en su comunidad de iguales, con quienes les unen relaciones de amistad o de intereses comunes (por ejemplo, literarios: de ahí nacen las comunidades fan, como los potterhead, los tributo, los twilighters…)» opina, por su parte, Àngels Francés.
Quizá por ello, también habría que sacudirse la idea de que el público juvenil es menos exigente con los libros que consume. Así lo señala también la profesora de la Universidad de Alicante y especialista en literatura para jóvenes: «Son muy exigentes; se implican en aquellas historias que les apasionan, comparten sus experiencias en las redes sociales y crean comunidades lectoras que, con la ampliación del bagaje literario, la intervención de mediadores y el paso del tiempo, suelen evolucionar a otro tipo de lecturas más adultas». La juventud es imparable cuando algo le apasiona. Y qué duda cabe que Crepúsculo y Los juegos del hambre levantan pasiones.
Recurrir al recuerdo antes que impulsar una (nueva) idea
El fenómeno de la nostalgia no solo ha salpicado a la literatura, sino a numerosos sectores entre los que destaca, por supuesto, el del cine. Resulta imposible no pensar en los remakes firmados por Disney, y tantos otros proyectos –Jumanji, Star Wars, Indiana Jones, incluso Matrix– que se valen de historias conocidas por el público para proyectarlas, con un nuevo aire, desde una nueva perspectiva, en la gran pantalla. Estas decisiones, que responden a la comodidad de producir una obra con una comunidad de fans ya asentada, implican una falta de riesgo que puede convertirse, a la larga, en una lacra para la industria. ¿O es que, acaso, nos hemos quedado sin ideas?
«Sería demasiado tentador pensar que nos hemos quedado sin ideas. Creo que lo que nos falta es esperanza para encarar el futuro, y son muchos los motivos que invitan al desaliento. Los remakes y la recuperación de productos culturales que nos conectan con nuestra infancia no son más que un recurso salvacional que nos dirige a aquellos años, a aquellas décadas, en las que todo parecía posible», apunta Diego S. Garrocho.
Quizá, tal y como representa con acierto Nando López en su novela de ficción Hasta nunca, Peter Pan (Espasa, 2020), ciertos productos culturales se han erigido como refugio y aliento frente a un futuro incierto. «Nuestra generación ha sido testigo de una esperanza decreciente: cuando éramos niños el futuro era un lugar prometedor, lleno de desarrollos tecnológicos y plagado de posibilidades; ahora sabemos que gran parte de aquellas promesas se han truncado y que el futuro está lleno de amenazas», corrobora S. Garrocho, que lo contrapone con la situación actual. «El cambio climático, el deterioro del espacio público de opinión, la cancelación de las fuentes tradicionales de sentido... hacen que corramos a refugiarnos en los productos culturales de nuestra infancia», añade.
Tampoco Irene Rodrigo piensa que este fenómeno nostálgico se deba a una falta de imaginación. «Apelar a la emocionalidad, al recuerdo de lo que leímos o vimos en la infancia, es garantía de éxito, aunque sea relativo», indica. «A menudo olvidamos que las editoriales, por encima de todo, son negocios, negocios cuyo principal objetivo es ganar dinero. Y, bajo ese punto de vista, reinventar o alargar sagas, aunque eso baje la calidad de las mismas o carezcan de interés, es completamente lícito», alega.
En un futuro que cada vez se nos antoja más aterrador, para el doctor en Filosofía Diego S. Garrocho no es de extrañar que nuestra sociedad profese una enorme nostalgia por el pasado. «Cada vez existen más evidencias de que las décadas por venir estarán atravesadas por una incertidumbre amenazante. El contexto actual de la COVID19 no hace sino agravar esa situación. Añoramos la esperanza con la que antes podíamos preludiar el futuro y cada vez estamos más cansados para transformar el tiempo que viene», menciona. El futuro, en cierto sentido, concluye, «es algo que ya no existe».
La nostalgia sigue siendo el saliente al que nos agarramos cuando a veces añoramos lo que ya no ha de llegar. Sucede en el cine, la música, la literatura y, por supuesto, en la propia vida. Las nuevas publicaciones de estas archiconocidas sagas literarias traen nuevas palabras a un presente profundamente melancólico y, calidad o sentido aparte, nos hacen retraernos a un pasado donde fuimos, quizá, más felices –o más inconscientes–. Ya sea por una estrategia de marketing o no.