Durante los 80, un grupo de dibujantes valencianos se convirtió en la referencia del cómic nacional y hasta se les bautizó como la Nueva Escuela Valenciana. Suena a lejano, pero 2016 será su año: el salón Tebeo Valencia y el IVAM les rendirán homenaje, pero… ¿hubo algo más que una etiqueta?
VALENCIA. Daniel Torres, Micharmunt, Sento, Mique Beltrán... Cualquier aficionado a los cómics conoce a los que formaron la llamada Nueva Escuela Valenciana de los 80 como la afición che se sabe de memoria la alineación del Valencia del doblete. Una etiqueta que, como todas, tiene sus límites: sirve como referencia siempre que no se tome muy en serio.
«Es verdad que en la época había muchos dibujantes buenos, uno en Asturias, otro en Murcia, alguno en Madrid... pero en Valencia éramos muchos y, además, solíamos ir todos juntos en coche a Barcelona para ahorrar gasolina, así que alguien de la editorial Norma —supongo— se inventó lo de la Nueva Escuela Valenciana», explica Sento Llobell a la revista Plaza.
«Si por una escuela se entiende una especie de movimiento que ha firmado algún tipo de manifiesto estético o así, la Nueva Escuela Valenciana nunca existió», añade Mique Beltrán.
Si se habla de una ‘nueva’ escuela es, lógicamente, porque existió una ‘vieja’, pero la etiqueta también chirriaba ya que aglutinaba a los dibujantes de las editoriales Valenciana y Maga (entre otras) de los años 40 y 60. Así, incluía desde José Sanchís Grau (creador de Pumby) a Eduardo Vañó (Roberto Alcázary Pedrín) pasando por Manuel Gagó (El Guerrero del Antifaz) o Rafael Catalá ‘Karpa’ (Jaimito). Demasiadoarte para una denominación tan corta.
«Nos pusieron la etiqueta y no dijimos nada. La verdad es que nos hacía hasta gracia. Si nos hubieran llamado ‘los canallas’ a lo mejor no nos lo hubiéramos tomado tan bien», bromea Daniel Torres, que acaba de publicar la monumental La Casa, crónica de una conquista.
«A todos nos gustaban los cómics y participábamos en fanzines como Ademuz km 6, El gat pelat, o El polvorín polvoriento, así que nos acabamos conociendo », dice Beltrán. «Eso y que comprábamos los libros de oferta en París-Valencia», bromea Sento. Todos los entrevistados coinciden en varias cosas. Primero, lo de la Nueva Escuela Valenciana tuvo mucho de invento; segundo, fue un reflejo de la explosión cultural que vivía España en aquel momento, tras los primeros años del posfranquismo (más politizados). Aquí se notó más en los cómics de la misma forma que Madrid se convirtió en sinónimo de La Movida gracias a la música.
La época había que entenderla. «Yo antes había militado contra el franquismo con otros artistas, y era diferente. Había voluntad de transmitir un mensaje, hacíamos un cuadro entre cuatro, éramos muy trascendentes... Y de repente, te pones a dibujar cómics y cuentas lo que te da la gana», explica Sento. El cambio fue notable.
«Un día me viene Manolo Martí que quiere hacer una falla y me dice ‘tú haz lo que te pase por los huevos y si no sabes qué hacer... pásate’. Para alguien joven, aquello era jauja, como si eres taxista y te dicen lo de ‘siga a ese coche’. Ése era el ambiente», recuerda.
Valencia recogió los frutos de ese nuevo ciclo. Por ejemplo, explica Mique Beltrán, «el PSOE cambió la ley de propiedad intelectual y un día nos despertamos siendo autores, es decir, que teníamos unos derechos irrenunciables sobre nuestra obra. Fue una inyección de autoestima y nos vinimos arriba: éramos nada menos que ‘autores’... ¡y molaba!», recuerda el padre de Cleopatra. Hay que recordar que Francisco Ibáñez tuvo que ir a los tribunales para recuperar a Mortadelo y Filemón.
Otro de los vientos que ayudó a diseminar la semilla de la Nueva Escuela Valenciana llegó de Cataluña. Un joven Rafael Martínez Díaz —bregado en la mítica agencia Selecciones Ilustradas de Josep Toutain— creó en 1981 la editorial Norma. Un año más tarde, con Joan Navarro como director, sale a la venta la revista Cairo, el paradigma de la modernidad y con el subtítulo de El neotebeo. En ella (aunque no sólo) colaboraron en algún momento todos los autores de la Escuela y en las oficinas de la editorial fue donde nació la etiqueta.
Pero si Cairo fue el buque insignia, no se puede olvidar la apertura en 1981 de 1984 (más tarde Futurama), una de las primeras tiendas especializadas en cómics de España. El milagro fue posible gracias a que Toutain cedió a Manolo Molero algunas de sus colecciones (Creepy, 1984, Comix Internacional...) en depósito y a buen precio. Fue el semillero del que salió una legión deaficionados que permitió retroalimentar el fenómeno.
Molero se había quedado en paro y se sacó el carnet de jefe de sala de bingo, aunque al final prefirió vender tebeos. «Había publicado cuatro cosas en fanzines y ya tenía claro que no servía para eso, así que decidí abrir una tienda especializada», explica.
Así, junto a otros aficionados que pasaban por su tienda (entre ellos el erudito Pedro Porcel y Juanjo Almendral) deciden abrir existencia de los dibujantes de tebeos saliera del reducido mundillo de los aficionados.
Éramos muy distintos; desde el que apenas salía ya al que no paraba de cerrar bares», recuerda Mique beltrán
«La ilustración fue muy importante. La administración valenciana, por ejemplo, necesitaba una imagen renovada para un tiempo nuevo y los dibujantes de cómics éramos los que dábamos el certificado de modernidad. Eso nos dio una visibilidad mucho más allá de los tebeos que, dicho sea de paso, leían cuatro gatos», explica Sento. De hecho, cuando el alcalde Ricardo Pérez Casado quiso renovar la imagen de la fallas recurrió a él y a Francis Montesinos para diseñar la de la Plaza del País Valenciano (antes ‘del Caudillo’ y luego ‘del Ayuntamiento’).
«Un lugar de referencia», recuerda Mique, «fue la Facultad de Bellas Artes por la que pasamos la mayoría y fue donde entramos en contacto. Pero tampoco éramos un grupo de amigos que saliera juntos y todo eso. Éramos muy distintos; desde el que apenas salía ya, como Micharmunt, al que no paraba de cerrar bares, como yo», recuerda Mique.
«Lo de la Nueva Escuela Valenciana estaba muy bien, pero tenía mucho de arbitrario», insiste Torres. Por ejemplo, nunca se incluye a Mariscal, que publicaba Los Garriris en El Vívora y que había decorado El Dúplex, un mítico bar de la plaza de Cánovas convertido en punto de reunión de lo más in de Valencia. La etiqueta por ejemplo olvidó a algunas autoras como Ana Miralles o Ana Juan.
«A mí no me líes, que yo no tengo nada que ver», se ríe Ana Juan. Lo ha dicho ya mil veces, pero parece que no son suficientes. «Me da la sensación de que me quieren incluir en el ‘lote’ para cubrir la cuota femenina», continúa. «Yo vivía en Valencia, estudié en Bellas Artes y a algunos los conocía, sobre todo de vista, y punto. Ahí se acaba mi relación con la Escuela Valenciana. De hecho, al que más conocí fue a Sento y porque era profesor mío», apunta entre risas la ganadora del Premio Nacional de Ilustración en 2010.
Además de dejarse algunos nombres en el tintero, la etiqueta daba a entender que existía una ruptura con la ‘vieja’ Escuela Valenciana cuando, quizás, hubiera sido mejor hablar de evolución. Un caso evidente fue el de Miguel Calatayud. El alicantino, nacido en 1942, había creado para el semanario Trinca el personaje Peter Drake a principios de los 70, con el que se adelantó una década al nacimiento de la Escuela. Ahora no se nota tanto, pero entonces la diferencia de edad era muy importante. «Cinco años cuando tienes 20 o 25 son muchos», apunta Mique.
Pero poca broma. No hay que olvidar que la Generalitat Valenciana fue invitada a participar en el Festival de Angulema (Francia), el más importante de Europa, en 1984. Una cosa llevó a la otra y allí, por ejemplo, Llobell conoció al artista fallero Manolo Martí (padre) y se convirtió en el primer dibujante de cómics en diseñar la falla de la Plaza del País Valenciano y, más tarde, la figura del parque Gulliver, uno de los símbolos más reconocibles de la Valencia de los 80.
La presencia de los valencianos en Angulema es la prueba de que, bajo la etiqueta, había algo real: talento made in Valencia, aunque fuera por casualidad. «Aquel viaje fue mítico», recuerda Molero, «y muy valenciano. Hubo naranjas, falleras, ninots, petardos de todo tipo... Los franceses alucinaron».
Otro sesudo debate fue el estilístico. «Lo de la línea clara y la línea chunga fue otro invento que tampoco tenía ni pies ni cabeza, pero se ve que sirvió para vender. Yo había empezado en El Víbora con Claudio Cueco, pero luego me pasé a Cairo con Rocco Vargas», recuerda Daniel Torres. «Lo normal era mandar originales a todo el mundo y a ver quién te cogía», recuerda.
Según los ‘opinólogos’ de la época, existía una rivalidad irreconciliable entre los partidarios de la ‘línea clara’ y la ‘línea chunga’
Lo que cuenta Torres tiene su miga. El Vívora se anunciaba como un ‘comix para supervivientes’ y representaba la llamada línea chunga, en contraposición al Cairo cuyos autores, se supone, estaban más influidos por el cómic francobelga. A decir de los expertos —periodistas que no leían ni uno ni otro— eso dividía el mundo del cómic español en dos bandos irreconciliables. En la práctica, los aficionados no hacían ningún caso de una clasificación que dejaba fuera a otras publicaciones como Totem, Métal Hurlant, Bésame Mucho o Cimoc, y obviaba el dato evidente de que autores y lectores saltaban de una cabecera a otra con gozosa indiferencia.
Y una última pregunta: ¿Cuándo desapareció la Nueva Escuela Valenciana? Pues resulta que está en su mejor momento. Daniel Torres acaba de publicar la monumental La Casa: crónica de una conquista, Mique Beltrán trabaja en una novela gráfica autobiográfica sobre el 23F mientras su Cleopatra acaba de regresar a las tiendas en forma de integral; Sento autoeditó hace meses Atrapado en Belchite, la segunda entrega de las desventuras del médico Pablo Uriel durante la Guerra Civil... Hasta Ana Juan, que no tuvo nada que ver, tiene una muestra en marcha en la sala Renaud de la Universidad Politécnica de Valencia.
En junio se les abrirán las puertas del IVAM en una gran exposición. Quizás ya no sea nueva, pero queda escuela —o lo que sea— para rato.
(Este artículo se publicó originalmente en el número de diciembre de la revista Plaza)