La “vieja política” estaba convirtiéndose en un peligro, pero la vida política española ha sufrido una convulsión
Una de las cosas que más me han interesado de este periodo tan convulso, como apasionante, de la vida política española, es ese concepto de “nueva política” que ha emergido de las nuevas formaciones, para diferenciarse de esa otra forma de hacer política que habría caracterizado hasta ahora a los llamados partidos tradicionales.
La “vieja política”, en efecto, estaba convirtiéndose, poco a poco, en un peligro real para la calidad de nuestra democracia, actuando muy frecuentemente como lo hace un elefante pesado y torpe en una cacharrería. Y no era preciso ser un gran analista para entender que este país no podía seguir así por mucho tiempo. Bastaba con leer con un poco de atención los sucesivos barómetros del CIS, desde hace más de una década, acerca de la opinión de los ciudadanos sobre los políticos, los partidos, y una buena parte de las instituciones, para saber que algo tenía que ocurrir para que esta situación cambiara.
El 15-M, primero, Podemos y Ciudadanos, después, se encargaron de desplegar en el terreno de juego muchas de las nuevas demandas que emergían desde la indignación de mucha gente anónima cuyos anhelos no encontraban adecuada respuesta en las ofertas provenientes de los actores políticos de siempre. Entre otras cosas porque se les veía como entes alejados de la realidad, encerrados en sí mismos, muy poco democráticos en su funcionamiento, y siempre atentos al control político, en el peor sentido de la palabra, de cualquier institución o medio de comunicación público susceptible de ser manipulado en beneficio propio. La pérdida de credibilidad y confianza en las instituciones democráticas crecía a ojos vista sin que nadie hiciera nada por cambiar este estado de cosas.
"La irrupción de la 'nueva política' ha generado una convulsión muy positiva en la vida democrática española, hasta el punto de que, afortunadamente, ya nada SERÁ igual"
Es verdad que, ni siquiera en esta lamentable situación, todos se comportaban de la misma manera. El planteamiento que Zapatero hizo de la gestión de RTVE, obligando a elegir a su máximo responsable por consenso, fue un ejemplo muy notable, aunque aislado, de regeneración democrática que debió tener continuidad en muchos ámbitos del entramado institucional. De igual modo, que las primarias, que ahora parecen de lo más guay y democrático, fueron implementadas por primera vez por el PSOE, a pesar del riesgo que ello comportaba, al separarse nítidamente de la tendencia arraigada hasta entonces en el conjunto de los partidos españoles.
Pero aún aceptando todas estas excepciones, el caso es que ocurrió lo que tenía que ocurrir, y, además, todos deberíamos felicitarnos por ello. La irrupción de la “nueva política” ha generado una convulsión muy positiva en la vida democrática española, hasta el punto de que, afortunadamente, ya nada volverá a ser igual en el futuro. Dicho lo cual, cabe preguntarse ahora, con total legitimidad, en qué consiste exactamente esto de la nueva política, no vaya a ser que, sin pretenderlo, incurramos, con el tiempo, en los mismos defectos que achacábamos a la vieja y volvamos, aún sin pretenderlo, a la casilla de salida.
En mi modesta opinión, la genuina nueva política guarda relación directa con la necesidad de mejorar significativamente la calidad de nuestra democracia y, por tanto, con la recuperación de la credibilidad y la confianza en la política, en general, y en los partidos y las instituciones, en particular, que es lo que, por acción, u omisión, a la “vieja política” nunca le interesó. Y solo entonces, una vez que hayamos saneado y redefinido el terreno de juego en el que todos nos encontremos cómodos y en igualdad de condiciones para competir, es cuando habrá llegado el momento de dar inicio, con todas sus consecuencias, a la batalla ideológica que legitima y da sentido a la propia democracia.
Invertir, sin embargo, los términos y convertir, de nuevo, la dinámica izquierda/derecha en el elemento central que la ciudadanía debe valorar a la hora de decidir su opción en las urnas, puede ser inevitable, pero también puede convertirse en la vía más segura para dejar las cosas importantes como están. O sea, Lampedusa, again.
Reformar la Constitución y solucionar el problema territorial, conseguir una administración más eficiente, garantizar la división de poderes y la imposibilidad de manipular los medios públicos de comunicación, establecer sistema eficaces de prevención y detección de la corrupción, facilitar el acceso a la profesión de empresario y la introducción de la innovación en nuestras empresas (que es de lo que realmente depende el volumen de empleo y su calidad), lograr un modelo de educación moderno, consensuado y separado del ciclo político, gestionar profesionalmente los servicios públicos, recuperar los valores de mérito y capacidad, frente al clientelismo y el enchufismo, apoyar decididamente al sistema científico y tecnológico y al buen funcionamiento del sistema de innovación en su conjunto (no solo se trata de invertir más en I+D), o lograr definir entre todos nuestro papel en Europa, entre otros muchos, son algunos de los asuntos que requieren respuestas urgentes y para los que, por mucho que se pretenda, no existen soluciones de carácter estrictamente partidistas o ideológicas, por muy bienintencionadas que éstas sean.
La nueva política, pues, será una realidad, no cuando ganen las elecciones los partidos que, de manera más o menos difusa, la promueven, sino cuando su filosofía impregne todo el espectro ideológico, desde la derecha hasta la izquierda, desbloqueando, de una vez por todas, la solución a los grandes problemas de calado que han estado durante largo tiempo lastrando el avance de la sociedad española, y que han impedido la modernización del país en su conjunto.
Y entonces sí, podremos celebrar la llegada de una nueva era para nuestra democracia.
Siempre nos quedará Villena. El Ayuntamiento de esta localidad promoverá el Día del Orgasmo Femenino y los Domingos Felices. Por fin algún político piensa en el bienestar de los ciudadanos. Ahora falta que otros municipios tomen ejemplo y aprueben planes de felicidad para sus vecinos
Los votos son los que son y los vetos son los que están. En esta calurosa semana de julio, el bochorno lo producen los “líderes” políticos que bajan en votos o escaños y suben en humos