Si hace quince días le hubieran ofrecido a los agentes culturales valencianos la posibilidad de situar a un ministro de aquí en un gobierno distinto al del Partido Popular creo que se hubieran hecho ofrendas y sacrificios de todo tipo por conseguirlo. Hubiera sido algo atávico. Descomunal. Una especie de rave improvisada ante el desprecio gélido sobre el territorio valenciano del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Casi siete años en los que se ha dejado de pagar la absurda ayuda al IVAM –absurda en comparación a las que reciben Reina Sofía o Macba– sin previo aviso, pese a estar comprometida y sin más explicación. Casi siete años en los que se le ha premiado económicamente a los amigos de la ópera de Bilbao por encima de todo el Palau de Les Arts o en los que el Museu Valencià de Belles Arts ha tenido que apañárselas para sostener la segunda pinacoteca de España en una situación de gestión indirecta confusa y con un único conservador en plantilla. Uno. Que si se lo contásemos a los holandeses e ingleses que la visitan (hay días que más que los valencianos), seguramente no entenderían nada. Uno, y que no ejerce expresa o exclusivamente esa función.
Estaríamos párrafos y párrafos con la lista de menosprecios sufridos en la Comunitat por parte de ese ministerio y, al final, volvería a decir que si hace quince días le hubieran ofrecido a los agentes culturales valencianos –públicos y privados– la posibilidad de situar a un ministro de aquí en un gobierno distinto al del Partido Popular creo que hubieran hecho lo indecible por conseguirlo. Pero han pasado quince días y el supuesto no es una hipótesis: Pedro Sánchez ha tumbado al Gobierno de Mariano Rajoy con una moción de censura, ha jurado su cargo aconfesionalmente y este miércoles ha hecho oficial la lista de sus compañeros en el Ejecutivo. En el próximo Consejo de Ministros habrá una silla para la Cultura (y el Deporte; a la extraña pareja le dedicaré una postdata) y la ocupará Màxim Huerta, un utielano, formado y relacionado con la ciudad de València y cuya familia –y él mismo– está vinculada a la provincia de Alicante.
El nombramiento no ha caído nada bien entre muchos de esos agentes culturales. Valencianos y de cualquier otra parte del Estado. Una de las primeras en defenderle con todo fue la Directora General de Cultura y Patrimonio de la Generalitat, Carmen Amoraga. En un mensaje publicado en su página personal de Facebook alertó transcribiendo una breve conversación con el nuevo ministro: “Y átate los machos, porque te las van a dar de todos los colores”. Dicho y hecho, aunque buena parte de los agravios no tienen el menor interés. Toda la inversión de tiempo en encontrar a través de la cuenta del ministro en Twitter la normalidad de alguien que –¡afortunadamente!– no vive pensando que mañana podrá ocupar un cargo público, y que se expresa con total naturalidad hablando de sexo, injusticias sociales o frivolidades cotidianas, toda esa atención, está fuera de la crítica a su elección. Fuera de cualquier interés relacionado con su cargo.
La crítica verdaderamente interesante es la que tiene que ver con la decepción del nombramiento. Y la decepción está directamente relacionada con las expectativas. Sánchez había logrado hilvanar un gobierno tecnócrata y parcialmente militante –nos ahorraremos la enumeración completa– en la que un súper ingeniero, que además ha estado dos veces en el espacio, es ministro de Ciencia. Una lista en la que la directora general de Presupuestos de la Comisión Europea abandona su puesto para ser ministra de Economía. Etcétera. Desde el pasado lunes, cartera por cartera, el PSOE sabía filtrar uno a uno los nombres, armonizándolos en una campaña muy similar al goteo con el que los festivales de música descubren su cartel del verano. Llegaron así todos. Todos menos uno. El de Cultura. El último. Sin filtración al medio más adecuado. Huerta fue nombrado ya en la rueda de prensa desde Moncloa, que además vino aliñada por la gravísima decisión de no conceder turno de preguntas. Un debut estelar del presidente en lo que a libertad de expresión se refiere.
La profesionalidad del periodista y escritor valenciano está también fuera del debate. Que como compañero y profesional no solo haya estado a la altura, sino que haya sabido ir generando un arco bastante heterogéneo en su carrera es totalmente independiente al objeto de la crítica. El problema es que la asfixia de los sectores creativos –y no solo de los valencianos– es tan acuciante que no se esperaba un nombre grandilocuente. Nadie en el mundo de la cultura estaba esperando un efecto Pedro Duque, sino a una gestora o gestor cultural con el suficiente recorrido en la Administración como para desatascar la intencionada parálisis del Gobierno saliente. Lo que primaba era experiencia en plazos, términos y burocracia, experiencia en las relaciones institucionales internas y externas para agilizar y comunicarse con la mayor celeridad con los ministerios de Hacienda, Economía o la Presidencia del Gobierno, según el caso.
Más que nunca –y es más honesto recoger un espíritu general que señalar algunos de los que más claro han hablado– era el momento de provocar soluciones directas y no de apostar por la buena voluntad y el golpe de suerte. No hay tiempo para eso legislativamente hablando. Huerta tiene un curriculum extenso y conocido en el ámbito audiovisual, otro creciente –y ya premiado– en el literario, y alguna línea incipiente en las artes escénicas, pero la trama de esta película tiene toda su trascendencia lejos del foco. Es una trama de gestión de equipos funcionariales, de agilidad en el trabajo técnico de análisis y economía, en despachos forrados de tediosa papelería y a partir de una fontanería administrativa que parece que Cultura nunca pueda permitirse. Nunca sucede la posibilidad de un ministro así para Cultura. O nunca una posibilidad así.
Y si siempre fue necesario, ahora… ahora basta con escuchar y leer a los agentes culturales valencianos, a los periodistas del sector en toda España y trabajar a partir de la realidad. Porque esa es otra; esa es ésta, en la que estamos. Habrá que dejar hacer y aceptar que aquel sueño absurdo descrito al inicio del texto ha sucedido y, casi sin querer, el cambio se va a notar aunque el Gobierno no se coma los turrones. La incógnita que se agota aquí mismo, con la pregunta es, ¿y si a Cultura también se le hubiera otorgado la posibilidad de un ministro técnico?
P.D.: A nadie parece sorprenderle la anomalía de que Deporte se haya quedado ligado a Cultura. Los gobiernos del PP se empeñaron en ligar el Ministerio de Educación al de Cultura y hasta ahí bien. Tanto es así que la Conselleria del ramo lo es de Educación, Investigación, Cultura y Deporte. Sin embargo, es la primera vez que Cultura y Deporte se quedan juntas y solas. Es así porque Sánchez y asesores querían que Cultura tuviera su propio ministerio (siempre ha sucedido así con el PSOE), pero Deporte no sabían donde encajarla. ¿En Educación? ¿En Sanidad? Bueno, dado su presupuesto accidental, parece que no molesta en Cultura, que a su vez ya es una maría presupuestaria... Ahí está la extraña pareja, la última en anunciarse y a la que le toca bailar con un presupuesto pre aprobado para 2018 que debería parecerse a un chiste en comparación con el del próximo ejercicio.