Las escenas que se han venido representando en distintos escenarios de nuestro país a lo largo y ancho del mes de julio (gestión de las cátedras en la Complutense, imposibilidad de comprar o alquilar una vivienda digna, planificación y organización de la emigración) han sido verdaderamente desconcertantes para los ciudadanos que hacen de ciertas normas el eje de su conducta. Hoy prestaré atención a la primera de las escenas porque cualquier ciudadano entiende y asume, haya tenido o no la suerte de disfrutar del magisterio de sus profesores, que un Rector y un equipo rectoral deben velar para que se cumplan las normas que regulan la actividad docente e investigadora en la Universidad; en consecuencia, cualquier ciudadano, sea cual fuere su condición social, solo puede censurar la complacencia mostrada por el Sr. Rector de la Universidad Complutense al otorgar graciosamente la dirección de dos másters a quien no tiene titulación oficial para ejercer ese magisterio. El ciudadano que así piensa no justifica, es más, mantiene una cierta rebelión ante la petición del poderoso, sea cual fuere su género, y ante las formas que usa para hacer valer sus deseos ante la máxima autoridad académica. Es más, el ciudadano entiende la complacencia con lo pedido por el poderoso como una muestra de servilismo de quien otorga; no obstante, está dispuesto a disculparle de acuerdo con un viejo dicho: "Al que te puede tomar lo que tienes, dale lo que te pidiere".
Así pues, el ciudadano creo que ha asumido que debe ser censurado quien acceda al ruego del poderoso, sea quien sea la persona beneficiada y aunque se lleve a término en el marco de La Moncloa; en el fondo, el ciudadano está por la excelencia en la Universidad, se trate de la docencia en medicina, en matemáticas o en caminos. Por tanto, rechaza las concesiones gratuitas de cátedras extraordinarias, hechas por ser vos quien sois, porque contribuye a convertir estas cátedras en una costosa parodia de la docencia de excelencia cuando pueden ser el marco de un valioso complemento de los títulos universitarios. No voy a juzgar a Da. Begoña que ya tiene un juez que atiende esta necesidad y toda una red de tribunales para llevar a término la defensa de su proceder. Tampoco voy a juzgar al juez o a suponer que lo que "parece buscar es que el mundo entero supiera que la Sra. Begoña no tenía titulación universitaria- lo que en verdad no necesita para lo que hace" (Villacañas, Levante, 27 de julio).
Ante lo difundido y ante lo defendido en escritos como el firmado por el Profesor Villacañas, ¿hemos de padecer, de dar por buenos, los modos de proceder que ponen de relieve la ambición de los protagonistas de esta parodia? ¿Los poderosos que dan vida a tan mezquino proceder se sentirán satisfechos con el silencio de los ciudadanos o bien llegan a requerir de ellos el aplauso de una actuación que otorga docencia superior a quien carece de título oficial? ¿Cabe afirmar, tal como lo hace el Catedrático Villacañas (Levante, 27 de julio) que "el nivel (de conocimientos) que se requiere para fundar [una cátedra extraordinaria] es, como en el caso que relato, ínfimo"? Creo que, al menos, es razonable afirmar que, cometido el error, acepten el capirote del mea culpa. Hagan mutis, abandonen la escena y dejen a cientos de miles de ciudadanos de este país tranquilos y digiriendo todas sus necesidades cotidianas que son muchas.