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La reorientación del mundo

11/02/2018 - 

VALÈNCIA. Arranco con este artículo una serie de aproximaciones al mundo asiático en Valencia Plaza. Soy de la opinión de que existe un amplio desconocimiento por parte de España hacia esta región, y, sin embargo, la importancia de esta parte del mundo no solo va en aumento, sino que está resultando progresivamente decisiva desde el momento en que se ha convertido en la zona de mayor dinamismo y crecimiento del planeta.

Es cierto que los flujos económicos y los contactos culturales han resultado (con la excepción histórica de Filipinas) muy insuficientes si los comparamos con las relaciones que tradicionalmente han tenido los Estados Unidos y otras potencias europeas (principalmente el Reino Unido, Francia y Holanda) con Asia. En consecuencia, el histórico no nos ayuda. 

España se siente cercana, a todos los efectos mencionados, con Latinoamérica. Las razones nos resultan conocidas: un pasado histórico común, compartir una lengua (en efecto, nos ha costado mucho y nos incomoda hablar otros idiomas), intereses económicos, etc. Pero, dada la importancia decisiva que está adquiriendo Asia, esta situación no es aceptable. Incluso en clave de presencia en Latinoamérica, hay que mirar a lo lejos, hacia la otra orilla del Pacífico. Por lo tanto, toda aportación que contribuya a generar un mayor interés hacia la zona, a despertar la curiosidad e incrementar la circulación de información, y que dé como resultado un mayor conocimiento de esta fascinante realidad, es positiva.

El siglo XXI nos va a exigir como ciudadanos occidentales que superemos nuestro eurocentrismo y nos embarquemos en una verdadera cura de humildad. De acuerdo con el diccionario, la acción de reorientarse implica cambiar la dirección u orientación hacia algo o hacia alguien. Si además añadimos el elemento geográfico, de forma literal, implicaría una vuelta a Oriente. Y es esto lo que le está sucediendo al mundo.  

Contrariamente a la postura predominante en la historiografía occidental —y en esto estamos de acuerdo con la tesis del historiador André Gunder Frank—, es una realidad que Oriente casi siempre fue hegemónico. Es cierto que en la Antigüedad, Grecia y el Imperio Romano no diferían en cuanto a desarrollo (aunque este también es un término moderno) frente a algunas de las sofisticadas civilizaciones de Oriente Próximo, como la India y, sobre todo, China. Pero la Edad Media en Europa fue la época en la que la predominancia del mundo asiático fue clara respecto a un Occidente disminuido. Esta tendencia empieza a cambiar con el Renacimiento, que supuso un desarrollo tecnológico para Europa sin precedentes y contribuyó a una acumulación de capital nunca vista, gracias a estructuras económicas y jurídicas especialmente novedosas (como la creación de las sociedades como personas jurídicas independientes). Estos factores permitieron la conquista de América por los españoles, el poderío militar de Francia y después de Alemania durante el siglo XIX (recordemos a Bonaparte, así como la proclamación del Imperio Alemán por Bismark en Versalles en 1871), y finalmente el surgimiento del imperio anglosajón, primero en su forma inglesa y luego norteamericana, basado esencialmente en el control de los mares. 

Barco portacontenedores de la naviera china Cosco. Foto: EFE

Curiosamente, solo en el breve intervalo de dos siglos (el XIX y el XX), Occidente ha marcado de forma nítida la gobernanza mundial. Simultáneamente, estos dos siglos fueron también los de sometimiento y humillación de Asia por parte de Occidente. China no olvida cómo su territorio fue ocupado por las diferentes potencias occidentales (las concesiones de las potencias europeas en enclaves geográficos estratégicos), ni cómo fue saqueada (recordemos la lamentable quema del Palacio de Verano originario de Pekín por los ejércitos franceses e ingleses que hizo que Víctor Hugo manifestara su vergüenza), ni cómo fue engañada con ocasión de la firma del Tratado de Versalles, a través del cual no se cumplieron por parte de Occidente los compromisos territoriales pactados con China para asegurarse su apoyo durante la Gran Guerra. Este predominio occidental, no obstante, ha sido efímero.  

Así, esa ventaja de tan solo dos siglos se ha ido progresivamente resquebrajando desde el principio del siglo XXI. En la actualidad, la zona de mayor dinamismo, pujanza y crecimiento económico está en Asia y en la cuenca del Pacífico. Este es ahora realmente el centro económico del mundo. Sin duda, no es una realidad política ni económicamente homogénea. China y la India son ya potencias globales. Y los países del sudeste asiático se encuentran muchos de ellos en vías de desarrollo, si bien comparten raíces culturales y una historia común tan intensa como la de los países europeos.

Por todo lo anterior, el mundo está volviendo a su lugar de origen, a ser un mundo en el que Asia marca la pauta. Estamos dejando atrás el mundo de ayer y un nuevo mundo está alumbrándose. Esta circunstancia explica que contribuir al conocimiento de este mundo tan diferente al nuestro se convierta en una necesidad. Y este va a ser el mayor empeño de esta serie de artículos, ya que lo que pasa en Asia nos importa. Y mucho.

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Francisco Martínez Boluda es abogado de Uría Menéndez en València

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