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tribuna libre / OPINIÓN

La resistencia de los hábitos sociales ante la 'nueva normalidad'

Foto: EDUARDO MANZANA
18/05/2020 - 

Estamos iniciando las fases de salida del confinamiento planificadas por las autoridades sanitarias. Tras dos meses de permanencia en casa con sensaciones de extrañeza, provisionalidad, espera y esperanza de vuelta a la normalidad, empezamos a oír hablar de la “nueva normalidad”. Tengo la impresión de que a mucha gente esta expresión le provoca incertidumbre, sospecha y, por lo tanto, algo de inquietud. Visto lo visto, preferirían simplemente la vuelta a la “normalidad de siempre”.

En la salida de esta crisis pandémica, para la que aun no hay soluciones científicas definitivas como la vacuna o un tratamiento eficaz, se plantean múltiples aspectos a través de los medios de comunicación. En primer lugar, la importancia de decisiones que contemplen, de forma ponderada y responsable, la salud de la población y la evolución de la economía y el empleo en nuestro país. En segundo lugar, la necesidad de estrategias preventivas y protectoras de la salud. Por ejemplo, la realización amplia de tests para identificar mejor los riesgos de contagio y la disponibilidad eficaz de los recursos sanitarios para afrontar posibles repuntes o incrementos por los riesgos del desconfinamiento. En tercer lugar, las medidas de control, y en su caso de sanción, a quienes no cumplan las normas establecidas para prevenir el contagio.

En determinados países y sociedades, se han utilizado de forma eficaz, aunque no sin inquietud por parte de los ciudadanos, las tecnologías digitales en el ejercicio de ese control y en el trazado de las relaciones entre ciudadanos para determinar las fuentes y vías de contagio. También la digitalización permite cambiar nuestros comportamientos en un amplio rango de ámbitos de nuestras vidas, que pueden reducir nuestro riesgo de contagio: el teletrabajo, las compras online, la teleasistencia sanitaria, etc.

Ahora bien, ¿sabemos y queremos cambiar nuestros comportamientos? Conviene realizar una reflexión sobre nuestros hábitos y motivaciones y comprender mejor qué podemos mantener y qué convendría cambiar en nuestras actitudes y conductas individuales y colectivas con el fin de controlar mejor la situación. Veamos algunas cuestiones relevantes.

Foto: EDUARDO MANZANA

En primer lugar, las personas tendemos a sobrevalorar la creencia de que lo útil y eficaz en el pasado conviene mantenerlo porque va a serlo en el futuro. Esa creencia es razonable; el problema aparece cuando seguimos manteniendo planteamientos y conductas disfuncionales y dañinas, incluso negando la evidencia que nos indica y señala el error de hacerlo así.

En segundo lugar, en situaciones 'crónicas' de riesgo con probabilidad poco definida, es frecuente desarrollar un sesgo caracterizado por la “ilusión de control”. Mucha gente tiende a pensar que las probabilidades de contagio y de enfermar por realizar esta o aquella conducta de riesgo son muy bajas para ellos. Esto ocurre aunque todos los días nos recuerden el número de nuevos contagiados y fallecidos.

En tercer lugar, nuestros hábitos, especialmente los basados en la cultura, están fuertemente arraigados y resultan difíciles de cambiar. Nuestra cultura valora mucho las relaciones sociales, la proximidad en las interacciones personales y el contacto físico en nuestras expresiones de afecto. También valora el encuentro y convivencia en espacios públicos, al aire libre y en locales cerrados. Todos estos hábitos culturalmente arraigados incrementan hoy los riesgos de contagio y por ello requieren cambios. Hacen falta nuevos hábitos que implican “desaprender” los previos. Cuando hay que sustituir hábitos previos, el aprendizaje es mas difícil y requiere mayor práctica, con la conciencia de que al principio esa práctica no será muy eficaz. Podemos sentirnos extraños manteniendo una distancia de dos metros con nuestros amigos, cambiando nuestros hábitos de convivencia o replanteando nuestras formas de colaborar en el trabajo y de divertirnos. Sin embargo, en ello nos va nuestra salud y la de otros, con frecuencia seres queridos.

Esto nos conduce al plano colectivo. La comparación social es un mecanismo fundamental que explica muchos de nuestros comportamientos individuales y colectivos. Podemos salir a la calle convencidos de la necesidad de cumplir las reglas establecidas, p.e. en cafeterías y bares, pero al observar que otros no las cumplen, disminuye con frecuencia la voluntad de seguir cumpliéndolas. Además, cuando esto sucede no resulta extraño que busquemos atribuir la propia conducta a causas externas, en lugar de sentirnos responsables del comportamiento propio y personal.

Es importante tomar conciencia de estos mecanismos psicológicos y psicosociales en la 're-incorporación' a la vida social, al trabajo y a las prácticas cotidianas. Es importante, revisar nuestros hábitos en los comportamientos individuales y colectivos. La divulgación de información clara y adecuada y el establecimiento de normas convenientemente razonadas son factores que pueden modificar nuestras actitudes y conductas. Ahora bien, dos elementos son fundamentales para que ese cambio sea amplio y generalizado: el convencimiento de nuestra responsabilidad personal y la confianza en el liderazgo de quienes transmiten la información y generan las normas. Esa confianza y credibilidad es importante ganarla día a día porque de ella depende, en buena medida, el comportamiento de los ciudadanos, en especial en el ámbito social y colectivo.

José María Peiró es catedrático de Psicología Social de la Universitat de València. Investigador del Ivie y miembro de la Academia de Psicología de España

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