VALÈNCIA. La gente estándar no hace revoluciones. La gente normal no suele dar sorpresas: nace, crece, se casa, se hipoteca, tiene la parejita, se compra el monovolumen… en fin, se deja vivir. Sigue los caminos que la sociedad le marca sin darle demasiadas vueltas. A fin de cuentas, eso es lo fácil: seguir la corriente. Por desgracia, no todos se sienten cómodos en este patrón. La mayoría de los inadaptados se amolda como puede. Asumir lo que se espera de ti es lo que menos esfuerzo requiere y lo que más te integra en el grupo. Otros, por suerte, escapan de la norma. Como pueden también. Son estos últimos los que muestran otros caminos alternativos y es eso justamente —su libertad, su capacidad de elegir— lo que el resto no les perdona…
Imaginemos un pueblo pequeño de la India. Todas las mujeres son casadas por sus padres salvo una, que decide desobedecer a su familia y se casa con un hombre al que ella elige. La disidente será rápidamente rechazada por las otras por la sencilla razón de que su acto de rebeldía pone en evidencia que había un camino diferente. Todas aquellas que aceptaron las normas y ahora son desdichadas con su pareja —las felices seguirán creyendo en el sistema— ven en esa mujer lo que no se atrevieron a hacer y eso les duele.
No hace falta irnos a la India. Me contaba hace poco una conocida que en su grupo de amigas del pueblo critican a cualquiera que sea diferente. Sus abuelas criticaban a las mujeres que trabajaban y no atendían debidamente a su familia, sus madres a las que se divorciaban y ellas critican a las que deciden vivir solteras (no sientan la cabeza), a las que no tienen hijos (son unas egoístas), a las que se casan pero son muy independientes (esos durarán dos días), a las que no dan leche de teta (quiere más su cuerpo que a su hijo), etcétera. Ya saben de qué hablo y seguro que se les ocurren muchos más ejemplos… Esas mujeres de las que me hablaba mi amiga critican por una sola razón: no quieren que nadie les muestre esos caminos que no cogieron. Porque a lo mejor se dan cuenta de que había opciones que no tuvieron el valor de tomar. La presión es fuerte, sobre todo en los pueblos: salirse de la norma requiere mucha fuerza y quebraderos de cabeza. Por eso el diferente suele ser criticado, marcado, insultado. Porque no somos capaces de perdonarle que, con su mera presencia, nos muestre otras formas de ser, sentir o vivir.
Pero este artículo defiende justo lo contrario: la inteligencia de ver al diferente como una oportunidad para ser más libres (…y, si no es así, pues dejémosle en paz, que cada uno haga con su vida lo que le dé la gana).
España es un país que ha aceptado muy bien la homosexualidad. Hay mucho retrógrado todavía pero, en líneas generales, somos un país donde las relaciones homosexuales son vistas con normalidad en la calle, en los medios, en el cine e incluso en derechos como el matrimonio o la adopción… Aunque aún queda por hacer, podemos sentirnos orgullosos.
Esta presencia pública de las parejas homosexuales -impensable hace treinta años- ha ayudado a abrir una grieta en el modelo de pareja heterosexual tradicional. Algunos se pueden dedicar a criticar, incapaces de mirarse en ningún espejo que muestre sus límites y miserias, pero lo inteligente es observar con respeto, pues igual aprendemos algunas cosas que nos hacen más libres.
Lo primero de todo: el hecho de que estas nuevas relaciones no estén compuestas por una mujer y un hombre muestra muchos de los roles de género que hemos aceptado de forma sistemática, sin problematizarlos. Como dice el ensayo de Luis Alegre, Elogio de la homosexualidad: “En el instante se elige la palabra y se dice, por ejemplo, somos novios, de un modo casi automático, se descarga un archivo completo, una especie de manual de instrucciones de nuestra propia vida en la que viene detallado cómo funcionan los celos, cómo hay que relacionarse con los suegros, qué hacer en vacaciones, dónde se sienta cada uno en el coche, qué se opina de los amigos, quién se ocupa de los niños, cómo se paga la hipoteca…”
¿Quién arregla el enchufe y quién limpia la nevera? ¿Quién conduce y quién va de copiloto? ¿Quién hace la comida cuando llegan los invitados y quién saca la botella de ginebra? ¿Para quién son los puros y para quién las pastillas de jabón en las bodas? ¿Quién renunciará a su trabajo si hay que cuidar a los niños? Las parejas homosexuales, al tener el mismo género, no tienen roles preasignados. Deben decidir quién conduce, quién cocina, quién se queda si el niño enferma, quién arregla los enchufes e incluso, en ocasiones, quién es activo y quién pasivo en la cama… La simple existencia de estas nuevas parejas dinamita los roles tradicionales. Nos muestra lo absurdo de nuestros prejuicios de género y amplía las posibilidades de todas las parejas, que pueden repensarse, reflexionar sobre qué partes de su rol han sido elegidas y cuáles han sido asumidas porque siempre cuesta menos hacer lo que todos hacen.
Otra oportunidad que se nos presenta es la de acabar con el dichoso Amor Romántico. Todo eso de la media naranja, del príncipe azul, de los celos como forma de amar, de la mujer sacrificada en nombre del amor, del sexo sagrado pues los hijos son su meta… empieza a quedar desfasado. Las relaciones homosexuales, al no estar tan reguladas socialmente, son muy variadas: desde las personas que imitan a las parejas heterosexuales tradicionales hasta las que solo buscan sexo sin compromiso alguno, pasando por otros modelos de pareja alternativos como relaciones abiertas o poliamor. Modelos cada vez más imitados por los heterosexuales porque la realidad es que no todos necesitamos lo mismo para ser felices. Por mucho que en el pueblo nos exijan que nos comportemos adecuadamente, la verdad es que cada relación es un mundo y pedirle que se amolde a la norma puede acabar con la pareja. De hecho ocurre a menudo: parejas que quieren ser lo que no son, encajar en el patrón, y por cobardía acaban rotas.
Las relaciones homosexuales nos enseñan, no de forma teórica sino con ejemplos reales, que podemos crear nuestras propias reglas, sin importarnos lo que digan los demás. Ellos lo tienen más fácil: al haber sido tachados de “raros” por su condición sexual, ser un poco más “raros” al elegir un tipo de relación alejada del estándar ya no importa. El problema lo tenemos los de la bendita normalidad… ¿tendremos la valentía de romper y defender aquello que nos hace felices, piense lo que piense el dependiente del Mercadona o la primo de Cuenca?
Sexualmente, las posibilidades también se abren. Cada vez conozco más gente que ha tenido relaciones con ambos sexos. Sobre todo chicas que deciden explorar su sexualidad con amigas, aunque también algunos hombres empiezan a perder el miedo. El sexo —y una muestra son las relaciones homosexuales— no tiene como fin solamente la reproducción. No es algo sagrado, sino una forma de diversión, de comunicación, de intercambio entre dos o más personas. ¿Por qué seguir limitándonos sexualmente? Hay estudios de sobra que nos hablan del sexo homosexual en colegios internos de chicos o chicas, barcos, conventos o cárceles. Hablamos de sexo homosexual entre gente con inclinaciones heterosexuales, lo que nos muestra que el sexo es algo más abierto, natural y ajeno al género de lo que queremos creer. Limitándonos. Un ejemplo, ¿por qué tan pocos hombres integran la estimulación anal en sus relaciones heterosexuales? Es todavía un tabú, cuando este punto erógeno proporciona un gran placer debido a los nervios de la próstata… ¿Qué clase de miedo nos impide abrirnos a nuevas experiencias placenteras dentro incluso de la pareja?
Por suerte, cada vez conozco más relaciones heterosexuales que no encajan en lo que se espera. Más mujeres que conducen y hombres que piden reducción de jornada para cuidar a los niños, más relaciones abiertas o parejas sin hijos o que viven en pisos separados, más hombres que prueban con sus parejas femeninas el sexo anal y más gente en general que hace lo que le da la real gana, lo que les hace felices, sin pensar en lo que dirán las amigas de su pueblo.
Y todo esto, señoras y señores, se lo debemos a una continua lucha social, claro, pero no debemos olvidarnos de la parte que le toca a los nuevos modelos de pareja LGTBIQ+ (he hablado de homosexualidad para simplificar). Rompen los moldes impuestos y abren nuestra mente a nuevas formas de ser y relacionarnos romántica y sexualmente.
¡Que cada pareja sea lo que le dé la gana ser!