Una historia inmortal entre los hermanos Coquillart y un niño de nombre bíblico en busca de películas sigue manteniendo en vida al cine de El Perelló
VALENCIA. Escribí una vez que El Perelló, ese reducto en la franja este, era nuestros Hamptons de andar por casa. Anabolizado en verano, remanso hibernal, trasiego de turistas que armaron su aldea soleada. Tomates y hornos. Pero también, durante los últimos cuarenta años, cine, cine y cine. Ininterrumpidamente. Casi.
Un municipio de apenas 3.000 habitantes (sobre 40.000 en meses veraniegos) y un cine monumental con cerca de 700 butacas supone una anormalidad espléndida. Es el Avenida, el cine a la vieja usanza, denso y épico, a la entrada de El Perelló. El cine que huele a cine. El cine que, pese a tenerlo todo en contra, ha seguido siendo cine incluso tras su primer deceso. El cine erigido en sala de estar de una entidad local menor que hiberna y se hincha cuando despierta. El lugar de reunión al dejar la playa.
“Gran parte de mi infancia y de mi vida están en ese cine. Recuerdo todas las películas que vi allí, entre ellas Cinema Paradiso. Recuerdo el olor de las salas, las pequeñas entradas de papel de color, las lobby cards… Es el sitio en el que siempre sueño con volver”, desnudaba Vicente Gil, espectador continuado.
Los habitantes de El Perelló han tejido durante años una comunidad que les hace reconocerse y lubricar sus relaciones sociales. Santi Fernández dice haber visto más de cien películas en el Avenida, “un cine seña de identidad como los gloriosos tomates deformes o la torta de pasas y nueces del horno de San Cristóbal”. “Tiene el sabor de lo incómodo, de los cines de reestreno de nuestra niñez en los que el taquillero vende y corta entradas con una mano mientras te pone las palomitas con la otra y prepara la sesión. Hace muchos años vi una peli con los rollos montados al revés en la que se proyectó primero la mitad final y después el principio. Claro, el proyector estaría sirviendo palomitas”.
Todo aquel sueño se fue al traste entre 2013 y 2014. Pero que la película comience por el principio… Años 50. Los hermanos Coquillat montan en un solar una terraza de verano para ver cine. Durante dos décadas arrollan y convocan muchedumbres. Avanzamos a los 70. En el acceso principal de El Perelló, a donde los visitantes acuden fluidos, ven una parcela perfecta para, por fin, tener su cine. Los tres hermanos Coquillat parecen extraídos de una cinta de metacine. En este tiempo se han dedicado a la distribución para compañías como la Hispano Fox. De vez en cuando acude a su almacén un niño de nombre bíblico, Levy, para llevarse películas.
El cine de los hermanos Coquillat es una realidad el 20 de febrero de 1975. Cuatro décadas después Paco Coquillat, un octogenario muy preciso, recuerda lo que supuso el Avenida: “venían veraneantes de fuera y se quedaban muy sorprendidos al encontrarse en un pueblo tan pequeño con un cine impactante, una proyección soberbia, como si estuvieras en su casa”.
Las películas se suceden y los Coquillat se convierten en célebres dueños del cine. Hay momentos muy álgidos. Como cuando Titanic llegó a El Perelló marinero. “La tuvimos durante cuatro semanas, un milagro para un pueblo así de pequeño”.
En torno a 2010 los Coquillart comienzan a pensar en la retirada. La transición digital y la edad les conducen a poner punto final a su carrera cinéfila. De vez en cuando acude a sus oficinas el gestor de cines de verano como los de Serra, Museros, Tavernes, el del Flumen… Ese hombre se llama Levy, el mismo que cuando era un niño les visitaba al almacén. Levy, el del nombre bíblico, Levy Navarro, les expresa su deseo de poder gestionar el Avenida. Los Coquillart se resisten. “Todavía no es el momento…”.
El 31 de agosto de 2013 el Avenida vive la que iba a ser su última sesión. Van a cerrar. Las redes sociales perellonencas irrumpen en muestras numantinas de apoyo. “Tantissims records!! Recorde una nit d'hivern que feia un fred brutal i que només erem dos a la sala de dalt: jo i la meua novia. I projectareu la peli!!! Moltes gràcies per tot el que hem disfrutat, les històries a l'oscuritat de les dos sales”, “sin duda una noticia terrible para el Perelló. Un golpe tremendo para el pueblo que pierde un referente cultural de primer orden”.
Tras cerrar los Coquillat negocian la venta del edificio. Tienen varias ofertas para levantar allí un supermercado. Negocian con el ayuntamiento y acaban vendiéndoles el Avenida. Le piden al nuevo propietario que contacte con Levy. Aquel niño cinéfilo, un buen puñado de años después, asume en 2015 el Avenida y el cine resucita en El Perelló. El próximo 10 de junio retomarán la temporada, extendida hasta diciembre.
En un día simbólico de traspaso de poderes los Coquillat, Paco y José Luis, le muestran a Levy los secretos del recinto. Al acabar le muestran la cartera de piel con un llavero ordenando las llaves de acceso a cada sala. “Quédatelo”. Levy conserva la misma cartera, el mismo llavero con el que abre cada jornada de cine. Paco Coquillat acude de tanto en tanto, se sienta en una de las butacas a ver las películas. Todos les siguen tratando como al dueño.
Levy define la tarea de su oficio: “hacer cine”. “Me he criado entre rollos de película, haciendo empalmes, enhebrando…”. “Lo más especial es cuando toda la sala se llena y los niños al acabar se ponen a aplaudir. Se me pone la piel de gallina”.