RAúL DEL POZO, ARROZ Y CASA CARMELA

La Valencia que no somos

Ahora que uno vuelve a pisar la arena fría de las mañanas frente al mar, a eso de las siete y pico, parece que revive la sensación de pertenencia

| 12/05/2017 | 4 min, 6 seg

Esa cosa de sentir que formas parte de algo porque ese algo es más grande que tú. El azul del cielo es más grande que tú. El viento de poniente también. Es cierto que en esta vida de hoteles sintéticos y de vivir entre estaciones (que es como vivir en todas partes y en ninguna a la vez) la realidad de Valencia es la de una rata meando sobre algodón: no hace ruido, no deja apenas rastro. Invisible. Sí, hay mucha charla y mucha vida en camiseta de tirantes… pero no somos una ciudad tan pequeña como para generar ternura ni tan grande como para poder fajarse con el resto. Y a pesar de todo, es la mía.

Tuve la suerte de quedar con Raúl del Pozo (periodista, escritor, oro macizo; yo compraría El último pistolero -Círculo de tiza, 2017-) y comer juntos. En Valencia. Raúl escribe como si golpeara al hígado y en el puño llevara una esquela pegada. Te mata. Y habla más o menos igual, abriendo conversaciones, despejando veredas. La charla nos lleva a esta ciudad del exceso. “Valencia es la capital del Mediterráneo, es algo que no deberíais olvidar”, dice, y uno empieza a sentirse fuerte. Cuenta que en su juventud, cuando la melena aún no era plateada, pateó muchas noches por aquí. Recuerda también un local a puerta cerrada al que acudía a la hora del lechero.

Pide arroz. Pide más vino (“tú no has bebido, pero yo sí“). Y comienza a cuestionar la mejor manera de hacer una buena paella. “Hago lo del agua, lo de los puñados de arroz… pero no me sale. Algo me dirán mal”, dice. Le digo que el arroz se echa así en forma de cruceta y se parte de risa. “Esto no está tan bueno en ningún otro sitio, pero parece que os da igual”. Boom. Supongo que tiene razón pero es que somos pura anarquía y no hay forma de que organicemos nuestro ejército. “Los anarquistas han dicho las cosas más bellas del mundo… cosas equivocadas, pero hermosas”. Joder, Raúl.

Yo recuerdo el arroz como una pieza más de mi caja de recuerdos. Como, no sé, un perfume verde de Givenchy que tenía o aquellas revistas raras que compraba en la Plaza Redonda. Buena parte de mi infancia la pasé en Casa Carmela, en el domicilio familiar que estaba sobre el restaurante, comiendo paella de verduras en un pequeño comedor forrado de cerámica de Manises. La abuela escondía servilletas de papel en los cajones y mi amigo Javi, hijo de los dueños, modelaba fallitas con plastilina. Hoy es artista fallero de Especial; yo hago las revistas que compraba. Qué vida rara. Una vez metimos un montón de petardos en un carrito del Mercadona y lo hicimos explotar en la playa.

La paella, el arroz al horno, el arroz a banda (en mi casa era patata, cebolla, cabut y nada más), deberían ser nuestros recuerdos, nuestro orgullo, nuestra sensación de pertenencia. Pero es una corona de hierro. Nos peleamos por cómo se hace pero olvidamos que lo hacemos bien. Del Pozo, que dice también que “algún día los jabalíes entrarán en los restaurantes”, dudando de si tanta corrección y atontamiento nos beneficia, tiene claro que Valencia es miel salvaje y su cocina algo que deberíamos amar como muy nuestro. En la Carmela puedes seguir pidiendo la paella hecha a leña y sentirte absolutamente orgulloso de que cerca de nuestra playa pasen cosas así. No he llevado a nadie allí que haya salido descontento. Tienen un secreto más, apunten: los calamares. No dicen la receta del rebozado ni a hostias.

Pero supongo que ni siquiera todo esto es una razón real para pensar que podemos ser algo más que un eterno intento de ‘Nueva Madrid’, que no hace falta que seamos grandes porque no todo es grande en esta vida. ¡Ey, que podemos ser nosotros mismos y ya está! Para qué tanta necesidad de trascendencia. ¿De cuántos de nosotros hablarán los libros? De prácticamente nadie, y qué. Yo firmaría vivir 100 años, con la piel siempre inflamada por el sol, a cambio de que nadie me recordara. Valencia tiene su lugar. Su lugar exacto.

Supongo también que nos complace pensar que somos una ciudad de culto, a lo mejor. Como un escritor de culto, ¿no Raúl? “Eso del escritor de culto es una puta mentira”. Pues vaya.


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