El mantra del estudiante es sencillo: que sea abundante y que sea barato. Vale tanto para la comida como para la bebida
VALÈNCIA. Hubo un tiempo en el que desayunabas café de máquina a cincuenta céntimos, almorzabas una brascada pringosa por menos de tres euros y cenabas a base de tercios de cerveza en oferta de tres por uno. Un tiempo en el que los refrescos con cafeína eran tantos como horas de estudio acontencían en la biblioteca. En el que las grandes citas coincidían con cenas de fin de semana donde rebosaban las bravas y la barra libre de sangría estaba incluida en el cubierto de diez euros. Un momento en el que todavía pensabas que un menú era un plato combinado servido en la cantina. Hubo un tiempo en el que creías que estabas afrontando la vida real, pero solo era la vida universitaria, tan low cost como dichosa.
Si algo tienen los años de tierna juventud es que se come mucho, aunque no siempre bien, y se bebe en el mismo espectro. Y del mismo modo que la mayor tragedia pasa por no tener dinero para gasolina, una pregunta recurrente es qué cafetería conviene elegir para saltarse la clase de última hora. De esta elección depende el devenir de la tarde, y puede que hasta de la vida. En València hay zonas enteramente universitarias por las que los estudiantes se prodigan a la hora del almuerzo, de la merienda y de la post-cena. Terrazas en las que agotan los días amarrados a una buena pinta. El pálpito alrededor del campus es tan importante como el de las aulas y, como en todo, tiene mucho que ver con las mesas.
En la avenida universitaria más arbolada se encuentran las raíces de la cultura estudiantil valenciana. Aunque en el interior de las facultades tienen buena fama determinadas cantinas (la de Filología e Historia son muy socorridas), el auténtico hervidero burbujea en las terrazas de Blasco Ibáñez. Uno puede elegir empezar el día en el emblemático Kiosko de la Pérgola, donde los bocatas hacen oda al esmorzaret valencià, con mención especial para el clásico 'bombón' de lomo, queso, champiñón y salsa especial. Se convierte en ‘súper bombón’ si lleva patatas. Pero esto es lo más lejos que nos vamos a ir de la avenida, a riesgo de empezar a hablar de la oferta gastronómica del Paseo de Alameda o de Aragón.
En todo el meollo de las facultades es donde se ubican los auténticos hervideros de estudiantes. Imposible no hacer referencia a El Castillo. Siempre concurrido, sus mesas suelen rebosar botellines y sus suelos se sienten pegajosos, pero es lo que tiene ser un campo de batalla. La consabida oferta de tres quintos por un euro surte efecto. Muy cerca se encuentra el pub Printemps, en el mismo rango económico, y donde puestos a llenar el buche hay algunas tapas, patatas de bolsa, olivas y bocatas bien grandes. Al otro lado de la avenida, El Agujero, muy típico para dejar morir el día entre brindis. Incluso Ses Salines, este mucho más orientado a las cenas de grupo. Sí, las de sangría sin límite.
Desde hace unos años soplan vientos frescos en lo que a cafeterías se refiere. Primero fue Bakery & Burguer, que además de un solvente menú de mediodía, tiene una oferta en la que se combinan los sándwiches y las hamburguesas con los cruasanes y las tartas. Suyo es casi todo el mérito de introducir la carrot cake en el mundo de las facultades valencianas. Sin embargo, mucho más golosa es la repostería de Bastard Coffee & Kitchen, espacio novedoso y de diseño impecable. Su café es delicioso. Perfecto para empezar el día con energía, sobre todo en fin de semana, cuando ofrece uno de los mejores brunchs de la ciudad. Incluye zumo, tarta y huevos Benedict con aguacate, espinacas o salmón.
Si se aspira a COMER, ya sea a mediodía o por la noche, hay que arrastrar los pies un poco más allá de la frontera. Concretamente hasta Plaza Xúquer. El centro de operaciones especiales de la Universitat de València (UV), que es territorio de confluencia con los estudiantes de la Universitat Politècnica de València (UPV). Los militantes de ambos bandos tapean en tregua en Los Malagueños, restaurante de corte castizo que sorprende por el esmero en la sepia, las bravas y el calamar a la romana. Justo enfrente se encuentra Tanto Monta, donde conseguir mesa es una utopía, pero del que se disfruta más si cabe apostado en la barra y eligiendo los deliciosos pintxos que aleatoriamente van saliendo de cocina.
A la hora de organizar cenas de grupo, es habitual que la citación sea en Brutus. Su concepto de "todo gigante" (esto es, la hamburguesa da para tres personas) pudo sorprender hace años. Ahora su mayor reclamo es el precio, nunca la calidad. Más suerte tienes si te han convocado para soplar velas en Pan de Azúcar. Su carta es previsible e inamovible, con tapas y ensaladas que sobreviven al paso de los años, pero sus crepes de pollo con bechamel (y añadidos al gusto) contentan el apetito. Por cierto, The Black Turtle tiene sede en la misma plaza. Hamburguesas underground que están por encima de la media.
Pongamos que queremos ser exóticos. Llevar el espíritu del intercambio cultural, el de los miércoles Erasmus, a la oferta gastronómica. Pese a la proximidad geográfica, no vamos a mandar a los estudiantes a Namwan, el inesperado respiro thai de València del que ya habló Guía Hedonista. Pero para todos los niveles económicos hay opciones recomendables. Merecen mención especial el sushi de reparto a domicilio de Golden Hana y uno de los kebabs más emblemáticos de la ciudad, el Sofra (para algunos, siempre será Sofía).
Como persona de letras, que se extraña con las personas de números, el mundo se vuelve confuso más allá de la Avenida de los Naranjos. Pero si algo cabe valorarle al Politécnico valenciano es la virtud de tener un campus vertebrado. A ello contribuye la disposición arquitectónica, con amplios jardines en el interior de recintos vallados, que permiten contener la confluencia de enseñanzas. Además de disciplinas técnicas, hay carreras de Ciencias Sociales, Música y Arte; y la voz de todos los egresados es unánime: los mejores bocatas son los del Conservatorio. Y el mejor lugar para disfrutarlos, el césped del Ágora.
Sin embargo, para quienes conocen el mapa, espera el tesoro. Dentro del Campus de Vera, el restaurante oficial es Gauss, con un menú más que solvente, pero esencialmente dirigido al personal que trabaja en las facultades. Para los estudiantes quedan las propuestas de corte informal, como la emblemática pizzería Tony, cuyas porciones son motivo de peregrinación desde la otra acera, empezando por los alumnos de Derecho y de ADE. Más nombres: el Trinquet, la Tarongeria o la Piazzeta. El caso de Bocalinda, situado en el centro Galileo Galilei, es llamativo, por cuanto tiene la cocina abierta todo el día y ha sabido generar su propia agenda de eventos. El colectivo Salir con Arte está entre sus habituales.
Por cierto, los chicos de las carreras técnicas no son adalides de la formalidad, sino que también beben. Por proximidad geográfica, su patio de recreo es la Plaza Honduras, donde levantan con generosidad los botellines de La Birra Loca o Los Arcos. Si nos pasamos a las copas, hay pubs de referencia de difícil tránsito cuando cae la noche. Por ejemplo Kraken, por ejemplo Magik, por ejemplo Mescafé, cuyos gin-tonics siempre se acompañan de música a todo volumen. Quienes prefieran los ambientes más relajados, encontrarán su refugio en las partidas de Trivial y la sonrisa del camarero de El Café de las Letras.
Vamos al papeo. Uno no ha sido universitario en València si no ha terminado cenando en El Pato Mareao, pese a que la carta es más bien fritanguera. Ya se sabe, cría fama. Justo en la parte opuesta se encuentra El Garatge, de cuya necesidad ya se habló en esta Guía, puesto que lleva las propuestas cotidianas un paso más allá. Pollo de otro galaxia (en algo debía notarse que fue una pollería), pato braseado con mango, orejas de cerdo con soja y rollitos filipinos de verdura. Entre las pizzerías, mejor La Divina Comedia, y como bar para ver el fútbol, La Rosa Negra, pero que nadie espere piedad gastronómica. Por supuesto, me resulta difícil hablar de Honduras sin hacer referencia a El Bósforo, kebab servido en plato con patatas que se enreda de manera casi sentimental en mis años de estudiante.
Al final la Universidad, y los escenarios que perdurarán en los recuerdos de aquellos años, van de eso. De que te hagan sentir en casa, te pongan cerveza barata y te sacien el apetito voraz. Son noches en las que tienes hambre, de comida y de vida. También podríamos cruzarnos al Cedro, zona de concurrencia por sus salas de música, sin dejar de lado su amplia oferta gastronómica. Entonces hablaríamos de las tapas a un euro del Kaña Makan, de los crepes de Rayuela, del menú griego de Thalassa o de la mejor Begoña Rodrigo de La Salita, pero eso lo dejaremos para otra ocasión; para cuando nos hagamos mayores.