Cae la noche en una casa sin sonidos. La noche surge en medio de un espacio viciado, cargado del humo del tabaco, de decenas de cajas de las mudanzas inacabadas. Tan solo el gemido de un perro rompe el silencio. El teléfono anuncia una llamada y determina que hay otras personas atrapadas. Un querido amigo siente lo mismo y, a pesar de residir en otro hábitat, cuenta que sigue conservando la metáfora de las cajas cerradas, que aún no ha encendido las luces de su nueva casa, de su nueva vida. Piensa que habitamos en una cueva, en la oscuridad, como si estuviéramos encerradas, aisladas. Mi amigo está pasando una grave depresión.
La noche aparece también durante el día. Puede oscurecer en cualquier momento, por un pensamiento, un sentimiento, por ningún motivo, con un ataque de tos y de estornudos, con esa repentina desazón epidérmica, como si el cuerpo quisiera advertir lo que está pasando, y lo que viene después. El aire se carga de invisibles partículas amenazantes, y un leve mareo recuerda que, en estos instantes, somos materia frágil, moldeable, vulnerable. La sensación de calor, en medio del frío, es agobiante, insoportable. El cuerpo intenta responder a estos síntomas absurdos, inesperados y, a la vez, tan comunes en tantas personas.
La ansiedad, la depresión y el estrés emocional acompaña la vida de miles de personas en este país
Cae la noche en cualquier momento. Sientes que todo se acaba, que todo se desborda e inunda cualquier rincón del cuerpo, atacando el sistema nervioso, muscular, respiratorio, circulatorio, auditivo. Sientes que todo se acaba porque se hace de noche varias veces en unos segundos. Entonces, comienzas a no sentir las piernas, con ese hormigueo insufrible. Los pies son dos piedras pesadas que no puedes dominar. Los brazos son esas partes del cuerpo que irradian temblores hacia las manos. Aparece, entonces, la fuerte presión pectoral, como una espada que cae de lleno sobre nuestras cabezas. Y el miedo, la parálisis, se apodera de una persona en cuestión de segundos. Piensas que el lexatin que llevas siempre en el bolso servirá para apaciguar otro anochecer maldito. A veces no funciona y hay que recurrir a fármacos más potentes. Para dormir, para desconectar, para luchar contra la ansiedad, para desear que pase el mal trago.
La ansiedad, la depresión y el estrés emocional acompaña la vida de miles de personas en este país. Sobre todo, mujeres y jóvenes, y a quienes tienen menos recursos. La mala salud mental está cercando demasiadas vidas. La pandemia puso de manifiesto esta enfermedad que ya existía pero, con el confinamiento, los síntomas se han disparado. Una enfermedad que parecía invisible y que, ahora, por fin, está formando parte de todas las agendas institucionales y políticas. Era tan invisible y estaba tan normalizada en la vida vertiginosa que vivimos, que la sanidad pública no cuenta con un servicio óptimo de salud mental. Varios meses de lista de espera y terapias con citas bimensuales. Los datos apuntan que la red pública estatal de sanidad cuenta con 11 psiquiatras y 6 psicólogos cada 100.000 habitables.
No todas las personas enfermas pueden permitirse la asistencia privada, por lo que se hace urgente la mejora y ampliación de los servicios de salud mental de la sanidad pública. Mujeres y jóvenes son la población más afectada en estos momentos. Ansiolíticos, relajantes y tranquilizantes son medicamentos que se consumen habitualmente, recetados sin pasar por especialistas. Pastillas para combatir los efectos de la primavera, del otoño, de todo cambio climatológico. Si una mujer siente soledad, decaimiento, parálisis, dolor emocional y tristeza, se le asigna un psicofármaco.
Recuerdo aquel medicamento, el optalidón que tomaban la mayoría de mujeres de este país. De dos en dos, y se permitían bienestar, optimismo y movimiento ante las cargas del trabajo diario, la mayoría faenas domésticas. Este medicamento fue retirado por contener un barbitúrico. Aquellas pastillas redondas, de color rosa, eran las pastillas de la felicidad para las mujeres en los años sesenta y setenta.
En las edades mayores, los estados mentales y emocionales aún siguen siendo consideradas cosas de mujeres por sanitarios residuales. Afortunadamente, la Atención Primaria ha ido actualizando sus plantillas y hoy puedes compartir con médicas excelentes un estado físico y psicológico que priorizan y atienden correctamente.
La sensación de angustia entre la población joven es escalofriante. Es un fracaso de esta sociedad
Pastillas para dormir, para tranquilizarse, para sentir bienestar, para ser feliz. Una amiga necesita dos ó tres lexatin al día para relajarse, pero, asimismo, precisa varias dosis de café para activarse. Las mujeres de mi generación somos adictas a relajantes, en forma de pastillas o recurriendo a alternativas naturales. Somos adictas a terapias del bienestar, del sosiego, al yoga, al taichí… Somos seguidoras fieles de las terapias de grupo y a la sororidad. No hemos dejado de buscar soluciones a nuestras inquietudes, a nuestras emociones efervescentes, a la inquietud permanente que nos mueve en este mundo. Porque nos ha tocado sufrir y luchar contra todo por ser, precisamente, mujeres. No deja de sorprender que los hombres de las mismas generaciones no sean recetados ni consumidores de este tipo de fármacos y terapias.
En este país somos miles y miles de personas que precisamos alguna pastilla para que el día sea luminoso y no se precipite la noche. Hoy, la población joven preocupa. Y mucho. Miles de chicas y chicos sufren tristeza, angustia, confusión, inseguridad, desasosiego y desesperanza. Jóvenes adolescentes, jóvenes veinteañeros y treintañeros. Las estadísticas sobre suicidios son estremecedoras. La sensación de angustia entre la población joven es escalofriante. Es un fracaso de esta sociedad.
Ya han sido anunciados, desde el Gobierno estatal y la Generalitat, planes para paliar el déficit en salud mental, para aplicar estrategias de prevención, tratamiento y seguimiento. Ojalá estos anuncios sean una rápida realidad. Este domingo la portada de El País era impresionante. España, en terapia era el titular que marcaba la primera página. El rotativo indicaba que desde que comenzara la pandemia se ha duplicado la prescripción de psicofármacos. Y añade un dato cargado de dolor e impotencia. "En 2020 se quitaron la vida en España 3.941 personas".