Fue el principio del fin, la iniciación del largo e interminable adiós en que a partir de entonces, se convirtió mi vida. Como la luz del sol, cuando se abre una ventana después de muchos años, rasga la oscuridad y desentierra bajo el polvo objetos y pasiones ya olvidados, la soledad entró en mi corazón e iluminó con fuerza cada rincón y cada cavidad de mi memoria.
La noche del cinco de enero, dejaré la ventana abierta, y bajo el árbol pondré una gavilla de hierbas del parque Ribalta, tres polvorones, tres pequeñas copas de coñac y algún carajillo de Castelló por si aprieta el frio. Y pediré los mismos deseos de siempre.