Una ruta circular lleva a descubrir un paisaje natural salpicado por lagos rodeados de montañas y en el que los osos pardos todavía pisan sus tierras
VALÈNCIA. Asturias tiene lugares mágicos, algunos de sobra conocidos por quienes desean refugiarse en sus montañas y otros que se esconden de ese mapa turístico para sorpender a quien decide conocerlos. Por eso, no te explicaré los lagos de Covadonga ni el Naranjo de Bulnes, de sobra conocidos, sino que te hablaré de Somiedo, situado en la linde con Castilla y León y en el que las montañas cobijan historias milenarias que han cristalizado en lagos alrededor de los cuales los osos disfrutan de ese paraje cuando no los vemos. Un lugar en el que habita el oso pardo cantábrico y donde se estima que hay un centenar, por lo que se puede afirmar que no existe en España lugar con semejante densidad. De hecho, en primavera hay actividades para verlo en su hábitat. Yo voy en verano y me encuentro vacas pastando a sus anchas.
Lo admito, no sabía muy bien lo que me encontraría cuando decidí venir hasta aquí y hacer la ruta de los lagos de Saliencia pero cojo el coche y me dirijo hasta el llamado Alto de la Farrapona, justo en el punto fronterizo entre la comunidad asturiana y la provincia de León. Sabes que has llegado porque hay bastantes coches aparcados al lado de la carretera —el aparcamiento no es muy grande— así que en cuanto veas un sitio deja el coche y comienza a andar, por muy lejos que esté. No te exagero si digo que aparco a unos tres kilómetros del inicio de la ruta y no hay mucha gente.
La ruta trancurre por los cuatro lagos que están situados en las cubetas producidas por un glaciar «reposando» antes de seguir su camino hacia las zonas más bajas. Y esto es lo que hace especial al Parque Natural de Somiedo, porque está formado mayoritariamente por calizas, lo que hace muy difícil mantener el agua, con un sinfín de simas y galerías subterráneas por las que se escapa el agua de la lluvia y fluye hasta las zonas más bajas. Entonces, ¿por qué hay lagos aquí? Porque las calizas han sufrido la dolomitización; es decir, el magnesio ha entrado en el sistema por las fisuras y ‘ha tapado’ los pequeños agujeros de las calizas cambiando su estructura e impermeabilizándola. Lo sabes por esas tonalidades anaranjadas y amarillentas que tiene. Por todo ello, los cuatro lagos (Cueva, Mina, Cerveriz y Negro) fueron declarados Monumento Natural y forman parte de la Reserva de la Biosfera de Somiedo desde 2000.
Todo esto lo leo a los pies del primer lago, el lago de la Cueva, observando cómo el sol va cambiando las tonalidades del agua en matices azules o verdes. Mucha gente solo llega hasta aquí, perdiéndose los rincones más bonitos del Parque Natural. Por ello, mi recomendación es que no des la vuelta al lago porque no merece la pena y es donde encontrarás más gente. Me llama la atención ver un muro en el extremo próximo a los teitos (cabañas de piedra con techumbre vegetal donde habitan los vaqueiros de alzada cuando suben con el ganado en verano) pero, por lo visto, los lagos de Saliencia están unidos entre sí para compartir su caudal, de ahí que tengan esos muros de contención para controlar el volumen del lago y no dejarlos secos.
Sigo el camino, subiendo en zigzag para ver el lago en todo su esplendor, mientras voy ganando altura. Tengo la mirada puesta en el paisaje pero me llama la atención que aquí el suelo se vuelve más rojizo, debido al mineral de hierro.
De hecho, antiguamente esta zona era una mina en la que se extraía hierro, como mínimo desde 1805, fecha en la que se tiene la primera noticia de la existencia de una mina en los alrededores del lago de la Cueva. Si te fijas bien, puedes ver las escombreras, que actualmente están reforestadas para que el paisaje vuelva a ser como era antes.
La mina de Santa Rita fue explotada entre 1956 y 1978 por la empresa Minas de Somiedo. Durante el periodo de actividad, trabajaban unos 300 mineros y se extraían unas 70.000 toneladas de hierro al año. Hoy quedan restos de los túneles por los que se extraía el hierro, aunque es mejor no adentrarse por ellos porque no están en buenas condiciones y puede ocurrir cualquier desgracia.
De hecho, el camino por el que voy es la antigua pista minera y la historia de la mina me recuerda a las Médulas, otro espacio natural explotado para, en ese caso, extraer oro. Por suerte, ambos lugares han sido protegidos. Con ese pensamiento prosigo en mi caminar, ascendiendo lentamente hasta los pies del lago Almagrera o lago Mina, el más pequeño de todos. No te sorprendas si lo ves sin agua porque a mí me ocurre lo mismo. No pasa nada porque a unos pocos kilómetros más está el lago Cerveriz, rodeado de extensas praderías. De hecho, las vacas pastan a sus anchas y si te acercas debes mirar bien el suelo para no llevarte ninguna sorpresa.
Me dan ganas de sentarme a tomar el bocadillo —uno de los momentos que más me gustan en las caminatas— pero decido proseguir con la marcha y hacer el alto en el lago Negro. No sé por qué se llamará así porque de negro no tiene nada y, en mi opinión, es el más bonito de todos. A medida que me voy acercando y bordeando el lago, en las zonas menos profundas el agua cambia a tonalidades verdes o azules. Y tanto me emboba que no sé en qué momento me despisto y tengo que ir campo a través arañándome las piernas con los cardos y los tojos. Pero merece la pena porque la panorámica desde este punto es maravillosa: el lago en su esplendor, con los destellos de las montañas reflejándose en él.
la mina santa rita estuvo en funcionamiento hasta 1978 y al año se extraían 70.000 toneladas de hierro
Hacía tiempo que no sentía tanta paz así que me siento en una roca y en silencio como mi bocadillo. A mi alrededor no hay nadie, lo que me permite escuchar las aves, el chapoteo de los peces al saltar y... ¿los osos?
Tras ese parón sigo con mi ruta, bordeando todo el lago y regresando al lago de la Mina. La ruta me sabe a poco así que, cuando veo una señalización indicando el lago del Valle a dos horas no lo dudo y me voy hacia él. El camino lo paso con mis amigas las vacas y algún senderista más, pero no las multitudes que me imagino en otros puntos de Asturias. El camino es llano hasta que asciende por una colina y al girar hacia la derecha se ve al fondo el inmenso lago, de dos kilómetros de perímetro encajados en un impresionante circo glaciar y rodeado de cimas que superan los dos mil metros de altura. Es increíble el lugar: nada que envidiar a otros lugares europeos.
Desde lo alto, veo algunas personas caminar por el sendero que conduce hasta su base y se pierde en el horizonte. Me encantaría ir hasta él pero lo tendré que hacer en otra ocasión porque quiero ver el atardecer en el lago Negro y para recorrer la ruta debería hacer noche en algún punto. Así que con cierto pesar me doy media vuelta y deshago el camino hasta el lago Negro.
A medida que voy llegando el cielo se va encapotando y chispea pero me da igual porque siempre tienes esa esperanza de que el sol va a aparecer en el momento adecuado. Y así es porque mientras hago las fotos, me subo en una de las piedras y el sol aparece justo a mi lado. Unos breves segundos que me hacen sentir toda la inmensidad de la naturaleza en uno de los parajes más bonitos de Asturias. Tras ese rayo de sol llega la noche y regreso al coche con la única luz de las estrellas y la luna para no molestar a los animales que comienzan a salir. De vez en cuando escucho el ruido de las hojas moverse a mi lado por sus pisadas. Menos mal que en esta época los osos no frecuentan esta zona, porque si no, me asustaría, y mucho.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 80 (junio 2021) de la revista Plaza