Mañana no sólo empieza oficialmente el invierno 2017, mañana se celebran las elecciones más importantes de nuestras cuatro décadas de democracia. Y ni las encuestas ni la intuición generan expectativas de tranquilidad y normalidad en los resultados que arrojen las urnas, que por su volatilidad parecerán bombos de la lotería.
He evitado hablar insistentemente de Cataluña, su prusés y su campaña electoral. Pero en las últimas horas de esta anómala campaña, merece nuestra atención. Digo anómala no porque haya un ex presidente autonómico de vacaciones en Bélgica y haciendo campaña desde el plasma –vaya, tanto que se habló del plasma de Rajoy–, ni es anómala porque otro candidato en prisión aproveche la llamada a sus familiares para ofrecer una entrevista en la radio catalana. Sino que lo es porque no deberían producirse dichas elecciones. En primer lugar, porque no deberíamos haber llegado hasta la famosa DUI del 1-O y en segunda instancia porque la aplicación del artículo 155, si de verdad pretendía restablecer el orden constitucional y cierta cordura en una sociedad extremadamente ideologizada y con una clase política altamente corrupta, debería haberse prologando varios meses, y haberse visibilizado. ¿Alguien se cree que Soraya ha sido presidente del gobierno catalán?
Llegados a este punto, este jueves de solsticio de invierno los catalanes tienen una ocasión histórica para enderezar el rumbo de una tierra privilegiada con un territorio de costa y de montaña probablemente de los más bellos de Europa, un potencial industrial y empresarial auspiciado desde los años del franquismo, un potente clúster farmacéutico y una historia común primero en la Corona de Aragón y luego en España. Tierra ésta de grandes hombres de los que sentirnos tremendamente orgullosos. Porque hay que decirlo, la patria común de la que habla el texto constitucional nos engrandece y permite compartir la riqueza que supone la obra de Josep Pla o Salvador Dalí o actualmente de Joan Manuel Serrat o Isabel Coixet (no es una comparativa entre unos y otros, sino una simple muestra de catalanes conocidos por su trabajo). El patriotismo español que tan mal se ha explicado y fomentado, es integrador e inclusivo y genera un sano orgullo, frente al eterno cabreo y rabia contenida de los nacionalistas periféricos de España y de otros países.
Las encuestas nunca son 100% fiables pero sí indican tendencias y a grandes rasgos nos enseñan el camino de lo que puede suceder en el recuento final. Si bien es cierto recordar que hoy en día, la cocina de los estudios sociológicos en muchas ocasiones tiene como fin provocar una reacción en el electorado, más que mostrar las preferencias de éste. En todas las muestras publicadas, incluidas las alegales de los últimos días desde el Principado de Andorra, se observa cierto equilibro entre las fuerzas declaradas independentistas y las que no, o al menos confiamos que no lo sean [dejo abierta la esperanza a que el PSC del simpático Iceta no se eche al monte, del PP y C’s no hay duda aunque los populares están en horas muy bajas].
En conclusión, el panorama que el viernes 22 puede verse en el hipotético parlamento catalán puede ser no desolador pero si de gran incertidumbre, incluso desasosiego. Si gobernaran los independentistas quizá acabaríamos de nuevo en el 155, si no se alcanza ningún acuerdo tal vez en unos meses haya elecciones de nuevo, en cualquier caso no se vislumbra un escenario de estabilidad y de vuelta a la cordura legal, que se daría en mi modesta opinión con un gobierno tripartito liderado por Ciudadanos, con amplia presencia del PSC y una cuota menor del PP –todo en relación a sus votos y representantes–. Por ello los votos en las urnas de este jueves así como las bolas en los bombos de la lotería nacional el viernes tienen cierta similitud, pues no sabemos que resultado arrojarán, si favorecerán al conjunto de España o sólo a una parte, si estará bien o mal repartido el Premio Gordo y en definitiva, si la Navidad 2017 y la entrada en el Nuevo Año nos traerá más tranquilidad y feliz convivencia, o seguiremos empecinados en repetir los errores más torpes y perniciosos del ser humano, perfectamente recogidos en los pecados capitales.