El viaje aventurado de dos amigos que, casi una década después, han formado parte intensa de la reinvención urbana
VALÈNCIA. Cuando Laslo y Florian pasaban sus primeros años en València, les impacta como una imagen para la incomprensión ver cómo, en su interior, la ciudad se comprimía y en su litoral, frente al mar, en esa cornisa al infinito, las casas se degradaban, se vaciaban o se dejaban por ocupar. “Si lo que una persona quiere en su vida es vivir cerca del mar, ¿no?”, pensaban entonces, piensan ahora. Posiblemente es necesario vivir lejos de ella para pretender vivir cerca.
Pero antes de esa pulsión ocurrieron otras cosas. Laslo y Florian se conocieron en un bar, el de Flo, en Würzburg, al norte de Baviera.
- “Era el más borracho y el más pesado del bar”, dice Flo sobre su antiguo cliente.
- “Algo hacías bien, Flo, porque era el último en irme”, replica Laslo.
Laslo, físico, salió a hacer su doctorado (sobre la aceleración de partículas) y por la aleatoriedad de los destinos, en València contestaron antes que nadie a sus peticiones. “Fueron los primeros en decirme que sí”. Llegó a la ciudad en 2009 (“¿dónde está eso de València…?”) y tras una semana de infausta incursión, se acercó al mar. Se adentró en Reina 125 (ustedes lo recordarán de esta historia… Laslo es uno de sus ‘hijos’), conoció a Pepa y Ernesto, cicerones de la ciutat con salitre.
Su colega Flo comenzó a venir a visitarle. Le picó la curiosidad… ¿y si dejo el bar?, ¿y si dejo Würzburg?, ¿y si montamos algo en València?
“Nuestra gente alucinaba. En plena crisis, cuando los españoles iban a Alemania, unos alemanes se van a España. ¿Cómo puede ser?”, razona Flo.
“Mucha gente local creo que no ven todavía ahora lo que vimos cuando llegamos a aquí…”, amplía. “La luz, la peculiaridad. Una sensación ligera”.
“Es que es un pueblo muy cerca de una ciudad bastante grande, en la playa pero sin grandes edificios, no tan estructurada”, prolonga Flo. “Cuando llegué no entendía todo esto, el mejor sitio para vivir es el que peor se cuida”.
Pero para Laslo el objetivo era seguir profundizando en la fenomenología de partículas elementales, seguir siendo investigador, convertirse en profesor. Aunque… “¿iba a estar cada dos años cambiando de entorno? Notaba que no quería buscarme nuevos amigos, ir a otro sitio a trabajar constantemente”. “Aquí vi que tenía mi casa, que se podían abrir sitios que no existían, que un chaval de Alemania también quería venirse…”.
“Al ver cómo la gente hacía vida en la calle, bromeábamos sobre qué podíamos abrir”, sigue Flo. “Pero le decía a Laslo: cuidado, que abrir un bar es duro, no estás todo el día brindando.
Florian Boos: “Llegué el 3 de agosto de 2011 a València. Pasamos dos o tres meses para coger un local y si no, me vuelvo a Alemania, pensaba. Nadie nos cogía el teléfono, claro. Ahí surge el nombre de nuestro primer local: No hay nada mejor que 27 amigos. Nos tiramos dos días en el Ayuntamiento detrás de la licencia. Le dije a Laslo, ‘vamos a necesitar mucha ayuda, vamos a tener que hacer muchos amigos’. A ver cuánta gente nos ayuda… Pues 27 personas. Y justo detrás de donde vivíamos encontramos este local, en calle la Reina”.
Luego llegaría el resto, La Otra Parte, justo a la otra orilla del hotel Las Arenas; y el festival Mar i Jazz, en el parque Dr. Lluch.
Laslo Reichert: “La música fue muy importante desde el principio. En el bar de Würzburg no buscábamos el típico público nocturno, queríamos que la gente disfrutara de las propuestas musicales. Aquí debería ser igual”.
Florian Boos: “Ahora hemos cambiado la licencia de ‘No Hay Nada Mejor Que 27 Amigos’ a bar restaurante. Somos ocho años más mayores…”.
Las propuestas de ‘los alemanes’, como se abrevian sus nombres, representan una de esas pequeñas enseñanzas de los que llegan sin voluntad de especulación, ni oportunismos, más bien con la pretensión de simbiosis con el territorio, la ausencia de complejos para incrementar la calidad del entorno. La València que avanza sin amedrentar se parece a la que ellos representan.
Mar i Jazz, que en junio celebró su tercera edición, es un hito paradigmático de la voluntad por aportar, aunque con algunos incidentes iniciales: “Al principio lo pagamos, todo abierto… se convirtió en un gran botellón… y todavía estamos pagándolo”, bromean. “Tenemos aquí detrás un parque, hacemos jazz en nuestro local, ¿pues está claro, no?”, pregunta Laslo.
Florian Boos: “Que no, no nos vamos a hacer rico con esto. Podemos poner un cartel detrás de los músicos pero preferimos ponerlo en madera. Podemos poner solo papeleras pero preferimos poner gente limpiando”.
Laslo Reichert: “Somos alemanes, ¿no? Pero sentimos que nuestra casa es ésta, no por las casas o la playa, sino por la gente del barrio. Debíamos darle alguna cosa”.
Laslo Reichert: “Este es el primer verano que se ven más turistas por el barrio, tiene que ver con que hay muchas más casas de Airbnb, pero no siento un cambio radical, un acoso. Sin embargo, debemos cuidarlo. Sería importante permitir que la gente pueda pagar alquileres normales”.
Florian Boos: “Hay más capacidad para más oferta, para poder competir entre nosotros, pero me da rabia que gente que vivía aquí cuando nadie quería vivir, ya no pueden pagar el alquiler porque los caseros lo destinan a Airbnb. No hay más oferta para gente con sueldos normales, porque no olvidemos que casi todos tenemos solo sueldos españoles. Puede ser que en unos años nos encontremos aquí en febrero, en meses que no son turísticamente atractivos, y nos encontremos con la mitad de gente. Los que hicieron compras bajas se está aprovechando demasiado, mirando solo por su propia cuenta”.
Quizá la historia de los alemanes se podría explicar con esa inversa: se trata de no solo mirar por cuenta propia.