¿Cómo solucionar el tema de las bandas latinas? La acción policial está siendo bastante efectiva —en la Comunitat el problema se ha reducido al mínimo—, pero la mano dura no arregla el problema de fondo
«Yo ni soy un angelito ni lo pretendo. He hecho cosas de las que me arrepiento, pero creo que tengo derecho a una segunda oportunidad. Y, sobre todo, a intentar ayudar a que otros no cometan los mismos errores que yo», cuenta Mario Chanchay. Chanchay es el presidente de la asociación Acude, pero también es la voz de los Latin Kings valencianos (y su Regional Supremo), una de las varias corrientes que hay en España de esta pandilla nacida en Chicago en los años 40 y que llegó a principios de siglo a nuestro país. El público supo de ellos a través de las páginas de sucesos así que ahora reclaman ser la voz (al menos, una de ellas) a la que recurrir cuando se hable de este fenómeno, una realidad mucho más compleja de lo que a veces parece.
Chanchay tiene el brazo lleno de tatuajes que se hizo antes de que se convirtieran en la moda del momento: son de los que cuentan una biografía. Pero ahora también lleva un ‘trenzado’, un collar amarillo y negro hecho a mano que indica que ha cambiado y que, quien sabe interpretarlo, sabe que significa —entre otras cosas— que no bebe, no se droga y ha dejado atrás la violencia. Llegó a España con 20 años, en 1999, y lo único que encontró eran empleos mal pagados y miradas de desconfianza. Acabar en una banda era lo normal.
«Al principio copiamos lo que habíamos visto en nuestros países de origen. Teníamos un territorio que defender. Veníamos de barrios en los que un navajazo en una pelea no llegaba ni a anécdota, pero luego fuimos aprendiendo que aquí la Policía te buscaba, te encontraba y acababas en la cárcel», explica.
«Al principio copiamos lo que habíamos visto en nuestros países de origen. Teníamos un territorio que defender. Veníamos de barrios en los que un navajazo en una pelea no llegaba ni a anécdota, pero luego fuimos aprendiendo que aquí la policía te buscaba, te encontraba y acababas en la cárcel», añade.
Camilo Monsalve es vicepresidente de Acude. Él no pisó la cárcel —«simplemente, porque no estuve en un mal sitio en el peor momento, pero me podría haber tocado a mí»— pero también conoce la realidad de las bandas porque además forma parte de la ALKQN (Todopoderosa Nación de Reyes y Reinas Latinas o Latin Kings). Llegó con diez años a España y sólo tenía una hermana y una madre luchadora que le ayudó a tener los pies en la Tierra.
«Eso es importante porque un español suele tener un colchón familiar, unos abuelos o unos tíos que pueden echar una mano cuando las cosas se tuercen. Los migrantes latinos no».
Tanto Chanchay como Monsalve saben lo que era pertenecer a una banda, y lo fácil que era meterse en problemas. Además, las pandillas eran una pieza golosa para alguien que quisiera poner droga en la calle, pese a que su constitución sólo permite la marihuana (y con moderación): grupos cerrados, con códigos de honor, con una férrea disciplina y sin dinero ni perspectivas. Luego estaban los colores, que ayudaban a dar una identidad, o la posibilidad de ir de malote y conseguir chicas. Mucho, cuando no tienes nada.
«Si te fijas —explica Chanchay—, antes por las pintadas que había en Valencia, se podía saber qué banda había en qué barrio, y por cómo vestían los jóvenes, a qué grupo pertenecían. Eso ya no pasa». El principal motivo es que los colores eran un imán para la policía —«a veces eran más los secretas que nosotros», recuerda Monsalve— y otro es que desde Acude insisten en que eso separa más que une. También les dicen que no suban fotos a las redes sociales con bolsas de marihuana y pistolas de pega como si fueran gangstaraps de pueblo. Y es que los Latin Kings, algunos, se están reformando.
La diferencia entre los ALKQN y el resto de las llamadas bandas latinas (Dominican don’t play, Trinitarios, Ñetas, Lobos...) es que «nosotros tenemos una constitución y un código de conducta muy estricto», apunta Chanchay. Monsalve añade: «Al principio creíamos que ser Latin King era otra cosa, hasta que empezamos a leer y estudiar bien lo que éramos y nos dimos cuenta de que hacerse los dueños de la cancha de baloncesto y cobrar a los otros por jugar, como se hacía antes, era contrario a esa filosofía». La extorsión a los miembros (hay que pagar un mensualidad por pertenecer a la banda) está prohibida, aunque en ciudades como Barcelona y Madrid estén a la orden del día. Ellos defienden lo que dice su constitución: el dinero que se recauda es para ayudar al que lo necesita.
El reto de Acude es doble. Por un lado, ayudar a crear una identidad ‘latina’, un concepto más líquido de lo que parece. Un dominicano, ecuatoriano o colombiano en su país es eso, un dominicano, un ecuatoriano o un colombiano. Es al cruzar la frontera cuando se convierten en latinos, una etiqueta que —en sentido estricto— también incluye a los españoles. El otro objetivo es conservar sus raíces pero para aportar a la sociedad que les acoge. «De momento, ya os hemos llenado las discotecas de Reggaeton —bromea Monsalve—, y eso que hace unos años te veían escuchándolo y casi te escupían».
Crear una identidad no es fácil, no se trata sólo de importar costumbres, también de aceptar lo bueno de la sociedad de acogida. «Por ejemplo, en lo que respecta al machismo, en América Latina está mucho más enraizado que aquí incluso entre las mujeres, y nosotros intentamos concienciarlos. También hay mucha reticencia hacia los homosexuales [de hecho, su constitución prohíbe las relaciones entre personas del mismo sexo], pero nosotros no discriminamos a nadie», explica Chanchay.
Por eso los Latin Kings valencianos aspiran a representar un papel como facilitadores de esa integración. «De momento, somos a los que nuestra gente recurre cuando tiene algún problema porque nos conoce y sabe que podemos mediar en sus problemas y ayudarle a encontrar una salida. Un asistente social puede haber estudiado el perfil del migrante y poner toda su buena voluntad, pero nosotros les comprendemos y hablamos su idioma», apunta Chanchay. Acudir a la policía ni se plantea, porque hay mucha desconfianza acumulada por el trato recibido y porque muchos vienen de países donde las fuerzas de seguridad tienen mucho de lo primero y poco de lo segundo.
Llegar a todas las llamadas no es fácil. Hay que ganarse la confianza poco a poco. Así, el pasado mes de julio Acude organizó un partido de fútbol y lo hizo en la Plaza de Maguncia, territorio Ñeta. «Precisamente fuimos allí para que se sintieran seguros. No hubo ningún problema; ni ellos se lo creían», recuerda. Pero tampoco hay que olvidar que las instituciones dejaron pasar la ocasión para intentar ganarse al colectivo: no les dejaron un campo reglamentario para jugar, ni tenían vestuarios, ni acudió un SAMU por si pasaba algo. No es que se sientan excluidos del sistema, es que lo están.
Curiosamente, uno de los factores que contribuyó al empoderamiento de las bandas latinas en Valencia fue la ultraderecha. Eran los tiempos en los que grupos de jóvenes en la órbita de España 2000, que se pasaban el día machacándose en los gimnasios, salían por las noches a limpiar los parques de latinos. Acabaron por perderles el miedo y empezaron a defenderse. De allí salieron sus primeras anécdotas y algunos de sus líderes. Las bandas que mejor defendían el territorio se convirtieron en la referencia de las demás. El modelo americano había cruzado el charco.
Paradójicamente, eso tuvo un efecto positivo inesperado. Cuando las maras intentaron implantarse en Valencia no se esperaban que se encontrarían con tanta resistencia. «Mandaban chicas que se acostaban con los chavales, tenían droga, te podían conseguir un arma... pero nosotros ya sabíamos lo que no queríamos», explica Camilo Monsalve. No es bravuconería; fuentes oficiales especializadas en bandas latinas confirman el relato. Pero ya no son las peleas las que hacen ganar galones entre los Latin King, sino saber evitarlas.
Curiosamente, ése es otro de los problemas cuando se dirigen a chavales que han ingresado en una banda. Les dicen que tienen que estudiar, que hay que respetar a su familia, que se controlen cuando salgan, incluso que vayan a misa y que ya recogerán los frutos. Entre los suyos parecen un poco Testigos de Jehová prometiendo el paraíso (aunque también tiene, y mucho, de masones) mientras que los padres no acaban de fiarse. «Me gustaría decirles que no se preocupen, que sus problemas se solucionarán pero sería mentirles», dice Chanchay.
El fenómeno de las bandas latinas llegó a España con el cambio de siglo y, como todo fenómeno nuevo y que no se conoce, tardó poco en llegar a los titulares de los medios de comunicación. La mayor parte de las veces, a través de las notas de prensa de la policía o la guardia civil cuando había algún problema. Al tratarse de colectivos al margen del sistema, ni siquiera tenían voz en las tribunas públicas. No es que no hubiera delitos, pero los delitos no explicaban todo. Más de quince años después, la comprensión del fenómeno tampoco ha avanzado tanto.
En Valencia, fuentes de la Policía Nacional confirman que el fenómeno está controlado. Las bandas, como las meigas, existen pero no son el problema de primer orden que a veces parece. Ni siquiera la presencia de la peligrosa Mara Salvatruchas en Alicante ha despertado las alarmas.
Según explica Paco Llamazares, vicepresidente de la Asociación de Profesionales de Funcionarios de Prisiones (APFP), «las bandas no son un problema en las cárceles españolas. Evidentemente hay miembros que sí están dentro, pero luego no actúan como tales ni se convierten en grupos de presión. Los presos se suelen agrupar por nacionalidades pero no se han detectado grupos que intenten hacerse con el control del módulo o del patio». «Hay que tener en cuenta —precisa— que la mayoría está por algún delito de mayor o menor gravedad, pero no por pertenencia a una banda, y éstas apenas tienen capacidad de penetración. Como siempre, puede haber algún caso concreto que contradiga estas afirmaciones, pero no mucho más».
Por un lado, la prensa ha estigmatizado a los colectivos de jóvenes latinos hasta la saciedad; por otro, es innegable que el problema de la violencia existe. A veces la información llega al público de manera confusa, y hay quien no distingue entre una mara (muy peligrosas y con escasas posibilidades de reinsertarse) y las bandas latinas. Son dos fenómenos distintos, a veces incluso antagónicos.
En Valencia, las maras hicieron hasta cuatro intentos de asentarse en la ciudad. El problema se solucionó a golpes, pero se solucionó y fueron expulsadas por los ALKQN. De hecho, las maras tuvieron que buscar otra cabeza de playa: la provincia de Alicante. Pero, mala suerte para ellas, allí se toparon con la Guardia Civil. En marzo de 2014, agentes del benemérito instituto detuvieron a catorce miembros de la mara Salvatrucha (o MS-13) en Ibi (Alicante) mientras los Mossos d’Esquadra arrestaban a otros diecinueve en distintas localidades catalanas (la mayoría en Barcelona), y alguno más caía en Madrid. A finales del pasado septiembre acudieron hasta cuarenta personas a declarar al juzgado de instrucción número 1 de Ibi que instruye el caso.
Otra cosa es la relación entre las bandas latinas y las delincuencias. En marzo de 2014 los Mossos d’Esquadra detuvieron a un español de nacimiento, Óscar P. T., el Inca Supremo de la facción más peligrosa de los Latin King españoles. A Ó.P.T, alias Baby White, y sus lugartenientes el juzgado de instrucción número 9 de Barcelona les acusó de organización criminal, narcotráfico (actividad que continuaron en la cárcel de Roca del Vallés, Granollers), tenencia ilícita de armas, delitos de robo con violencia e intimidación, delito de robo con fuerza en el interior de domicilio y lesiones.
La detención de Ó.P.T, además, demostró que la etiqueta de ‘latinas’ pierde cierto sentido cuando su líder es un español. Peralta está casado con la hermana del líder de los Latin Kings en Ecuador Antonio Zúñiga, y se convirtió en líder nacional (Inca Supremo) en una votación en la que participaron los Latin de toda España. En Cataluña, se optó primero por la política de la ‘zanahoria’: se les facilitó lugares de reunión para realizar sus 360 (encuentros en los que todos se disponen en círculo) y se les permitió registrarse como Asociación Cultural de Reyes y Reinas Latinos. El razonamiento era sencillo: la cárcel da puntos a sus miembros y, una vez que entran, la posibilidad de recuperarlos se reduce al límite. Sin embargo, al final se impuso la realidad: los delitos continuaban, así que se les ilegalizó. Hubo que volver al ‘palo’.
El nombramiento de Ó.P.T contó con la presencia del mismísimo King Tone, el máximo responsable a nivel mundial de la banda. Y todo ocurrió después de dar una charla en la Universitat de Lleida donde, precisamente, habló sobre el nuevo rumbo que deben tomar las bandas latinas y alejarse de la violencia. ¿Sabía King Tone —que acababa de pasar doce años en la cárcel por tráfico de cocaína— quién coronaba y todo fue un paripé? Es difícil saberlo, pero el daño a la credibilidad de los que realmente buscan una salida pacífica al problema ya está hecho.
VALÈNCIA.- Aunque el origen de los Latin Kings se remonta a los años 40 (en Chicago) la ALKN nació en 1986 en la cárcel de Collins (New York) y una década más tarde se convirtió en ALKQN al aceptar a las mujeres. Marginados y marginales, la historia de sus líderes es la de Incas desfilando por las cárceles por todo tipo de delitos. Sin embargo, sus normas internas dicen todo lo contrario: la conducta de un Latin King debe ser ejemplar. Pero cambiar no es fácil. Sus normas se redactaron cuando los latinos, a los que llamaban ‘Pachucos’, estaban apenas por encima de los afroamericanos en lo que a racismo se refiere, y sólo porque eran menos visibles. Nacieron como un grupo de autoafirmación cultural, con códigos que se han quedado anticuados, una estructura poco permeable (para evitar las infiltraciones policiales) y muy vertical, reflejo del poder del líder (y la necesidad de tener modelos con nombres y apellidos). Su rechazo a la homosexualidad (por ejemplo) no es más que el reflejo de esa necesidad de renovarse —un proceso similar al que vivieron los Panteras Negras—, pero que no es fácil. La delincuencia, por ejemplo, es una forma de obtener ingresos para los líderes que viven de los que tienen por debajo (y que los miembros pasen por la cárcel, el mejor freno para que mejoren a título individual), de ahí que algunos se resistan al cambio. Es la eterna pulsión entre lo viejo y lo nuevo.
Carles Feixa, profesor de la Universitat de Lleida, conoce muy bien el fenómeno de las bandas. Es autor de estudios sobre el fenómeno como ¿Reyes y reinas latinos? Identidades culturales de los jóvenes de origen latinomericano en España (2008, financiado por el Ministerio de Educación y Cultura); ha sido asesor del tema del Ayuntamiento de Barcelona, pero también ha trabajado el fenómeno de la juventud o de la inmigración desde otros ámbitos. «Las bandas existen y no van a desaparecer, lo que tenemos que ver es cómo nos aproximamos al fenómeno. En EEUU, con políticas muy represivas no han conseguido erradicarlas, pero aplicar únicamente medidas sociales tampoco abarca todo el problema», añade.
Su primer consejo es establecer las diferencias. «El fenómeno de los maras nace en países centroamericanos asolados por guerras civiles como El Salvador o Guatemala y en la actualidad son fundamentalmente delincuenciales. Las bandas latinas son hijas de la inmigración y la marginación, y cumplen una serie de funciones sociales, como puede ser la integración de los jóvenes o darles una identidad de la que carecen al llegar a un país que no conocen. Eso no quiere decir que no haya delincuencia asociada, sino que esa característica no es la que las define».
Para él, este fenómeno tiene que verse como «una forma de vida y de acoger a los hijos de inmigrantes de países latinoamericanos o de otras regiones de España que encuentran en la banda igualdad, amistad, comprensión o una manera de llenar el tiempo libre». «Se olvida que en las llamadas bandas latinas hay mucha diversidad y que no son más que un reflejo de la diversidad de nuestra sociedad. El estereotipo del ni-ni no vale y se les puede aplicar a ellos como a los grupos de chavales españoles de cualquier barrio: la mayoría de los que yo conocí tenían trabajo de pintor, camarero... Es cierto que la crisis les ha afectado más que a otros colectivos y puede que el número haya aumentado, aunque eso no significa necesariamente que haya aumentado el número de delitos», añade.
Feixa destaca que algunas pandillas (o sus miembros a título individual) cometen delitos pero ello no implica que sean fenómenos puramente delincuenciales. «Los colores, los grafitis o los símbolos son una forma de empoderamiento para construir una identidad y autovalorarse, pero a la vez tanta exuberancia en la exhibición hace que sea muy fácil identificarles a simple vista. La visibilidad les expone mucho, y si sólo fueran mafias buscarían la invisibilidad», apunta este profesor.
Eduardo Béjar conoce bien el fenómeno de la inmigración ya que, como uruguayo que vino a España, forma parte de él. Es el fundador y presidente de la Plataforma Intercultural, de la que Acude es miembro. «En total somos 38 entidades de otras tantas nacionalidades. El fenómeno de las bandas —explica—, es el síntoma de un problema, no es la enfermedad».
Béjar lleva años luchando por mejorar la situación de los migrantes que se instalan en Valencia sin importarle el origen. «El verdadero problema es que los políticos sólo se acuerdan de este colectivo en elecciones. Luego, nada», afirma. Aporta un dato: «en toda la Comunitat Valenciana sólo hay un migrante ocupando un cargo público, en Ontinyent». La plataforma no pide dinero, pero sí ayuda. El Ayuntamiento y la Diputación sí que hacen cosas, pero la Generalitat no. Circula entre las asociaciones de migrantes el chiste (exagerado o no) que dice que «si quieres algo no vayas a la dirección general de Inclusión Social».
«Lo primero que hay que reconocer es que el colectivo necesita ayudas para integrarse pero también equidad: tenemos más dificultades de partida y hace falta un poco de apoyo adicional», recuerda Béjar. Pero hay más. «Según los datos del Ministerio de Educación del curso 2013-14, los últimos disponibles, los jóvenes procedentes de otros países representan el 10% del total pero el 84,2% estudia en centros públicos. No es que éstos sean malos, pero eso supone que hay una parte de la sociedad —la más privilegiada— que jamás verá a un migrante. Para ellos, seremos invisibles o una realidad totalmente ajena», explica.
El presidente de la entidad tampoco cree que hagan falta grandes gestos, a veces basta con lo pequeño. «Pedimos, por ejemplo, que nos dejen un teatro o algún lugar para poder realizar actividades culturales. Parece insignificante, pero para una persona que se pasa el día cogiendo naranjas por 15 euros, saber que va a cantar ante un pequeño público, poder hacer una obra de teatro, recitar una poesía... le ayuda a pensar en otra cosa, a no sentirse la última mierda». De eso se trata, de darles la ‘zanahoria’.
Chanchay sabe que no cabe esperar milagros, pero que si se unen, su número será lo suficientemente importante (ahora en España rozan los 10.000) como para que se les tenga en cuenta. Por eso anima a los chavales a que estudien, a que intenten convertirse en algo, a que cuando llegue una nueva generación tengan un espejo en el que mirarse. Por eso antes de final de año, la Comunitat será la sede de un encuentro de Latin Kings de toda España, de la línea dura (la que vive muy cómoda en la marginalidad y la delincuencia) y la que quiere hacer lo que dice su constitución: que se conviertan en ‘Hombres de Honor’ dignos de la corona que llevan.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 24 de la revista Plaza (Octubre / 2016)