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Lawrence Krauss se pregunta cómo surge ‘Un universo de la nada’

El cosmólogo del MIT, autor de más de trescientas publicaciones científicas y protagonista junto a Richard Dawkins del documental The Unbelievers, se enfrenta a la madre de todos los enigmas

17/08/2020 - 

VALÈNCIA. La sensación es la de un vértigo escalofriante, y después, el vacío: tumbados en una hamaca contemplamos las estrellas, quizás a propósito de las perseidas o lágrimas de San Lorenzo, y sentimos esa negrura cósmica como un océano infinito que se extiende más allá de nuestra madriguera celeste, que cuanto más miramos ahí arriba, más insignificante parece, y entonces comenzamos a pensar en lo que es hasta ahora nuestra vida, y siempre parece insuficiente, y una idea da paso a la otra e irremediablemente pensamos en la muerte, pero no de un modo trágico, sino como algo incomprensible; eso de no ser se encuentra un paso más allá de la ficción, por mucho que hayamos presenciado como otros seres dejan de ser y se convierten en ausencia. Pensamos también que con todo lo inmenso que nos han dicho que es el universo —tan inconcebible, tan fuera de cualquier escala que podamos creer poder imaginar—debe existir vida ahí fuera, sería ridículo que no la hubiese, de hecho la vida terminará siendo una consecuencia inevitable de las leyes físicas que gobiernan los procesos que con mucho esfuerzo vamos desentrañando, la vida será desacralizada pero admirada en todo su esplendor como otra posible configuración y relación de las partículas elementales que constituyen —de momento— la mampostería infinitesimal de la materia. Mirando a ese cielo nocturno interminable nos preguntamos si en algún rincón del cosmos habrá alguien escrutando las estrellas y planteándose las mismas cuestiones existenciales que nosotros, pese a que lo simultáneo es una medida imprecisa en lo que al universo se refiere. La vastedad del espacio y el tiempo es tal que una infinidad de civilizaciones podrían haberse desarrollado y extinguido sin que jamás vayamos a tener constancia de ello por culpa de la distancia, espacial, temporal, o ambas a la vez.

El universo. ¿Qué es? La intuición es que quizás nos han sustraído una pieza clave para poder responder a la pregunta. Con todo y con eso llegamos a la gran incógnita, al enigma por antonomasia: ¿por qué hay algo en lugar de nada? ¿Cómo pudo emerger algo de la nada? ¿Existe la nada? ¿Es posible? Lo cierto es que ninguna respuesta comodín puede ser satisfactoria si permite una secuencia periódica del tipo quién vigila a los vigilantes, quién creó al creador. Con toda probabilidad la explicación a la existencia exceda a las capacidades actuales del Homo sapiens, es posible también que ni siquiera se ajuste a corsés conceptuales como principio y final, o antes y después. Pese a las insondables dificultades para dar con alguna pista, hay quien, como el cosmólogo educado en el MIT Lawrence Krauss en Un universo de la nada (Pasado&Presente, traducción de Cecilia Belza y Gonzalo García), no sucumbe al desaliento y se enfrenta al misterio con las herramientas relucientes de la ciencia, las únicas hasta ahora que han demostrado su eficacia a la hora de lograr resultados como los que señala Richard Dawkins en el postfacio escrito para el libro de su colega: “Hay muchas cosas que la ciencia aún desconoce (y se ha arremangado para trabajar en ello). Pero algunas de las cosas que sí sabemos, no las sabemos de una forma meramente aproximada [...] las sabemos con plena confianza, con una precisión pasmosa. Ya he mencionado aquí que la edad del universo se ha medido hasta la cuarta cifra significativa. Esto ya es impresionante de por sí, pero no es nada comparado con la precisión de algunas de las predicciones con las que pueden asombrarnos Lawrence Krauss y sus colegas. El héroe de Krauss, Richard Feynman, advirtió que algunas de las predicciones de la teoría cuántica [...] han sido verificadas con una exactitud equivalente a indicar la distancia entre Nueva York y Los Ángeles sin desviarse, literalmente, más de un pelo”.

‘Un universo de la nada’. Lawrence Krauss

En su camino a una actualización de la nada y a un acercamiento a la aparición de lo que existe, Krauss repasa algunos de los grandes descubrimientos de una ciencia que ya ha superado con creces a la ciencia ficción en potencialidad de asombro, cosa que no es de extrañar en tanto en cuanto un género literario se encuentra encadenado a las torpes limitaciones de la imaginación humana, mientras que las luces que enciende el método científico iluminan realidades que sin embargo, pese a ser tan auténticas como la tecnología que diseñamos en base a ellas, escapan a lo que para nosotros es lógico. El ejemplo más obvio son las propiedades del mundo cuántico, como uno de sus principios fundamentales, el de la superposición cuántica, que sostiene que un sistema físico como un electrón existe en todos sus posibles estados hasta que es observado y se “le obliga” a ceñirse a un solo valor —grosso modo—, pero también sabemos ya que aunque nada puede viajar más rápido que la luz en nuestro universo, el universo en sí sí puede hacerlo, y no solo eso: tal y como explica Krauss, es exactamente así como está ocurriendo. El universo, ese tejido que habitamos, se está estirando como un chicle cada vez a mayor velocidad, hasta el punto de que los astrónomos de un futuro no demasiado lejano en términos cósmicos ya no podrán ver nada en el cielo de lo que ahora vemos. Esto, que parece ciencia ficción y que incluso nos remite a la barbarie imposible de eludir en la que se sume la humanidad en la Fundación de Asimov, da pie a una de las reflexiones más sobrecogedoras del libro divulgativo de Krauss, el hecho de que un golpe de azar nos ha colocado en el único momento —los momentos en tiempo cósmico son muy largos para nuestras exiguas vidas, pero finitos, al fin y al cabo— en que podemos percibir lo especial que es este momento, porque en adelante, todo a nuestro alrededor será una oscurísima nada, una de cuyas consecuencias será la imposibilidad de saber, que constituye a la postre la peor de las nadas.

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