Así de directa y concisa se mostró una persona que está en esa especie curiosa que son las bambalinas de la política en uno de los territorios más hostiles: Cataluña. Aunque es de Valencia vive en Barcelona hace años y conoce muy bien al PP de allí y también al de aquí.
El Partido Popular, desde su renovación tras la etapa de Alianza Popular y con el liderazgo de José María Aznar y sus triunfos electorales, incluida mayoría absoluta, se convirtió en una alternativa real de poder, tras la apisonadora socialista de los años 80 con el imbatible Felipe González. Demostró que España había logrado un equilibrio y cierta madurez en su democracia alternando un partido socialdemócrata con uno democristiano al mando de la nación y además desterró viejos y falsos mitos sobre el modelo de gobernanza de un partido de derechas. También es cierto que la derecha europea podría enmarcarse en una especie de políticas sociales muy volcadas en el estado de bienestar que hacen que parezcan partidos socialistas quizá algo más moderados en algunas cuestiones.
Los posteriores gobiernos de Mariano Rajoy acentuaron esto último, pese a obtener un gran apoyo por parte del electorado, bien por convicción bien por estrategia (no siempre una estrategia conlleva éxitos) ahondó en ese perfil de partido socialdemócrata incluso en los temas que muchos esperaban que fueran enmendados, como la famosa alianza de civilizaciones o la ley de memoria histórica (ahora actualizada como de memoria democrática), y como lo importante era la economía, todo siguió igual. El socialismo que había tenido una evolución hacia lo que se conoce como socialismo real en la etapa de Rodríguez Zapatero, volvió al poder con Pedro Sánchez y pese a su juventud y la posibilidad de haber renovado el PSOE con un espíritu europeísta y liberal, que por lógica habría supuesto una oposición o distancia con el nacionalismo y la extrema izquierda, viró hacía posturas tremendamente radicales, pactó con quienes había dicho que jamás pactaría, y lo hizo tras haber repetido con una frialdad que sólo un mentiroso enfermizo puede que no formaría gobierno con ellos. Pero además se codea con el partido que forma parte del mundo etarra y que a tantos socialistas han asesinado. Ni por decoro, respeto y humanidad marca una línea roja siempre que sea para juntarse con el mal.
En esas estamos cuando el PP que como he dicho ya había consolidado su opción como alternativa al poder con cierta frecuencia, se atrapa como un gato con un ovillo de lana y cada vez muestra una imagen menos firme, menos clara, menos potente y más caótica de cara a su electorado tradicional y a sus potenciales nuevos votantes. El liderazgo de Pablo Casado presumía una vuelta al PP triunfal de Aznar, con esa mezcla inteligente de liberal en lo económico y conservador en lo social o moral, aunque realmente de una forma muy light para contentar a muchos. Un buen discurso y un argumentario fácil de trasladar a la opinión pública, de hecho, Casado es un buen orador y ha trabajado en gabinetes donde se curten en la elaboración de discursos, a ello se sumaban potentes colaboradores para que la imagen fuera de grupo y no sólo de líder y aduladores. Entre ese equipo destacó la portavoz en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo. Aparecieron líderes regionales, Isabel Díaz Ayuso arrasó literalmente en la Comunidad de Madrid, Juanma Moreno gobierna en Andalucía, Feijóo ya es un clásico en Galicia, Mañueco aspira a renovar en Castilla y León y la Comunidad Valenciana eligió a Carlos Mazón que también recupera estilo y formas del PP que fue hegemónico en tiempos de Zaplana y luego de Camps.
En nuestro territorio autonómico, conocíamos estos días que el líder Mazón ha fichado como jefe de gabinete a Daniel Sirera, curtido en el PP catalán, lo cual es una buena escuela. Pero como digo en el título, una buena amiga cercana al PP barcelonés me decía: “percibo algo como anticuado, les falta rock”. Entendí su expresión, su idea, no se si es cuestión de palabras, de aspecto, de candidatos o a lo mejor de autenticidad, de decir lo que se piensa y no lo que toca, de perder complejos ante el rodillo de la superioridad moral y cultural de una izquierda que no deja de mover sus líneas rojas en un proceso de desmontaje de las instituciones democráticas. En cualquier caso, el domingo en Castilla la Vieja disiparemos dudas y veremos a quien prefieren dar voz los electores del centro derecha.