VALÈNCIA. “Creo en el perdón” es el mensaje que un avatar parpadeante de Chris Pelkey, veterano del ejército de EEUU muerto de un disparo en el pecho durante una discusión en la carretera, mandaba a Gabriel Horcasitas durante el juicio que condenaba a este a diez años y medio de prisión por homicidio involuntario. Dicho avatar, creado con inteligencia artificial por la hermana y cuñado del finado, se ha dirigido a la sala —y en concreto a Horcasitas— a modo de encarnación digital del espíritu cristiano de Pelkey, partidario de las segundas oportunidades y la gracia de Dios con experiencia en Irak y Afganistán. Es la primera intervención de estas características en un tribunal. El juez reconoció lo genuino del mensaje, la autenticidad de ese perdón. Poco más que añadir en el que es un nuevo episodio de un presente en el que ya hasta lo más extraño e improbable se considera posible. Pandemias, tiranías, ¿asteroide? Con toda seguridad algo mucho menos evidente, más sorpresivo. Como que el apagón fuese un fenómeno consecuencia de la apertura de un portal demoníaco para invocar al futuro Papa (saludos al amigo de quien tomé prestada esta brillante idea).
Mientras esto se escribe Robert Prevost se asoma, ya como León XIV, al balcón de la basílica de San Pedro. Francisco, si todo ha salido según sus creencias, ya debe haber alcanzado la inmortalidad. El primero de los libros que encontraremos en este artículo se titula precisamente Inmortalidad digital. Colonizar el planeta Muerte, es obra de Raquel Ferrández y lo publica Herder. Pese a que el capítulo que encontramos nada más empezar lleva por título Así no se empieza, el libro tiene uno de los mejores inicios que uno ha podido leer últimamente: Artemisa bebe vino con los restos de su amado sentada en un acantilado gallego: a continuación la autora nos habla del intento tecnológico y comercial de reemplazar lo irremplazable de una pujante —aunque aún incipiente— industria de la inmortalidad, a la que de momento accedemos a través de un órgano artificial, ese apéndice del cerebro que es el smartphone, pero que en un futuro visitaremos mediante sofisticadas pieles digitales. La clave que Ferrández comparte con nosotros se llama omnivinculación. El libro está escrito desde una lucidez más necesaria que nunca.
Es un hecho innegable, incluso para un negacionista experto (si se piensa es alucinante que la negación de lo evidente sea un rasgo característico de un movimiento global) que vivimos en la era del malestar psicosocial: depresión, ansiedad o estrés son síntomas muy reconocibles de nuestra era que desbordan lo clínico y que guardan una estrechísima relación con la presión que ejerce sobre nosotros el sistema del trabajo, con sus tóxicos e irreales mitos y las escasísimas recompensas que nos ofrece a cambio de tanto sufrimiento y tiempo sacrificado en los altares del dinero. El Imperio de la Normalidad. Neurodiversidad y capitalismo, de Robert Chapman en el sensacional catálogo de Caja Negra (con traducción de Nicolás Cuello), nos habla de otra relación, la que vincula la explotación y la salud mental, esta última, un factor clave para entender nuestras sociedades. Desde su historia como persona incomprendida, neurodivergente y marginada, el autor expone cómo muchos de los males que ha vivido por su condición tienen que ver con el enfoque productivista que tanto daño nos hace a todos (menos a unos pocos).

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Lo que hace unos años era solo un tema propio de la ciencia ficción es ahora el gran tema de conversación y la fuente de innumerables y ridículos titulares en la prensa de medio pelo, que suelen ser algo así como “La IA predice cómo será el ser humano del futuro”, o cualquier otro tipo de supuesta predicción (simplemente una respuesta) acompañada de una imagen generada con la propia IA por un operador de la misma no muy experimentado. Sin embargo, es indudable que la inteligencia artificial lo está cambiando todo en este presente que habríamos creído tan improbable, y por tanto, debemos entenderla desde todas las perspectivas posibles. Ray Kurzweil es lo más parecido a un oráculo que tenemos hoy en día. Treinta y cinco años de aciertos (con matices) y una cantidad asombrosa de éxitos y reconocimientos que no glosaremos aquí lo avalan a él y a su nuevo y esperadísimo libro La singularidad está más cerca, que reafirma y amplía lo que ya supo ver en dos mil cinco cuando publicó La singularidad está cerca. En el catálogo de Deusto y con traducción de Alexandre Casanovas, el futurólogo nos ofrece su visión optimista —eso sí, basada en datos— sobre la mejora de las condiciones de vida, así como interesantísimas reflexiones sobre la identidad o el concepto de inteligencia (no en vano, su gran predicción, la singularidad, el momento en que la inteligencia artificial sobrepasará enormemente lo humano para llevarnos a cotas de progreso tecnológico inimaginables, permea en toda su obra), pero también peligros potenciales de las nuevas tecnologías en sus acepciones más catastróficas y espeluznantes, como nanorrobots devoradores de carbono. Sí.
Catastrófica también es la conjura de los necios a escala planetaria en la que nos ha tocado vivir, un tiempo en el que anónimos desconocidos compiten en la red social de un supremacista con tendencia a practicar el saludo romano para ver quién cree en la estupidez más grande. Hablamos de gente que pregunta a una IA bravucona acerca de lo más elemental, individuos para los cuales el terraplanismo ya se les queda corto por conservador. De esos polvos humanos, estos lodos tiránicos: si algo define la inverosimilitud de este 2025 para olvidar es la consolidación de las hordas enajenadas, su expansión de momento sin límite y su toma de los mayores poderes del mundo. ¿Es posible que la inteligencia que nos ha caracterizado como especie y que nos permitió salir de las cuevas haya entrado en una fase de decadencia? No solo eso: ¿se ha convertido en un peligro o en un negocio ruinoso ser inteligente en un contexto proimbecilidad? Esto es lo que cree y desarrolla el italiano Pino Aprile en su libro Nuevo elogio del imbécil que publica Gatopardo con traducción de Juan Manuel Salmerón. Si bien es cierto que el propio autor se permite ciertos excesos acientíficos, no deja de ser una obra interesante para tratar de asimilar lo que vemos a diario en las redes sociales.
Por último, una impugnación al pensamiento apocalíptico colectivo: para bien o para mal, el mundo no va a acabar, en todo caso acabará solo nuestro mundo. Pero hay quien ya está pensando en el después de una forma constructiva —no adaptativa— y que por supuesto nada tiene que ver con estéticas Mad Max, pese a lo tentador de imaginar un futuro en el que al menos en algo tendríamos la certeza de haber mejorado sustancialmente. Cosmovisiones de otro mundo. Reimaginando el pensamiento planetario, de Patricia Reed con traducción y excelente prólogo de Federico Fernández Giordano, apunta que no podemos perder más tiempo tratando de cambiar este mundo cuando lo que hay que hacer es cambiar el marco de referencia para construir otros. Ese es el trabajo que tenemos por delante, nada más y nada menos, pero ahora: tung tung tung sahur. Luego, quién sabe.

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