VALÈNCIA. Adentrarse en una nueva lengua es adentrarse en una visión del mundo diferente: en función de lo lejana que sea la cultura, puede llegar a ser tan diferente que nos cueste reconocer nuestro mundo habitual en ese paisaje lingüístico en el que nos sumergimos. El ser humano ha codificado la realidad de su comunidad mediante palabras, poniendo nombre a aquello que conocía o necesita conocer, porque lo que no se nombra apenas existe, habita la oscuridad adyacente a la nada. De este modo hemos ido llamando a las cosas por su nombre, creando un panorama rico y diverso de códigos que nos hablan de pueblos eminentemente funcionales, o bien dados a la floritura, al adorno; pueblos que han convivido con pueblos vecinos, que se han mezclado a lo largo de los siglos, y otros que han visto pasar las generaciones aislados, de boca en boca se diría que de las mismas personas (o muy parecidas). Hay lenguas endogámicas que se resisten y ponen trabas al futuro, mientras otras son un motor inagotable de neologismos. Hay lenguas que aún conservan casi intacta la forma que tenían mucho tiempo atrás, en otro lugar del que fueron arrancadas.
Ha habido guerras motivadas por las lenguas que sirven de vehículo a las culturas y las concepciones de la realidad (en ocasiones con un alto contenido de irrealidad y pensamiento mágico). Lo fascinante de adentrarse en un idioma ajeno es comprobar cómo se ve todo desde otra piel, y descubrir los límites de los idiomas que conocíamos, puesto que ningún código humano abarca la totalidad de lo que fue, es, será o podría ser: las palabras que dan forma a conceptos para los que no teníamos una denominación concreta se disfrutan de otro modo, se atesoran y proyectan con satisfacción a veces, y otras como consuelo, se inflan cual balsa salvavidas a la que saltamos para no hundirnos en el vacío de todo lo que desplaza un gran cuerpo al hundirse, ya sea un barco o un país, un desplazamiento que obligatoriamente será compensado en el océano apático de los días, haya mandado al fondo y convertido en muerte y olvido las vidas que haya mandado.