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Isaac Rosa: “Cómo dormimos dice mucho de nuestra forma de vida”

  • Isaac Rosa, en una fotografía de archivo.
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VALÈNCIA. ¿Cómo has dormido? Ui, ¿y eso? ¿Te encuentras bien? ¿Te preocupa algo? Empieza como una conversación cualquiera, pero el sueño, el buen o el mal dormir, es algo así como una radiografía del estado de ánimo y también el físico. Isaac Rosa toma una de las mayores preocupaciones de la sociedad contemporánea y la transforma en una historia sobre la soledad y la intimidad, sobre las soluciones que buscamos en noches de insomnio y sobre las propias soluciones, que como siempre son los oasis de amor en un mundo tan hostil que hasta cansa y que no huye de los problemas colectivos.

Rosa presentó Las buenas noches (Seix Barral, 2025) esta semana en València. Antes, atendió las preguntas de Culturplaza.

—El primer encuentro de la pareja, pasenado por la ciudad por la noche, demuestra que, en el desvelo no se habla ni se hace cualquier cosa. ¿Cuáles son las particularidades de ese tiempo que crea una intimidad diferente?

—Sí. En general la noche tiene algo, sobre todo cuando uno no la vive solo. Y cuando te dedicas a tareas creativas, la noche está muy prestigiada, vinculada a la propia creación. Pero es verdad que las relaciones nocturnas son muy diferentes, lo mismo que las conversaciones nocturnas. En el caso de Las buenas noches, a partir de ese primer encuentro, todas las conversaciones de la pareja ocurren en esa zona fronteriza entre el estar despierto y dormido, entre el sueño y la conciencia, entre quedarse dormido y no terminar de despertarse. Eso le da a su relación un aire indefinido, fantasmagórico, dudoso, sobre qué es lo que realmente hacen y hablan, tal como lo recuerda el narrador.

—Esa indefinición también resulta muy fértil para la escritura, y en este libro que habla de cuestiones ambiguas la sitúa en un lugar todavía más creíble.

—La noche no solo afecta a cómo nos relacionamos con los demás, también parece que somos otros. Igual que permite otros tipos de conversación o de relación, permite otro tipo de pensamiento. De noche, sobre todo cuando no podemos dormir, el silencio y la soledad, sin las distracciones ni las urgencias del día, hacen que pensemos de otra manera. A veces para bien y otras para mal -a veces también convocamos fantasmas. Aparecen todas esas sombras que durante el día evitamos y que por la noche giran en torno a nosotros.

—Te están preguntando en varias entrevistas y presentaciones por qué en esta historia todos los elementos para que haya una infidelidad sexual, pero faltando el sexo. A mí me surge la duda contraria: ¿por qué sí están esos elementos de sensualidad y ternura en algo que parece rutinario, como es dormir juntos?

—De hecho, algunos lectores me han dicho que les parece una novela con momentos muy eróticos y sensuales. Evidentemente, no es solo que duerman juntos en el sentido de tumbarse en una cama: hay proximidad, contacto físico, intimidad, una conexión fuerte. Hay dos cuerpos que se entienden de noche, que encajan, que se mueven en un baile nocturno que tiene mucho de lo que sería una relación sexual, incluso más profundo e íntimo. Lo que yo quería era construir esa historia como si fuese una narración de pasión y amor en la que estuviera todo —el deseo, la intimidad, la conexión— menos una pieza: el sexo. Al quitar esa pieza, todo se vuelve diferente y dudoso, y en su lugar aparece otra: el sueño.

—En la novela el objeto de deseo no es el sexo, sino el dormir. Algo que en principio es una necesidad vital y cotidiana, cuando se convierte en objeto de deseo permite todas estas reflexiones, desde lo material hasta lo simbólico.

—El dormir se convierte en objeto de deseo en tiempos en los que tanta gente duerme mal y está dispuesta a cualquier cosa para dormir: a comprar lo que le vendan, a probar todo tipo de remedios. Como ocurre con tantos objetos de deseo, también termina siendo objeto de consumo. Hay una industria del dormir que nos vende soluciones. Pero creo que el problema con el dormir, a diferencia quizá del sexo, es que tenemos una relación ambivalente: no podemos dormir y buscamos remedio, pero al mismo tiempo no queremos dormir.

Hay periodos en la vida —a mí me pasó muchos años de joven— en los que realmente no quería dormir: quería leer por la noche, escribir, hacer cosas, ganarle horas al día... Y eso se queda de por vida, porque además vivimos en una sociedad que nos exige estar activos las 24 horas, productivos, consumiendo y viviendo experiencias. Parece que la noche sobra. Por eso tenemos una relación conflictiva.

Yo siempre digo que quienes dormimos mal nos empeñamos en sabotear nuestro propio sueño y hacemos justo lo que no deberíamos. Y sospecho que, en el fondo, es que hay algo en nosotros que se resiste, como si no deseáramos dormir aunque sepamos que lo necesitamos. Querríamos dormir menos.

—Desde esos desvelos está escritos los capítulos en un único párrafo, como si uno estuviera en la cama, dándole vueltas, entrando en un bucle en el que pierdes el hilo del principio pero a la vez todo mantiene un hilo conductor. ¿Cómo planteaste esa escritura?

—La escribí imitando cómo funciona nuestra cabeza de noche, cómo contamos y nos contamos cosas. Porque en la noche, cuando no puedes dormir, a veces la cabeza parece que funciona sola, pero otras tomas el mando y empiezas a contarte. Tiene algo de lo que pasaba de niños, cuando nos contaban o nos contábamos cuentos para dormir; o incluso del contar ovejas... Muchas veces, de noche, nos repetimos momentos vividos, reproducimos conversaciones que nos marcaron o que quedaron insatisfechas. Eso le pasa a mucha gente con insomnio, que vuelven a contar esas conversaciones.

Pero todo eso es poco fiable, como la memoria en general. Siempre recordamos no lo que pasó, sino la última vez que lo recordamos. Y ese recuerdo se fija así. Si a la memoria ya de por sí poco fiable le sumas la duermevela, la noche, y el hecho de estar recordando cosas que ocurrieron también en duermevela, todo adquiere un aire dudoso e indefinido.

Yo quería que la novela circulara como circulan nuestros pensamientos de noche: nunca lineales, siempre con vueltas sobre sí mismos, más en forma de espiral que de círculo cerrado. Un pensamiento a veces caótico, que funciona a ráfagas, que se desvía hacia recuerdos o imaginaciones, pero que a veces recupera el hilo y se concentra. En esos momentos incluso puede aparecer cierta lucidez: ver o entender algo con claridad. 

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—Tal y como lo planteas suena muy sencillo, pero esa escritura caótica hace que el equilibrio de la narración sea mucho más complicado.

—Me gustan mucho los textos —tanto los que escribo como los que leo— en los que, sin darte cuenta, hay un gran trabajo detrás: rimas internas, motivos que reaparecen, a veces con un sentido diferente, ecos y juegos de espejos. En Las buenas noches había, además de esos motivos recurrentes, una voluntad de reproducir esa forma de pensamiento no lineal y obsesivo, que repite frases una y otra vez.

Recuerdo que, cuando me mandaron las correcciones de la editorial, los correctores tendían a señalar repeticiones. Pero eran intencionadas. Me marcaban, por ejemplo, que una construcción aparecía cuatro veces seguidas, y yo respondía: “es que tiene que estar así”. Buscaba precisamente ese efecto de no poder salir de una idea, de avanzar dos pasos y retroceder uno. De dar vueltas, pero avanzando, como una espiral. Se trataba no solo de encontrar una forma que funcionara para el relato, sino de producir también un efecto literario, poético, sonoro, que se percibiera incluso al escucharlo.

—El lenguaje va permeando en la narración del protagonista. Pensaba, por ejemplo, en cómo el libro copia el lenguaje de los métodos para dormir cuando empieza a buscarlos. Eso refleja la desesperación del personaje, capaz de plantearse cualquier cosa, incluso métodos absurdos, y al mismo tiempo a ti te permite reírte un poco como escritor.

—Sí, eso está en las páginas del diario. Ahí aparece otro tipo de escritura y otros contenidos: salimos de la cabeza del protagonista y entramos en un registro más ordenado, más convencional. Puede hablar de otros temas que quizá no surgirían en la noche obsesiva, e incluso usar el humor. Es como si hubiera dos narradores: el de día, que escribe el diario de forma lineal, progresiva, sin repeticiones; y el de noche, que cuenta desde su cabeza, con bucles, repeticiones y círculos.

—Quería preguntarte por la diferencia entre hablar del sueño y hablar de lo onírico, entre dormir y soñar. ¿Cómo lo equilibras?

—En una primera versión había mucho más material relacionado con los sueños: sueños lúcidos, la posibilidad de soñar juntos… Todo eso estaba en borradores iniciales, pero en una de las podas lo eliminé. Me parecía que corría el riesgo de querer abarcarlo todo, así que preferí centrarme en lo que me interesaba más: esa conciencia adormecida, alterada, del que no está dormido pero tampoco despierto del todo. Ese estado intermedio, de quedarse dormido o empezar a despertar, en el que ocurren esas conversaciones que quizá no se recuerdan bien o directamente se inventan.

— A pesar de la soledad del insomnio, estás marcando continuamente que las causas son colectivas. ¿Este era el principio de la novela?

— No, el principio de la novela realmente es la historia o la posibilidad de que alguien que no puede dormir encuentre a otra persona con la que duerma y conecte. No es que yo quisiera escribir una novela sobre el insomnio y me pusiera a buscar una historia, sino que casi en esas primeras noches de mal dormir, en las que yo pensaba en el insomnio, iba apareciendo esa idea. Posteriormente es cuando empiezo a pensar más en términos de novela, a hablar con gente que también duerme mal y a leer sobre el tema. Hasta entonces no me había tocado y tampoco me había interesado, porque parece que el no dormir solo es un problema de los que no duermen.

Cuando me empecé a dar cuenta de que alrededor había mucha gente que dormía mal, es cuando me dí cuenta que es un problema social, con causas que pueden ser colectivas. Más que analizarlo en términos sociales y pensar que el insomnio es un problema de toda la sociedad, lo que me interesaba era la posibilidad de que el dormir (o el no dormir) fuera un lugar desde donde mirar nuestra vida.

Yo quería probar mirar cómo dormimos, cómo buscamos remedios, cómo lo vivimos en soledad cuando es un problema social. Todo eso dice mucho de la forma en que trabajamos, de cómo nos relacionamos con los demás, de la relación con la tecnología. Creo que mirando a la noche se ve el día, incluso puede darte una forma extraña de lucidez, hacerte ver cosas que durante el día no percibes.

— Esta lectura tan material del fenómeno es muy evidente cuando lo lees, aunque está narrado en primera persona, pero da la sensación de que los propios protagonistas no son del todo conscientes de esa condición material de su propio insomnio.

— Eso yo creo que le pasa a cualquiera que duerme mal una temporada. Al principio lo conviertes en un problema propio y buscas tu solución. Pero cuando hablas con más gente o lees investigaciones, encuentras elementos comunes que se repiten. Hay personas a las que ciertos cambios sociales no les van a cambiar la forma de dormir, porque tienen problemas médicos o psicológicos. Pero hay mucha otra gente a la que lo que realmente le quita el sueño es nuestra forma de vida: el trabajo, las condiciones materiales, pero también lo cultural, lo social, lo político. El tipo de vida que llevamos parece ir contra el sueño: las relaciones, las ciudades que construimos, el urbanismo, el ocio, los consumos culturales que casi se imponen, la tecnología. 

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— Una persona que está preocupada por el lenguaje como tú, cuando se acerca a esos textos de internet sobre métodos y consejos para dormir, ¿no se sorprende al ver cómo se ha normalizado una manera de escribir sobre consejos médicos que parece inocua, pero es horrorosa?

— Sí, eso participa mucho de este tiempo, de la autoayuda, el coaching. No solo se da en el insomnio, pero aquí ocurre porque hay una parte importante de la población que tiene problemas para dormir y busca desesperadamente remedios. Y siempre hay quien convierte eso en una oportunidad de negocio, quien te vende su método, su técnica o su producto para que duermas.

— Esta es una novela contemporánea en el sentido más literal. Habla del insomnio, que es inherente a la condición humana, pero a los protagonistas les quitan el sueño unas razones que no serían las mismas hace 15 años.

— Esta misma historia se podría haber escrito hace 15 años o hace un siglo: dos personas que no pueden dormir comparten su insomnio y acaban durmiendo. Pero entonces habrían sido otras las causas. Es una novela que habla de aquí y ahora, de las malas noches propias de nuestro tiempo. Y hay que buscar remedios para hoy, porque muchas veces idealizamos el pasado, pensamos que antes se dormía mejor y queremos copiar lo que hacían entonces. Dormían mejor, sí, pero vivían en un mundo completamente distinto. No podemos pensar en ese mundo; tenemos que atender a qué nos quita el sueño hoy y buscar remedios individuales y, sobre todo, colectivos para eso.

— En todo caso, creo que hay escritores que escribís con la idea de ser fieles y estar comprometidos con el aquí y el ahora. No en un sentido únicamente militante, pero pienso en Belén Gopegui y en ti como autores que trabajáis en esas coordenadas. Eso quizá compromete al libro a caducar antes, ¿o no es algo que te preocupe y, de hecho, puede ser una fortaleza para el libro?

— Aparte de que uno no escribe pensando en la posteridad, creo que hay que desmitificar lo de las obras universales. Muchas de las que nos acompañan desde hace siglos eran muy locales, muy de su momento, con referencias que hoy necesitan notas a pie de página. Y aun así trascienden. Yo he escrito relatos para periódicos que sabía que iban a caducar en meses, porque hablaban de lo que nos pasaba en ese momento. Incluso deseaba que caducaran, porque significaría que las cosas habían cambiado. Así que no es algo que me preocupe en la escritura. No hay un programa que me obligue a escribir solo de lo contemporáneo, ni tampoco la presión de pensar que si escribo solo del presente me voy a perder. Simplemente me sale natural incluir lo que me preocupa, lo que me duele, lo que siento hoy.

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