VALÈNCIA. En un panorama editorial plagado de sellos, autores y manuscritos que ansían ver la luz, puede parecer casi imposible encontrar el match literario perfecto. Esa unión entre un sello y un escritor que acaba traduciéndose en un libro felizmente publicado. Una dupla libresca que cabalga victoriosa hacia el horizonte. La tarea es complicada, pero realizable. Para lograrlo, hay que empezar por saber qué busca cada integrante de esa pareja, cuál es su lista de no negociables.
Mercè Pérez, editora en Sembra, defiende que para apostar por un creador debe gustarte tanto su producción como “su manera de ser y de trabajar, pues vais a compartir un proceso creativo largo. Además, como en este sello el aspecto político y crítico de las obras es fundamental, resulta muy importante coincidir con los autores en ciertos puntos”. Barlin está especializada en obras de no ficción. Y para su fundador, Alberto Haller, una buena labor editorial conlleva “buenas dosis de instinto en cuanto a temáticas, enfoques, lo que va a querer o rechazar el mercado… Es tan importante como inexplicable”.

- Bamba
Bamba nació hace tres años con el deseo de recuperar la voz de autoras olvidadas. En su caso, el impulso principal a la hora de apostar por una obra nace “de una búsqueda personal y emocional. De querer publicar a una escritora a la que admiras y que deseas primero poder leer, y después que llegue a las demás, con mucho respeto y cuidado, con ánimo de divulgación y reivindicación. Antes de anunciar a una autora siempre sentimos un vértigo enorme: ¿la querrán leer? Esa duda inicial forma parte del proceso, porque detrás hay mucho afecto”, explica la editora Raquel Bada. La parte estratégica, apunta, llega después, “cuando pensamos cómo acompañar ese rescate: elegir un momento oportuno, una fecha conmemorativa, un aniversario… como hicimos con Ana María Moix, Sylvia Plath y, este año, con Elena Quiroga”.
Turno para los otros protagonistas de esa dupla literaria, los escritores. Paula Díaz Altozano ha publicado con Barlin Ballenas invisibles y El lamento de la selva. En cuanto al match, es tajante: “Sabes que encajas con una editorial en cuanto ves su catálogo. De Barlin me atrajo la propuesta tan multidisciplinar de sus títulos. Además, no publican ensayo clásico, cerrado, sino que están abiertos a la mezcla de géneros, algo con lo que me siento muy identificada. Escribo de manera fragmentaria, mezclando diario, ensayo y crónica, así que enseguida tuve la sensación de que era la editorial perfecta para mí”. También destaca dos cuestiones de naturaleza muy distinta. De un lado, que la editorial ofrezca “mucha libertad creativa”. Y, además, que otorgue importancia al aspecto visual del libro: “El contenido, por supuesto, es lo esencial, pero valoro muchísimo el cuidado editorial y la estética de los volúmenes. Una portada atractiva te invita a leer”. David Pascual (aka Perfumme), que acaba de publicar Carne (Colectivo Bruxista), añade otro factor: “que la gente de la editorial te cuide y cuide lo que haces”.

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Autor de novelas como L’any de la boira (Sembra) o Heidi, Lenin i altres amics (Bromera), Joanjo Garcia opta por el pragmatismo y la desmitificación de la industria: “Hay un poco de literatura en el hecho de encontrar editorial. Las editoriales reciben muchos manuscritos. Los autores, sobre todo los más noveles, no tienen muchas opciones. A menudo, la forma más fácil de empezar a publicar es a través de los premios. Son una puerta de entrada para conseguir ser alguien en quien fijarse en las próximas obras. Una vez pasada esta primera puerta, tenemos más posibilidades, pero no tantas. La espiral de la edición nos engulle, el mercado marca unos ritmos contra los que es difícil luchar. Cada editorial acaba apostando por determinados autores. Así que el margen de cambio es limitado”.
Otro interrogante clave en cualquier potencial idilio: ¿quién da el primer paso? Como explica Haller, hay contactos editoriales que actúan como un flechazo. Así sucedió con Ballenas invisibles: “Paula Díaz nos mandó directamente un mail con el texto en PDF y a las dos horas ya estábamos firmando el contrato”. En cambio, con la colección Paisaje MINI es él quien hace la propuesta a los autores: “Pensamos en temas que puedan resultar interesantes, en personas del ámbito público o académico que puedan desarrollarlos y les contactamos para proponérselo”. Unas latitudes que también frecuenta Pérez: “Muchos títulos han llegado a Sembra por un encargo editorial directo. Es una modalidad mal vista por alguna gente, pero para mí es una forma de trabajar desde la plena confianza y las ganas de colaborar con alguien concreto. Son una manera de construir proyectos compartidos”.

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Los peros
Has dado con la editorial de tus sueños. Envías esa obra en la que llevas tanto tiempo trabajando. Les gusta. Pero (siempre hay un pero), te piden hacer algunos cambios. Y ahí surgen las dudas: ¿cómo gestionar el equilibrio entre defender tu voz creativa e integrar la mirada del editor? ¿Cuántas sugerencias son demasiadas sugerencias?
“Cuando termino un libro estoy deseando que lo lea mi editor para comentarlo, porque si llevas tanto tiempo metido en un texto, hay muchísimas cosas que ya no ves. Además, tienes sospechas sobre algunas partes y quieres ver si tu editor piensa lo mismo o no. Tengo la suerte de haber publicado siempre con editoriales súper respetuosas con mi trabajo. Y eso es esencial, porque cuando haces libros como los míos, necesitas un sello que lo entienda”, expone Pascual, autor de Gordo de porcelana (Temas de Hoy) o Transirak (Niños Gratis), entre otros.
Igualmente, Garcia reconoce que es fundamental “entender que nuestra obra tiene margen de mejora y crecimiento. Una visión profesional puede ayudarnos, aunque, en un primer momento, siempre cuesta aceptarlo”. Pero en ese vínculo entre editores y autores, abre el plano y defiende que más que en las obras concretas, “los buenos profesionales ayudan a los escritores a ganar perspectiva, a entender el universo en el que estamos inmersos y a mejorar nuestras habilidades”.

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Después del match
Ese ilusionado match literario es solo el principio. Luego llegan las rutinas, las pequeñas inconveniencias cotidianas, la complicidad… Sacar un libro al mercado (y lograr llegar a sus potenciales lectores) implica un proceso en el que editor y autor pueden acabar estrechando lazos o dejándose de hablar para siempre.
“Parte de mi labor es que el autor se ocupe solo de lo que le corresponde: el texto y la promoción. Y para ello, debo actuar, en muchos casos, de pararrayos de cuestiones operativas o concernientes a esa cosa tan desconocida llamada industria editorial. Quiero pensar que publicar con Barlin hace que la ilusión se mantenga intacta durante toda la experiencia. Nuestro trabajo como editorial es actuar por detrás, invisibles, para que el autor brille. Pero esa tarea es impalpable para quien no se dedica a esto. Cuando un autor publica por primera vez y comienza a verlo, es como una revelación. Me parece preciosa la relación de complicidad y agradecimiento que se genera en muchos casos”, explica Haller.
En Bamba, el proceso editorial se da sin poder contar con las propias autoras. Sin discutir con ellas, pero también sin poder consultar dudas o compartir anhelos. Ese vacío, admite Bada, “siempre está, siempre sobrevuela. Y por ello, continuamente estamos buscando reafirmaciones de que andamos por buen camino. Intentamos suplirlo estudiando mucho sus textos, leyendo lo que se ha escrito sobre ellas, buscando referencias visuales, colores, imágenes que dialoguen con su mundo. Si es posible, nos acercamos a familiares o a quienes las conocieron”. Así, la conexión con esas escritoras va transformándose a cada paso: “Al principio hay una distancia casi reverencial, un respeto casi temeroso hacia la autora y su universo. A medida que avanzamos, esa relación se vuelve más íntima y cercana: empiezas a escuchar su voz con más nitidez, a entender sus obsesiones, lo que sí o lo que no”.
Hay ocasiones en las que no solamente no se crea un odio furibundo entre editores y autores, sino que esa publicación marca la identidad o la evolución del sello. Haller apunta aquí al caso de Berta García Faet: “Me senté con ella con una idea concreta, a la que ella dio el visto bueno. Cuando me hizo la primera entrega, era algo que no tenía nada que ver con lo que habíamos hablado… Sin embargo, con tan solo leer un par de páginas fue suficiente: aquello era genial. Sacamos El arte de encender las palabras y Berta aún me dice, entre risas, que estoy medio loco por haberlo hecho. Un libro tan raro, tan de nicho, tan especializado y a la vez tan personal, saltarín, punk… Esa obra ayudó a definir el objetivo general de la editorial y a situarla mejor en sus coordenadas”.
En lo que a puntos de inflexión se refiere, Pérez lo tiene claro: “Publicar a Kopano Matlwa, con una traducción que nos llegó casi por casualidad, fue clave para definir el tipo de narrativa y de traducciones que queríamos hacer. Nos posicionó y nos dio una energía nueva”. Y es que, cuando trabajas con varias obras de una misma escritora “terminas impregnándote de su manera de mirar el mundo. Y eso se filtra en cómo pensamos el catálogo, el diseño, las lecturas futuras. Cada autora que decidimos recuperar deja una huella profunda en la identidad de la editorial. Publicar buena parte de una obra completa te permite construir un diálogo entre los libros, mostrar su coherencia y sus contradicciones”, explica Bada.

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El final del romance… o no
Ya hemos visto qué ocurre cuando triunfa la amistad editorial. ¿Pero qué pasa cuando esos vínculos desembocan en decepción? Respecto al balance de malas experiencias, Pascual culpa a un sospechoso habitual de las industrias culturales: el presupuesto disponible, el vil metal. “He estado en editoriales que han trabajado mejor o peor con mis obras, pero también hay que entender que este es un mundo muy precario y no todos pueden hacer lo que te gustaría con tu libro”. Frente a los sinsabores del engranaje editorial, Garcia recomienda “resignación y paciencia. Debemos escribir como si pensáramos que nuestra novela cambiará el mundo, pero debemos entender que, como decía Martí, ‘toda la gloria de un hombre cabe en un grano de trigo’. Y a los escritores nos sobraría espacio”.
La frustración también puede caer en el tejado de una editorial cuando, por ejemplo, un autor que ha triunfado en tu sello decide llevarse su siguiente libro a otra casa. “Nadie es propiedad de nadie. Nunca entenderé a los editores que parten de una premisa de ese tipo, en plan: ‘este autor es mío… ¡mío!’. Quiero vivir tranquilo y que mis autores estén felices. Si creen que les conviene otra casa, solo espero que sigamos siendo amigos y, por supuesto, acudiré a la presentación de su próximo libro”, defiende Haller.
En otras ocasiones, simplemente hay (como dicen los famosos en sus comunicados de ruptura) incompatibilidad. “Somos una editorial pequeña, publicamos un máximo de 14 títulos al año, así que tenemos que elegir muy bien cada publicación y, a veces, una propuesta no encaja en ese momento determinado”, explica Pérez. Pero, ojo, esas negativas no siempre son un portazo en la cara, sino un camino alternativo: “Cuando recibimos una obra que nos encanta, pero no es adecuada para Sembra, recomendamos a los autores otras editoriales que creemos que pueden ser el lugar ideal para su libro. Al final, se trata de que cada libro y cada autor encuentren su lugar ideal, el espacio donde poder brillar”.