VALÈNCIA. Una bruma cubre los campos y sus vapores hacen delirar a los humanos. Tres niños intentan sobrevivir entre ruinas, mientras dudan si los susurros que escuchan pertenecen a sus familiares desaparecidos o a un ente sobrenatural que los vigila. Con esa premisa, Martín López Lam construye Bruma, un cómic publicado por Aristas Martínez que se apoya en el silencio de las viñetas y la explosión de un epílogo abstracto, tomando como un contexto que lo inunda todo (el tono, la apertura a la conspiración, la representación del mundo) el apocalipsis de una colonia humana en Marte.
“El libro parte de la historia de los niños. En realidad es una confluencia de ideas. Nació como un relato postapocalíptico más largo, pero en el proceso de elaboración descarté esa primera idea y me quedé con una versión más sencilla”. Desde ese arranque, tuvo clara la apuesta estética: “Quería que fuese un cómic muy silencioso, muy de imágenes, con planos largos, con tiempo dentro de la imagen. Me interesaba jugar con esa sensación, tanto con el misterio como con la angustia, frente a la aceleración en la que vivimos”.
En ese camino, la abstracción desempeña un papel fundamental: “Siempre intento escapar del cómic más narrativo y figurativo, porque me interesa más generar un estado emocional de manera visual que construir una narración clásica. Por eso recurro a la abstracción: no tanto a la secuencia, sino a un continuo de imágenes sugerentes”. Y en Bruma tal vez esta idea esté más desbocada que nunca antes en su obra.
Eso permite, de paso, dejar una apertura interpretativa, que cede y exige a una persona lectora generosa: “Lo hice con la intención de que hubiese una libre interpretación. Yo tengo mi lectura en los apuntes, pero dejé muchos huecos abiertos para que el lector los complete. Me gusta que sea así, como ocurre con las películas sobre las que se generan teorías o fanfiction. Eso hace que la historia deje de pertenecer solo al autor y se vuelva más orgánica”.
En esa lógica, Bruma despliega “pistas que remiten a teorías de la conspiración, a fenómenos biológicos, al cambio climático o a procesos migratorios. Hay capas sociales, antropológicas, místicas y también de misterio. Me interesaba dejarlo abierto para que cada lector, según su bagaje, pueda conectar con esas referencias de una manera distinta”.

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De hecho, la fascinación de López Lam por las narrativas conspiranoicas también aflora en su cómic. “Los relatos de misterios, ufológicos o de apariciones marianas siempre me han llamado la atención por el carácter narrativo que generan. Son hechos de los que nadie sabe bien qué pasó y en los que hay que fiarse de la palabra del testigo. A veces tienen explicaciones científicas o sociales, pero lo que me interesa es la narración que surge alrededor”. Esa pulsión ya estaba en trabajos previos pero siempre con el foco puesto en “el grado de credibilidad que damos a las cosas, más allá de que el hecho sea real o no”.
En este sentido, la elección de los niños como protagonistas tampoco es casual: “La decisión de que fueran niños viene de las apariciones marianas, que casi siempre suceden a niños, y muy a menudo a tres; como las niñas de Garabandal, en Asturias. También me interesaba porque la credibilidad de los niños suele ponerse en duda más que la de los adultos. Además, siempre me ha atraído la idea de mundos sin adultos”.
Un epílogo que empezó como una broma y acabó siendo una catársis
El epílogo de Bruma rompe con todo lo anterior: explosión de color, textos fríos, narración abstracta. “Esa parte empezó como una broma con otra dibujante. Pensé: voy a hacer un cómic y le voy a agregar veinte páginas después de la historia, solo para hacerlo más gordo. Y al final, la broma acabó teniendo más repercusión de la que imaginaba: el epílogo se convirtió en una reinterpretación de la historia desde otra perspectiva. La idea era que un mismo fenómeno puede suceder de varias maneras y tener lecturas diversas”.
La distancia respecto al arranque es deliberada: “Quería que quedara claramente separado: el principio es en blanco y negro, silencioso; el epílogo es abstracto, lleno de color y texto. Incluso la narración debía ser más fría, casi como leer el BOE. Ese fue el juego que me propuse”.

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El proceso de creación fue largo y lleno de bifurcaciones: “Trabajar con ese tipo de situaciones es complicado, porque no se trata solo de poner imágenes, manchas o ruido. Hay que darle un sentido, esculpir un poco en la historia, y que no quede como un pegote. Mientras avanzaba y retrocedía en la historia iba conectando detalles, introduciendo elementos aquí y allá para que todo tuviera coherencia. Así se fue construyendo esa parte más abstracta”.
Y en un proceso, la importancia de tener editores y compañeros que echen una mano en el discernimiento. López Lam agradece a Cisco Bellabestia y Sara Herculano, de Aristas Martínez, su compañía y correcciones; pero además el proyecto siempre tuvo la mirada externa de otros dibujantes: “Con una historia tan abierta y abstracta, necesitaba comprobar que no era solo una paja mental mía, que no quedaba tan críptico como podía haber sido”.