VALÈNCIA. Pedro Torrijos presentó la semana pasada en Catarroja Catedral de escombros. Una anatomía del derrumbe (Debate, 2025) con la serenidad de quien sabe que, aunque en apariencia solo hable de arquitectura, también lo está haciendo sobre memoria, responsabilidad y sobre cómo lo cotidiano puede quebrarse sin previo aviso.
Lo hace a través de un ensayo en el que va cosiendo una historia de la arquitectura a través de las tragedias que han marcado diferentes sociedades y que han puesto de relieve que los espacios e infraestructuras que hemos normalizado como seguros, a veces también pueden ser mortales, ya sea por acción de la naturaleza o por incompetencia criminal humana.
“La Dana es un vehículo que entra y sale sobre el resto de las narraciones. Todas hablan de la Dana, y la Dana habla de todas las demás, y todo habla de nosotros como seres humanos”, apunta el autor en conversación con este diario.
Y es que el ensayo surge de una imagen que le golpeó tras aquel 29 de octubre de 2024: una fotografía que mostraba una calle totalmente bloqueada por una pila de coches (“Me pareció una catedral barroca hecha con los escombros de la cosa más mundana”); pero también la cifra de víctimas atrapadas dentro de sus propias casas, que le pareció “sobrecogedora”. De ahí nació una propuesta editorial y un libro que utiliza la riada como hilo conductor para pensar cómo vivimos, cómo construimos y cómo aceptamos —o negamos— nuestra fragilidad.

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- Foto: BIEL ALIÑO / EFE
Torrijos se detiene en algo que parece una perogrullada pero que cabe recordar continuamente: que la arquitectura es el espejo de su contexto político y de las relaciones de poder que funcionan en el mismo. Un ejemplo: la Horta Sud está construida sobre tierras inundables porque “en los años 50 y 60 vino mucha gente del interior y ese sitio es donde se construyó; y eso es política”. “Tendemos a creer que política son partidos políticos; pero es todo. Cualquier decisión que tomamos es una decisión política. Si quieres camisetas a diez euros, necesitas que se fabriquen en un lugar que no está en la Unión Europea, donde seguramente sus trabajadores no estén en un lugar seguro ni las condiciones en las que están vayan a respetar sus derechos esenciales. Permitir determinadas construcciones también es política”, desarrolla.
Pero esta mirada no quiere ser tanto un alegato político como funcionar como evocar a través de un todo más literario: “Tengo la certeza de que el ser humano necesita historias bien contadas, historias que tengan un peso. Si colocas solo datos, al final haces un inventario. Yo cuento con los recursos que tengo”.
Más allá de la Dana, el libro recorre Corea, Italia, Estados Unidos, Francia o Bangladés para poner en conversaciones diferentes orígenes y respuestas a sus páginas negras de derrumbes. Y ese diálogo entre tragedias revela patrones comunes: “El progreso, cuando pierde la memoria del territorio, en general arruina”. Y también la necesidad humana de cerrar un relato, aunque eso implique forzar la búsqueda de culpables: “A veces estamos buscando culpables cuando probablemente deberíamos buscar responsables. Encontrar un culpable implica cerrar, y a veces no queremos mirar más allá”.
La casa convertida en jaula
Fue en Catarroja donde un hombre le dijo que había heredado de la riuà del 57 la advertencia natural de que “si en Chiva está lloviendo fuerte, dentro de tres horas aquí van a pasar cosas”. Esa memoria popular salvó a su hija. Torrijos destacó esa dimensión íntima del recuerdo: “Habla de la memoria colectiva de un territorio formado por personas”.
En esa larga avenida que empieza llamándose Real de Madrid en el barrio de La Torre y acaba como Llevant en Beniparrell (es decir, el Camí Real de Catarroja, o la Calle Blasco Ibáñez de Massanassa, todas arrasadas por la Dana) Torrijos vio en su visita las fachadas donde el agua alcanzó dos metros: “Esas casas son perfectamente convencionales, como las que hay en València, en Madrid, en Hospitalet, en cualquier lugar. La absoluta y total cotidianidad. Como digo en el libro, la Dana pasó por esas esquinas iluminadas donde esa mañana alguien había hecho café, había planchado una camisa, había regado una planta. Nuestra casa”.
“Construir en tierras inundables es un crimen en diferido”, afirmó. La Dana mostró sus consecuencias con una precisión incontestable. ¿Qué soluciones pueden afrontarse tras una tragedia así? Torrijos mencionó varias: “Vaciar las plantas bajas, que la alerta llegue antes, que la alerta sea correcta”. Y, sobre todo, pensar en largo plazo: “Nadie piensa a cien años, pero alguien tendría que hacerlo”.
Y a pesar de que hay ideas, lo que Torrijos niega son las fórmulas mágicas, que ya se están anunciando para llenar titulares y relatos políticos: “Si creemos que la solución va a ser un golpe mágico de ingeniería, no. La solución no puede ser solo tecnológica. Tiene que incluir muchas más cosas”. Sobre todo rescatar una memoria que se active antes de que vuelva la próxima riada, “pensar en reconstruir sobre la memoria”.

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Derrumbes con responsables
No solo Valencia ha padecido las consecuencias de esa Catedral de escombros: el derrumbe de un taller de ropa clandestino en Bangladés que, según los registros oficiales, era un edificio de oficinas; un centro comercial proyectado con fines de rentabilidad y no de seguridad; una presa que no funcionó, otra que no debería estar; un teatro hundido por el inesperado peso de la nieve… Todas las historias tienen su por qué, su quién, sus tragedias particulares y sus aprendizajes.
Pero no hace falta irse más allá de España. En clave estatal, Torrijos también recuerda el colapso del comedor de Los Ángeles de San Rafael en 1969, donde murieron 58 personas y otras 147 resultaron heridas. El edificio, inaugurado a destajo, se hizo sin plan de construcción y se abrió antes de tiempo, cuando ni siquiera el cemento se había secado. El promotor de esa obra fue un aún desconocido Jesús Gil Gil.
Torrijos se detiene en recordar a “un tipo que tenía toda la culpa y se la sudó. Y la sociedad se la sudó. Y le convertimos en mitología”. Tras pasar 18 meses en la prisión, el dictador Francisco Franco le indultó. Luego el personaje escribiría varias páginas de la historia más cutre de la España de finales de siglo XX.
Es precisamente esta figura la que ejemplifica mejor la complejidad de esas catedrales de escombros: qué responsabilidad aceptamos, cuál olvidamos y cuál maquillamos para que encaje en el relato.