VALÈNCIA. Esta semana ha sido el 20N cincuenta aniversario, una fecha que ni de casualidad pensábamos hace treinta años que en 2025, cuando el futuro sería ya impresionante, iba a tener la más mínima importancia. Sin embargo, no es que no la tenga, es que podría haberse cumplido la efeméride en la antesala del regreso al poder de la extrema derecha en España. Esta vez, es un detalle, por las urnas.
Todos estos días se ha repasado la figura del dictador desde casi todos los puntos de vista posibles. El más importante, es el que ha cobrado importancia en las últimas décadas, el de la represión. La “Victoria” en la Guerra Civil se cimentó sobre la eliminación física de los rivales políticos desde el primer día del golpe de estado, asesinatos irregulares y ocultación de los cadáveres…
¿Es justo que se ejecute a una persona sin ningún tipo de proceso y se esconda su cadáver? Cabría preguntárselo a todos aquellos que aún hoy siguen poniendo trabas o criticando que se pase página de una vez por todas a este tema dando digna sepultura a todos los cuerpos. En uno de los crímenes más escalofriantes producidos en el terreno republicano, la matanza de Paracuellos, hoy hay un cementerio y diversas señalizaciones que recuerdan la masacre. ¿Por qué los demás no tienen derecho al menos a una tumba? Son preguntas que no tienen respuesta ni la van a tener en el ruido atroz que es hoy cualquier debate político, pero son muy pertinentes. ¿Qué es negar a los demás el mismo trato que tú crees merecer?
Otra faceta que se ha tocado mucho es la corrupción del dictador. Es conocido cómo se enriqueció, él y todos los que le rodeaban. Y que cualquier historiador solvente recuerda que el franquismo fue muy rentable. Basta comprobar el pánico a tener que pagar impuestos que se extendió en los años 70 entre el poder económico, que le llevó a conspirar contra el gobierno de Suárez con unas consecuencias por todos conocidas.

Sin embargo, poco se ha hablado del aspecto del franquismo que más está seduciendo a los futuros votantes de la extrema derecha. Como en todo movimiento nacionalista, se propone la restauración de un pasado edénico. En este caso, se toman los años del desarrollismo como arcadia perdida. Ya lo dijimos hace unas semanas, anonadados ante los delirios que se vertían en las redes sobre este periodo, con la aportación un documental que mostraba cómo era todo aquello.
A mí me parece muy relevante que, por simple lógica o curiosidad, a nadie le llame la atención por qué esta supuesta época dorada solo duró apenas diez años. Digo que me llama la atención fingiéndome imbécil, porque ya he visto que el truco del almendruco es decir que Franco logró situarnos en no sé cuántos rankings mundiales de industrialización, pero luego llegó “la izquierda” y nos hundió “cerrando las fábricas”.
A esos brochazos se les puede añadir todo tipo de condimento conspiranoico relacionado con la Unión Europea, la soberanía de los estados que la integran, los masones, Soros y demás ocurrencias que, casualmente, también las repite Putin para poder seguir robando a sus súbditos y a los de los países limítrofes.
En realidad, los grandes planes de desarrollo del franquismo fueron un fracaso a medio plazo, pero sí atendemos al corpus teórico con el que se presentaron, sí que encontramos un mensaje sexy que es lo que les ronda por la cabeza a los chavales de ultraderecha de hoy. Eso no quiere decir que no hubiera crecimiento, lo hubo por el plan de Estabilización, que por cierto surgió de la cabeza de un catalán que hizo la Guerra Civil junto a Companys, don Juan Sardà, que diseñó medidas que sí que lograron que España se conectara por unos años a la economía en expansión europea y evitar la quiebra del Estado.
Con la peseta devaluada, una bajada arancelaria y la entrada de capital extranjero, aumentó el empleo industrial, sí. Y luego llegó López Rodó con sus planes de desarrollo. Estos estaban calcados de los puestos en marcha en Francia años atrás. Les recomiendo el libro Una modernidad autoritaria, de Anna Catharina Hofmann, de cuya traducción gozamos gracias a Publicacions de la Universitat de València, que analiza al detalle este episodio y la figura de López Rodó en lo que es casi una biografía política del susodicho.

Lo que veo como una conexión total con el presente son los argumentos que difundió para presentar sus planes. Por supuesto, su objetivo de impulsar la economía española no tenía como fin principal el bienestar de los ciudadanos, sino relegitimar la dictadura. Algo que se lograría a través del bienestar material, que estaría al servicio del régimen y no al revés.
López Rodó consideraba que el Estado tenía que ser una maquinaria eficaz que resolviese los problemas de los ciudadanos. De ese modo, la política no sería necesaria. Todo se haría de forma técnico-científica, sin peleas estériles. De forma similar a lo que hizo años después Fukuyama, aquí López Rodó pronosticó el fin de las ideologías. Fuimos pioneros en ese timo.
Cada palabra que pronuncia recogida en este ensayo te deja helado. No porque sean disparatadas o demagógicas, sino porque conectan cien por cien con la mentalidad de los simpatizantes de la extrema derecha más jóvenes de hoy. La democracia no es necesaria, hace falta que la economía funcione y dé oportunidades, con eso basta. De hecho, la democracia lo impide con las luchas intestinas y divisivas de los “politicastros”. Hay que superar todo eso. Es alucinante lo actuales que suena este discurso. Hablaba López Rodó como un chaval de 20 años de hoy. La verdad es que eso dice mucho del fracaso de la cultura en este país y en todas partes, porque en todas partes cuecen habas.
Y sí, por lo que sea, llegados a este punto, les interesan las consecuencias del modelo económico franquista, les recomiendo un monográfico excepcional. Growth and Crisis in the Spanish Economy: 1940-93, de Sima Lieberman. Ahí están todos los detalles sobre lo vulnerable, débil y precario que era el “Desarrollismo”. Y sobre todo, su absoluta dependencia del exterior –lo que debería interesar a los que se les llena la boca con la soberanía- y cómo, en 1973, con el caudillo vivo y coleando todavía, no es que se hundiera estrepitosamente, es que fuimos el país más afectado por la crisis internacional.
A la democracia le tocó lidiar con un modelo económico que había profundizado en la desigualdad territorial, estaba basado en bajos salarios y desincentivaba la inversión en tecnología, lo que limitó la competitividad española hasta bien entrados los 90. Los grandes males estructurales, endémicos y crónicos de la economía española vienen de la magna obra del Invicto. Podríamos denominar al fenómeno La Gran Resaca, las consecuencias de la fiesta que se dieron ciertas personas extrayendo sus beneficios de la miseria salarial en un mercado cautivo. Pero ya nadie se detiene en analizar nada ni en leer la Historia. Esperemos por tanto todos juntos a la nave espacial que nos salvará y nos llevará de nuevo a Cuéntame (un cuento).