Aloha, delirio

Lisergia 'tiki' en València

Entre los efluvios de un Crepúsculo del Amor, nos preguntamos si la ciudad debería ser más hawaiana o si hemos alcanzado el éxtasis de sombrillas de papel sobre el cóctel

18/05/2018 - 

VALÈNCIA. Hay algo de exotismo en contemplar los escenarios del pasado bajo el filtro del presente. La vegetación tropical, los sonidos acuáticos, las máscaras de madera. El hábitat de Hawaika me devuelve de inmediato a tiempos de juventud (de mayor juventud, claro). A medio camino entre la coctelería y la zumería, el establecimiento es un clásico de València, donde apenas gozamos de islas con semejante nivel de lisergia. La fiebre tiki se extendió por la ciudad hace medio siglo, pero el contagio logró contenerse. De ahí que uno agradezca encontrar espacios donde conversar con un loro, contemplar el brilli-brilli del techo, bailar danzas maoríes y colgarse flores del cuello sin ser juzgado por ello. Fundamentalmente se beben combinados de nombre exótico, como la Perla del Vicio o el Crepúsculo del Amor. Atmósfera sexy, por momentos demente; pero es que así es la Polinesia.

“¿Y qué es tiki?”, te preguntarás, cansado de escuchar el repiqueteo del término (tiki-tiki). El nombre con el que se refieren a las estatuas humanas de grandes dimensiones en la islas de la Polinesia, repartidas por todo el océano Pacífico, también alude a una corriente cultural surgida en los años 30 en Estados Unidos. Una ola de locales de restauración, con un totum revolutum de ambientación, música y cócteles exóticos. Tanto da si los elementos proceden de Samoa, Hawái, Nueva Zelanda o la Isla de Pascua, porque lo que cuenta es la vistosidad del conjunto. Mucho ha llovido desde el Don The Beachcomber de Texas, que fue el precursor en los 50, donde marines y actrices pasaban legendarias noches rodeados de antorchas titilantes. Aquello fue un fogonazo, apenas un resplandor en la historia, ya que para cuando llegó a Europa, el movimiento había sido víctima del furor pop.

Entonces se desplegaron las sombrillas sobre los cócteles. En Hawaika emplean como adornos los parasoles de papel, del mismo modo que presumen de pajitas extralargas, cuya funcionalidad está fuera de toda sospecha. Beber el humeante combinado (sí, sueltan humo, helado) sin mover un michelín del sillón estampado. Si todavía pretendes trazar la línea entre lo cuqui y lo cutre, es que no entiendes nada del kitsch. En el establecimiento de Jorge Castelló, situado frente al Mercado de Abastos, no hay prejuicios estéticos ni experiencia imposible. Es ese sitio donde merendabas crepes al salir del instituto, en el que te dejó tu primera novia o pillaste la gran cogorza escondido entre las cañas de los reservados. Olvida todo eso, no estamos para dramas. Hoy toca recostarse en una silla de mimbre, agotar la copa y reflexionar sobre tiempos pasados y veranos futuros; sobre el tiki valenciano.

Fluyamos

¿Por qué la fiebre no se inoculó en València? Si tenemos mar, calorcito, y mucho espíritu disfrutón; lo tenemos todo. La cultura tiki, que experimentó una gran expansión en los años 50, llegó con cierto retraso a Europa, pero especialmente a España. En otros países, como Alemania o Italia, tuvo una repercusión mayor. Tras la implantación de las primeras coctelerías en Madrid y Barcelona, a finales de los 80 se abrió Hawaika en València, por entonces situado en la calle Alberique. “Yo era cliente habitual, me enteré de que lo cambiaban de ubicación y a la vez lo traspasaban, y decidí quedármelo. La verdad es que corrí un riesgo muy grande”, relata Jorge. Su primer propósito fue “ampliar el concepto”. A la coctelería nocturna sumó los batidos, los helados y los zumos sin alcohol, responsables de la supervivencia del negocio durante medio siglo, abriendo todas las noches de la semana. 

¿Por qué sí triunfó en Madrid y Barcelona? Por una mera cuestión estadística, pero también por la capacidad de adaptación. En la capi continúa habiendo exponentes tiki, entre los que se cuentan Mauna-Loa o Coconut Bar, pero han sabido reformularse. Este último por ejemplo, que se hizo popular a raíz de su aparición en el programa Alaska y Mario, ha integrado en sus fauces el rockabilly (¿no hemos venido a jugar?). Y puestos a hablar del influjo polinésico, el auténtico paraíso en España es Barcelona, donde ha llegado a haber hasta 14 bares en funcionamiento. Entre ellos resiste Kahala, que ahora cumple 47 años.

¿Qué hace especial esta coctelería? La base en los zumos de frutas por encima de  las bebidas espirituosas. ¿Quién quiere alcohol cuando hay almíbar? Bueno, venga, que en realidad están permitidos ambos (pero nada de siropes guarruzos ni de azúcares añadidos). Los primeros cócteles servidos en The Beachcomber giraban en torno al ron, con recetas directamente importadas de la Polinesia (el cóctel tiki por excelencia es el Mai Tai Tiki, que combina ron blanco con añejo); pero todo ha ido flexibilizándose. Castelló ha optado por improvisar en lo que a ingredientes se refiere. “En una ciudad como València es necesario adaptar las recetas”, explica, y no solo acusa al paladar de los clientes. Hay problemas como la disponibilidad de los ingredientes, que en su mayoría son frutas de lejanos confines.

¿A quién se le ha ocurrido ese nombre? En la carta de Hawaika se incluyen 70 tipos de cócteles, cuyas denominaciones se prodigan en la originalidad. De la Orgía Tropical a la Saliva del Diablo, pasando por el Tikis Mikis o el Ladrón de Corazones. Son bautismos oficiados por Jorge, quien se mueve guiado por la intuición, pero también por la prueba-error. “Hay cócteles que se han mantenido desde el principio, pero otros han ido cambiando. Es difícil trabajar con frutas exótica, te ves obligado a ir descartando sabores”, precisa. No funcionó en absoluto el tamarindo; está gustando en cambio el maracuyá. Pese a la dificultad que comporta encontrar algunas frutas, se emplean productos naturales del Mercat Central y se exprimen al momento. Nunca se sirve zumo concentrado.

¿Qué elementos no pueden faltar en un bar tiki? “La pieza más valioso de Hawaika es la máscara maorí de piedra natural en la entrada, traída directamente de la Isla de Pascua”, revela el propietario de esta coctelería. Ciertamente impone por su tamaño, pero no menos que el resto de rostros de madera, importados de diferentes países. Hay cañas y plantas, columnas aztecas (¿por qué no?), cojines con aspecto de frutas, Lilo (de la película Lilo & Stich) y, en medio de la miscelánea, una lanza auténtica tallada a mano. Los camareros visten camisas hawaianas, la música de fondo es tribal y un guacamayo se encarga de recibir a los clientes en la puerta desde su jaula (se llama Tiki, por cierto). 

Ahora bien, el auténtico tesoro de Hawaika es su colección de jarras de porcelana, todas de inspiración tiki. El continente es tan importante como el contenido; la vajilla se convierte en un ingrediente más del combinado. Hay tótems de todos los tamaños, pensados para el consumo individual o en grupo, que representan desde monos a piñas, y han sido pintados a mano. Cuentan además con rendijas, compartimentos secretos, por los que el humo se cuela. Como cualquiera podría imaginar, proceden de una fábrica de Toledo, donde son especialistas en este tipo de modelos y realizan a mano cada una de las piezas. Si te gustan lo suficiente como para desear sorprender a tus invitados, debes saber que están a la venta (por precios comprendidos entre los 15 y los 150 euros). Y quien dice sorprender, dice impresionar con el humo helado, que le da un aura trascedental a cualquier bebida.

¿Se nos viene la ola hawaiana? Dudoso. En València desconocemos casi todo de las islas del Pacífico, empezando por la bebida y la comida. No suena que existe una cosa llamada poké, y a duras penas sabemos que se trata de una ensalada hawaiana de pescado crudo. La puedes degustar en Crudo Bar. Nos aprovechamos muy bien, eso sí, de la estética Aloha y del espíritu surfer. Ya son un reclamo para el veganismo, como demuestran The Vurguer o Aloha Vegan Delights. Pero de ahí a conectar la cultura tiki con los zumos multivitamínicos… “Es que no tiene nada que ver”, aclara Castelló, quien encuentra más paralelismos con los zumos tropicales de los restaurantes latinos, “pero es que tampoco”. “Siempre ha sido algo minoritario y creo que lo seguirá siendo”, concluye el dueño de Hawaiaka, llamado por tanto a preservar el legado para las generaciones venideras conozcan el máximo eclecticismo.

¿Todo esto tiene algún tipo de sentido? Yo no se lo buscaría. Qué más da si es pop o kitsch; divertido o ridículo; cuqui o cutre; in or out. Olvida el ritual, concéntrate en el resultado, y fluye. Precisamente de esto va la filosofía tiki, que pervive como un reducto de culto, por esos tiempos que nunca volverán. Déjate arrastrar por el efecto narcotizante de la música, tiéndete bajo el techo que emula el firmamento estrellado, y pide una Orgía Salvaje. Para cuando la tengas entre manos, el delirio te parecerá el mayor de los equilibrios.